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Las baldosas ‘escupidoras’, una trampa suelta para los peatones en Bogotá

El mal estado de andenes en algunas de las zonas más exclusivas de la capital refleja el olvido al que están condenados los reclamos ciudadanos

Bogotá, Colombia
Peatones caminan por las calles de Bogotá (Colombia), el 3 de mayo de 2022.NATHALIA ANGARITA

Un paso en falso puede poner en riesgo a los transeúntes en Bogotá. La que se repite como una divertida escena en la película Encanto, donde las baldosas de la casa Madrigal cobran vida propia, es parte de la cotidianidad en céntricas calles de la capital. Pero lejos de generar sonrisas, como en la producción de Disney inspirada en Colombia, los adoquines que se levantan en plena vía pública se han convertido en motivo de prevención y enojo.

Desde hace tres meses, Alix Rojas, de 73 años, camina menos tranquila por los andenes de su barrio. Y no es solo por temor a la inseguridad. “Es por las placas de concreto del andén que después de llover quedan sueltas”, confiesa luego de haber sufrido una caída que le causó golpes y moretones en distintas partes del cuerpo. Le ocurrió una mañana en la que salió de su casa a comprar alimentos y regresó cojeando.

“Es simple dar un paso creyendo que es firme, pero la otra placa se levanta e impide dar el siguiente paso. Y ahí fue… caí al suelo con todo. Un tropiezo en un andén que salta de un momento a otro”, narra. Rojas recuerda que nada mitigó el golpe. “Manos, cadera y piernas quedaron moreteadas. Afortunadamente la cara no se afectó. No hubo fracturas, pero el dolor y los morados duraron varios días”, lamenta.

Caminar por algunos sectores de Bogotá, especialmente en los días lluviosos, exige poner a prueba la suerte. La imagen de ciudadanos esquivando las baldosas “escupidoras” – como fueron bautizadas popularmente - es habitual en zonas de viviendas y establecimientos comerciales. “El menor de los problemas es que la gente se ensucie. Hay muchas personas que se hacen daño serio caminando por esas baldosas. Es una desgracia cotidiana que se volvió parte de la identidad de vivir en Bogotá”, señala el concejal Diego Laserna, quien ha intentado llamar la atención de las autoridades replicando en los andenes rotos el clásico juego de buscaminas.

El problema completa más de 20 años. La construcción de andenes con adoquines se concibió bajo la primera administración del exalcalde Enrique Peñalosa, quien lideró la recuperación del espacio público y quiso adecuarlo a los peatones. Las características técnicas quedaron contempladas en una cartilla que se adoptó por decreto en el 2000, y que se ha venido actualizando. La paradoja, dos décadas después, es que los andenes parecen estar más diseñados para esquivarlos que para caminar tranquilamente. Bajo la administración de Peñalosa también se denunció la instalación de losas de baja calidad en las troncales de Transmilenio, el sistema de transporte masivo. El escándalo motivó múltiples investigaciones y le costó a la ciudad millonarias sumas en reparaciones.

En el caso de los andenes, también se requieren inversiones. Según un estudio del Instituto de Desarrollo Urbano (IDU), encargado de la construcción de obras viales y espacio público en Bogotá, más de la mitad de los 27 millones de metros cuadrados de andenes se encontraba en regular o mal estado en 2018. Es el diagnóstico más reciente. Este año, el Distrito tiene destinados más de 373.000 millones de pesos para el arreglo de andenes, ciclorutas, y puentes peatonales y vehiculares, una cifra que según la entidad se queda corta para atender las necesidades. “A pesar de los esfuerzos por mantener lo construido, el deterioro es evidente y progresivo debido a varios factores entre los que se cuenta el vandalismo y el desgaste propio de los materiales”, reconoce el IDU.

El ingeniero civil de la universidad de Los Andes, Alberto Cuéllar, explica que las deficiencias en la construcción de los andenes es un fenómeno similar al de las losas de Transmilenio. “Lo llaman bombeo y sucede por mal sello entre juntas, permitiendo filtración de agua que socava el material granulado sobre el que están instaladas. Después de un tiempo, la loseta queda en voladizo y al pisarla “escupe”, es decir, salpica el agua acumulada, o se parte”, señala. A su juicio, no se están realizando la interventoría, ni el mantenimiento adecuados.

El sistema que se diseñó en la llamada cartilla de andenes funcionaba como piezas de lego que ofrecían practicidad en las construcciones. En su momento, se priorizaron ejes como la carrera 13, la carrera 15, la calle 90 y la calle 72, todas vías altamente transitadas del norte de Bogotá. También se buscaba reglamentar intervenciones homogéneas y que respondieran a condiciones de calidad. Lo que al principio parecía una buena idea, hoy es un dolor de cabeza.

El geógrafo y especialista en planeación urbana, Mario Hurtado, precisa que el sistema de adoquines tampoco se adapta a las condiciones climáticas de Bogotá, una ciudad donde llueve entre seis y siete meses al año. “Una alternativa sería pensar en otro tipo de andenes, que se adapten al clima y al suelo de Bogotá, el cual se hunde permanentemente y es producto de sedimentos. Las condiciones de lluvia hacen que no sea ideal un sistema de andenes que se pegan como piezas de rompecabezas y que no están completamente adheridas al suelo, sino que se despegan con el agua”, indica.

Los reclamos ciudadanos aparecen con frecuencia en conversaciones y redes, pero no han sido suficientes para que se evalúe el estándar de las obras que se han replicado en otras partes de la ciudad. “Es terrible. Eso lleva años y nada que lo arreglan. Estas baldosas son relativamente nuevas y ya están todas desbaratadas”, dice Mauricio Caicedo, un hombre que trabaja sobre la calle 90 con carrera 15. “Hay que estar esquivando, subiendo y bajando a la calle. Ni hablar de las mujeres cuando van en tacones”, agrega. Muchas prefieren ir en tenis para evitar accidentes, pero no saben qué es más peligroso, si seguir por los andenes fracturados o exponerse en carriles donde transitan vehículos. En promedio, ocho peatones sufren lesiones diariamente en accidentes en Bogotá, según cifras de la Policía de Tránsito. Hasta agosto pasado, 125 habían perdido la vida durante este año.

“Caminar por los andenes de Bogotá genera un sentimiento de enojo y hacia la ciudad porque termina siendo poco amigable. Es una experiencia negativa frente al tránsito peatonal que hace que las personas prefieran bajarse a la calle, exponiéndose a ser atropellados por el mal estado de los andenes”, agrega Hurtado.

Alix Rojas, la mujer de 73 años que superó la caída en los andenes de su barrio, coincide. “El efecto no es solo que uno se tenga que recuperar. Luego viene el miedo a caminar, a estar tranquilamente en un andén público, a cualquier hora. Parece mínimo, pero desde entonces no quiero volver a caminar por ahí. Produce más miedo que la inseguridad. Lo peor es que parece que a nadie le importara”, reclama.

La poca atención a lo que sucede en zonas como las del norte de Bogotá, que están cerca a la mirada de las autoridades, refleja la desgracia del olvido más allá de la capital. “Esto no es nada para la gente que tiene el agua hasta el cuello”, dice un transeúnte, recordando a los damnificados de la temporada invernal. “Esto es un paraíso comparado con lo que pasa en las regiones”, concluye el hombre que frecuenta uno de los sectores donde abundan las baldosas rotas.

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