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Gobierno de Colombia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Petro terminará en paz su mandato

Pese a la especulación de alguna caída del Gobierno de Gustavo Petro, no hay que alarmarse

Gustavo Petro
Gustavo Petro durante una ceremonia en Bogotá, en una imagen de archivo.Europa Press/Contacto/Cristian Bayona (Europa Press)

Ríos de información han corrido sobre las permanentes crisis del Gobierno nacional, lo que ha incentivado la especulación de una abrupta caída del Gobierno del presidente Gustavo Petro. Él mismo ha hablado de un golpe blando y ha llamado “brutos” a los supuestos empresarios que conspiran en su contra. La prensa extranjera, a su vez, se mantiene a la expectativa ante los bulos de que Colombia podría correr la misma suerte de Perú, Bolivia o Ecuador, donde tumbar presidentes es un deporte nacional. No hay que alarmarse. Petro terminará en paz su mandato.

A pesar de la polarización, las profundas convulsiones políticas, económicas y sociales, y de las graves amenazas de los violentos, los magnicidios y los escándalos por corrupción, somos un país con una democracia a prueba de balas. En Colombia, en los últimos 70 años, ningún presidente ha renunciado, lo han destituido, vía judicial o política, o lo han derrocado los militares; a lo sumo, la oposición y los medios les han amargado el período, y les han condenado a gobernar defendiéndose y aislados con su círculo íntimo.

Desde el Frente Nacional, todos los jefes de Estado han terminado sus períodos constitucionales. El último golpe de Estado que sufrió Colombia se dio en 1953 y el Gobierno que surgió, de Gustavo Rojas Pinilla, apenas duró cuatro años. Y fueron los mismos partidos políticos que alentaron ese quiebre institucional y quienes le pusieron punto final a través de un acuerdo político bipartidista que dio inicio al Frente Nacional. Además, el mismo dictador ha sido el único exmandatario juzgado y condenado por el Congreso de la República. Luego fundó un partido político de corte populista –la Anapo– que también ha sido el único al que le han robado abiertamente las elecciones presidenciales, lo que dio inicio a la guerrilla del M-19, la misma organización en que militó el presidente Petro.

Solo una mente delirante puede creer que los militares se atreverían a dar un golpe de Estado. Esto no sucederá porque la Fuerza Pública acata el ordenamiento constitucional y acepta al presidente Petro como su comandante en jefe. Que haya sido guerrillero no es excusa para insubordinarse. Por el contrario, es una razón de peso para respetarlo. Porque el mayor crédito de Petro es, precisamente, haber cumplido la palabra empeñada cuando se firmaron los acuerdos de paz del M-19 con el Gobierno Barco.

La era de los golpes militares, además, pasó hace rato en América Latina. Y por más que la extrema derecha grite a los cuatro vientos que Petro está desmoronando la moral de la tropa, lo que se evidencia es una fuerza pública que acata la paz total, respeta los ceses al fuego decretados por el Ejecutivo con varias organizaciones armadas ilegales, se esfuerza por garantizar el orden público en los territorios, está comprometida con el respeto de los derechos humanos y con romper la impunidad de alianzas corruptas con la delincuencia organizada. Lo que está sucediendo en la JEP, con el reconocimiento de los falsos positivos, es una lección demasiado fuerte para un Ejército que rectifica el camino y abandona los tiempos en los que, con la excusa de vencer al enemigo interno, eludía la verdad y cubría con impunidad muchos de los delitos de lesa humanidad de sus integrantes.

La manera como el Ejército ha enfrentado el escándalo de la Brigada XI en Tierralta, Córdoba, demuestra qué tan profundo es el cambio que están viviendo las Fuerzas Armadas, que abandonan la doctrina de unidad de cuerpo, destituyen a quienes violan los derechos humanos y enfrentan con la Constitución en la mano los desafíos de los violentos. Un Ejército que destituye a quienes deshonran el uniforme no se deshonrará siguiendo los delirantes llamados de quienes preferirían una dictadura a una democracia.

En el Congreso no hay cómo destituir a Petro. No hay argumentos, ni expediente, ni razones de peso. Tampoco ambiente político ni una opinión pública favorable a una ruptura institucional. Insistir en ese camino sería seguir enlodando a la institución más desprestigiada de Colombia, según la última encuesta de Cifras y Conceptos.

Sí, es cierto, tenemos un presidente que a veces pareciera perder el rumbo de su gobierno, debilitado por sus permanentes crisis internas, atacado por la extrema derecha, cuestionado por un sector de los medios de comunicación, debilitado por los comportamientos erráticos de su círculo familiar, solitario y con comportamientos personales que contribuyen a sembrar dudas, pero las cifras muestran que tienen éxitos sus políticas en las áreas económica, ambiental y de política social, aunque falla en el tema de la seguridad, que es el eje hoy de las elecciones regionales.

En conclusión, hay que bajarse de la nube de que Petro no terminará su mandato. Lo que hay que apostar es a que se consolide la democracia, haya una oposición creativa que luche por el poder sin atajos innecesarios y un Gobierno que rectifique, acierte y entregue pacíficamente el poder el próximo 7 de agosto de 2026.

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