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Elecciones en Colombia
Columna
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Un país que no cambia

Infortunadamente, la respuesta al descontento con el Gobierno no es prueba de renovación política en la oposición

Federico Gutiérrez
Federico Gutiérrez durante su cierre de campaña en Medellín, el 22 de octubre.Luis Eduardo Noriega A. (EFE)
Piedad Bonnett

La paliza en las urnas al Pacto Histórico y a Gustavo Petro estaba cantada. Una mayoría de colombianos expresó con su voto que el Gobierno del cambio los ha defraudado, que están cansados del tono confrontacional y de la retórica populista del presidente, a menudo confusa y maniquea, y que sienten incertidumbre frente a la desmesura de su proyecto de cambio, que pretende abarcarlo todo, pero mostrando muy poca capacidad de implementación. El acelerado desgaste del partido de Gobierno se explica también, y no en poca medida, por los escándalos que provoca el presidente, un hombre con vocación de caudillo que levanta a diario polvaredas en las redes, y por los desaciertos de algunos de los miembros de su equipo de gobierno. Las últimas semanas, por ejemplo, estuvieron marcadas por muchos incidentes de esta naturaleza: la polémica renuencia del presidente a rechazar el ataque de Hamás, su terca obstinación en soterrar una parte del metro y sus provocaciones a una airada Claudia López, la decisión inconveniente de pagar recompensas a los que denuncien compra de votos, y la expedición de normas que limitaban el ejercicio periodístico el día de elecciones.

Infortunadamente, la respuesta al descontento no es prueba de renovación política en la oposición. Por ninguna parte vemos nuevos liderazgos, y sí, en cambio, un repunte de la vieja y mañosa clase política, buena parte de ella declaradamente corrupta, algo que en muchas regiones pareciera importarle un pito a la ciudadanía. Que en media Colombia los clanes regionales sigan imbatibles es prueba de que la plata y la repartija del poder todo lo pueden. Una muestra de ello sería el triunfo en Cesar de Elvia Milena Sanjuán, candidata a la gobernación prohijada por la matrona Cielo Gnecco, hoy fugitiva de la justicia; de personajes cuestionados como Yahir Acuña en Sucre o Jorge Rey en Cundinamarca; y de Alejandro Char, que va por su tercera alcaldía, y que ganó de forma arrasadora, sin que lo afecten ni las denuncias más sustentadas ni el encarcelamiento de su hermano, acusado de compra de votos. Por otra parte, la derecha, que ha estado tan desdibujada como su líder, Álvaro Uribe, logra ahora un segundo aire, con votaciones tan contundentes como la de Fico Gutiérrez, que resultó favorecido por el rechazo de los medellinenses al sinuoso gobierno de Daniel Quintero —ficha de Petro que le apunta a la presidencia— o la de Andrés Julián Rendón, que cuenta con el apoyo soterrado de José Obdulio Gaviria. Sin embargo, fuera de la recalcitrante María Fernanda Cabal, cuyo estilo desfachatado e ideas de extrema la hacen popular en ciertos sectores, nadie parece haber tomado la antorcha de un descaecido Uribe, al que ya parece haberle pasado su momento de gloria. Ni siquiera el más articulado y combativo Vargas Lleras, que sigue creando resistencias por su talante autoritario.

Bogotá, donde siempre ha prevalecido el voto de opinión, definitivamente no le caminó a Gustavo Bolívar, una de las pocas figuras llamativas del petrismo, lo más parecido a un outsider que tuvimos en estas elecciones. Bolívar, un libretista que se hizo rico con el negocio de las narconovelas y que tiene un discurso efectista como el del presidente Petro, su jefe y amigo, podría ser el arquetipo del vivo colombiano, sin mucha preparación, pero sagaz e inteligente y con gran capacidad de conectarse con las clases populares. La capital prefirió a Galán, un candidato tranquilizador, convencional y pragmático —con un perfil semejante al de Alejandro Eder, de Cali— sin mucho carisma pero con experiencia, que en su discurso, corto y efectivo, le dejó claro a Petro que él es independiente y que discrepa de sus empecinamientos, pero que está dispuesto a oír, a conciliar, y a recibir críticas. A pesar de antiguas discrepancias, su llegada a la alcaldía y su posición en relación al metro deben haberle hecho sentir un fresco a la alcaldesa saliente, Claudia López.

La gran sorpresa fue que Juan Daniel Oviedo superara en votos a Bolívar. Oviedo despierta simpatías en un electorado que aprecia en él su singularidad y su perfil de hombre disciplinado y conocedor de su materia. Su discurso no convenció del todo, precisamente porque es más un técnico que un político, y tal vez lo perjudicó que los bogotanos no lograron establecer si en verdad, como se rumora, lo sostienen apoyos uribistas. De su desempeño en el Concejo dependerá que se fortalezca y se proyecte como una opción distinta.

Un aspecto interesante de esta contienda electoral fue la magnitud del voto en blanco, pues manifiesta desencanto del gobierno del Pacto, pero también rechazo a la politiquería de las maquinarias y a los mismos con las mismas. Los que así votaron son ciudadanos que están a la espera de propuestas renovadoras. Ahora falta ver qué hace el presidente con este llamado, que llega cuando todavía le queda tiempo de cambiar de rumbo. Si la humildad lo orienta, algo difícil en su caso, quizá escoja el camino de gobernar para todos y no sólo para sus huestes. Como dicen, la esperanza es lo último que se pierde.

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