El ‘yo no sé qué' de África
África es el continente más joven del mundo, con el 60 % de la población menor de 25 años, lo cual augura buenas oportunidades para el crecimiento económico
En el aeropuerto de Nairobi, en Kenia, al lado de la caseta de control, por donde deben pasar todos los turistas y visitantes al país, se lee un aviso con letras muy grandes: “THIS IS A CORRUPTION FREE ZONE” (”Esta es una zona libre de corrupción”). El mismo aviso está en la Universidad de Nairobi.
África puede estar aún por detrás de América Latina en muchos indicadores, pero mientras la mayoría de nuestros países se hallan en la “trampa de ingreso medio”, sin saber bien cómo aumentar su ingreso por habitante, encerrados en la franja de 6 a 12 mil dólares por persona, muchos países africanos ascenderán a esa franja en las próximas dos décadas, lo cual anticipa una fase de rápido crecimiento.
A su favor tienen la riqueza mineral, el tamaño descomunal del continente y el inmenso dividendo demográfico de familias que aún quieren tener hijos, con una gran población joven. No sorprende que estén siendo cortejados por chinos, estadounidenses, europeos y rusos. Nada similar se ve frente a América Latina.
África tiene 54 países, cubre 30 millones de kilómetros cuadrados, es el segundo continente más poblado con alrededor del 12% de la población mundial, posee dos terceras partes de la tierra cultivable del mundo, una décima parte de las fuentes renovables de agua dulce del planeta, el 90 por ciento del cromo y platino, las mayores reservas de cobalto, diamantes y uranio; el 40 % del oro y es abundante en petróleo, gas natural, cobre, hierro y bauxita.
El atractivo del sector minero ha subido con los minerales críticos para la transición energética. El gigante en ese tema es China y es el que más ha invertido en la región para asegurar la oferta de minerales en la cadena de valor de baterías.
En contraste con esta impresionante dotación de recursos naturales, África enfrenta tremendos desafíos sociales. Allí vive una de cada cuatro personas con hambre en el mundo; uno de cada cinco de sus habitantes sufre de desnutrición, la tasa más alta del mundo. Como resultado, uno de cada tres niños sufre trastornos del crecimiento. África subsahariana es la región con mayor mortalidad infantil, algo especialmente agudo en Etiopía, Nigeria y Kenia. Uno de cada 11 niños muere antes de cumplir cinco años. Casi 60 millones de niños de entre 5 y 17 años trabajan en lugar de ir a la escuela.
Además de hambre y pobreza, África tiene una renombrada incidencia de la corrupción, cosa que resalta el compromiso consignado en el anuncio del aeropuerto de Nairobi. Tiene guerras civiles en distintos países, falencias importantísimas en infraestructura, y algunos países exhiben una situación macroeconómica desastrosa.
A pesar de eso, los africanos están hoy con ganas de futuro. Su principal esperanza está puesta en el comercio, tanto intraafricano como con el resto del mundo, así como en su desarrollo agrícola, minero y manufacturero.
En particular, han firmado el Acuerdo del Área de Libre Comercio Continental Africana (AfCFTA, por su nombre en inglés: African Continental Free Trade Area Agreement), que busca abolir gradualmente los aranceles comerciales transfronterizos para el 90% de los bienes y servicios para los Estados miembros en todo el continente.
La meta, para 2030, es convertirse en el bloque de libre comercio más grande del mundo con un mercado de 1.300 millones de personas y un producto interno bruto combinado de 2,5 trillones de dólares.
Entre sus países hay marcadas diferentes de infraestructura, desarrollo económico, aranceles comerciales, políticas públicas, enfoque político y gobernanza, que entorpecen el comercio. Pero hay la convicción de que el AfCFTA actuará como un disolvente de las barreras que les han impedido integrarse y dinamizará la construcción de sus soluciones logísticas. Esperan establecer reglas unificadas para el comercio y la inversión, que atraigan mayor inversión extranjera.
Según el Banco Mundial, el AfCFTA tiene el potencial de sacar a más de 50 millones de personas de la pobreza, ayudar a África a dejar de depender de la ayuda humanitaria e instaurar sus propias fuentes de creación de riqueza.
Este panorama general resulta atractivo para las potencias que compiten por el dominio mundial en el siglo XXI. Es conocida la penetración e influencia de China y Rusia en la región, desarrollada por espacio de décadas. Esto ha despertado el interés económico y geoestratégico de los estadounidenses. Eso explica las recientes visitas del secretario de Estado del país, Antony Blinken, de la vicepresidenta, Kamala Harris, y de la secretaria del Tesoro, Janet Yellen.
Como dijo un experto e inversionista ghanés en un encuentro sobre colaboración sur-sur con América Latina, a instancias de la Fundación Konrad Adenauer y el SALMA Dialogue de Túnez: “A lo largo del siglo XX los países que se asociaron a la Unión Soviética y Rusia fenecieron, mientras que los que se asociaron a los Estados Unidos prosperaron”.
La administración Biden busca desatrasarse y reconstruir la influencia estadounidense en África. En una cumbre con los líderes del continente, Blinken prometió un paquete de 55.000 millones de dólares para África. Lo han criticado como “una gota en el océano”, pero ya querríamos tener para América Latina algo similar. “África es el futuro”, dijo Blinken a los estudiantes de la Universidad de Pretoria, en Sudáfrica.
Esa visión esperanzadora se basa en buena media en su demografía. África es el continente más joven del mundo, con el 60 % de la población menor de 25 años, lo cual augura buenas oportunidades para el crecimiento económico, por supuesto si se confronta los problemas típicos del subdesarrollo, que como vimos son mayúsculos.
Veremos cómo lo hace África, pero desde ya tiene: 1) La atención de las potencias; y 2) Está tomando las decisiones en la dirección correcta a escala continental. Esas dos cosas difícilmente se pueden decir sobre América Latina.
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