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Solo 3 de los 12 embajadores de Petro en América Latina son de carrera diplomática

Las designaciones diplomáticas en una región prioritaria para el Gobierno desdicen de sus promesas de campaña, pues en su mayoría son aliados políticos

Lucas Reynoso
Gustavo Petro, durante la campaña, con Guillermo Rivera, exministro que asignó como embajador en Brasil.
Gustavo Petro, durante la campaña, con Guillermo Rivera, exministro que asignó como embajador en Brasil.Cristian Bayona (Getty Images)

La consolidación de una relación especial con América Latina da señales ambivalentes en el Gobierno de Gustavo Petro. Al menos así lo demuestran las últimas designaciones diplomáticas, que preservan la tradición de utilizar las embajadas para cumplir con cuotas políticas o ayudar a personas cercanas. El nuevo embajador en Paraguay, por ejemplo, será el exsenador conservador Juan Manuel Corzo. No importa que figuras de la alianza gobernante hubiesen cuestionado su nombramiento en Cuba durante el Gobierno de Iván Duque ni que Corzo haya militado siempre en las antípodas de Petro. La prioridad no es Paraguay, sino recompensar el apoyo político de uno de los partidos tradicionales. Solo 3 de los 12 embajadores que Petro ha designado en América Latina son diplomáticos de carrera.

Colombia siempre ha sobresalido en la región por el limitado espacio que reserva para los diplomáticos profesionales. El país andino tiene una cuota de solo el 20% de los cargos de embajador para quienes se forman en la Academia Diplomática Augusto Ramírez Ocampo. Es una cifra muy inferior a la que existe otros países: Brasil solo permite un 10% de embajadores políticos, mientras que Argentina los limita en 25 de 85 (el 70% deben ser de carrera). Además, la designación de embajadores colombianos no requiere de la aprobación del Congreso, como sucede en otros Estados.

El país no ve su política exterior como una prioridad, según coinciden los expertos consultados. Falta inversión en la academia diplomática, hay un interés limitado en asuntos internacionales por parte de las élites y la atención se centraliza en la gobernabilidad dentro del país. Sandra Borda, profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad de Los Andes, explica por teléfono que es esencial analizar el impacto que tiene la tendencia del Legislativo en formar coaliciones amplias a favor del Ejecutivo de turno. “Múltiples partidos deciden apoyar al Gobierno a cambio de cuotas. Y las plazas diplomáticas son muy codiciadas, porque dan la oportunidad a los cuadros políticos de vivir un tiempo en el exterior”, comenta.

Gustavo Petro prometió cambios en estos temas durante su campaña presidencial. Decía que el servicio exterior debía profesionalizarse, como reclamaban sus aliados políticos cuando eran oposición. Y afirmaba que América Latina sería una prioridad, como establece la Constitución dentro de sus principios fundamentales. “La política exterior de Colombia se orientará hacia la integración latinoamericana y del Caribe”, lee el artículo 9.

Pero los nombramientos no evidencian una ruptura con la tradición o un tratamiento especial hacia América Latina. El diplomático de carrera Juan José Quintana, por ejemplo, quería ser embajador en Brasil y su designación estaba casi firmada. El Gobierno, no obstante, decidió enviarlo a Uruguay y nombrar en vez al excongresista y exministro Guillermo Rivera para manejar el vínculo con el gigante sudamericano. Rivera no tiene experiencia diplomática pero es cercano a Juan Fernando Cristo, ministro del Interior de Juan Manuel Santos y uno de los primeros políticos centristas en apoyar la candidatura de Petro tras la derrota de Sergio Fajardo en la primera vuelta.

Algo similar ocurrió con Paraguay. El designado fue Juan Manuel Corzo, un político conservador del Norte de Santander que tiene acusaciones de corrupción en su contra. Mauricio Jaramillo, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario, comenta por teléfono que esto forma parte de la estrategia de “jugar” con la burocracia diplomática para ganar gobernabilidad dentro del país. “Parece que a Colombia le importa muy poco la relación con Paraguay y por eso lo mandan allá”. Lo mismo señala por teléfono Fernando Cepeda Ulloa, exministro de Gobierno de Virgilio Barco Vargas y exembajador en varios países. “Paraguay no es una de las embajadas deseadas por un político. Varios no la aceptarían. Pero es cómoda y tranquila”, remarca.

Un caso algo diferente es el de la representación en México. El embajador designado, Moisés Ninco Daza, no tiene experiencia diplomática y tampoco un título profesional, pero su nombramiento no busca satisfacer a los aliados políticos. Es, en vez, un mensaje a las bases del partido de Petro, el Pacto Histórico, ya que Ninco fue coordinador de redes sociales del presidente. Una vez más, la relación con el país implicado queda en un segundo plano. Para Mauricio Jaramillo, esto es especialmente grave porque México es el país en el que se realizarán las negociaciones por la paz con el Ejército de Liberación Nacional.

Un último caso es el del excongresista León Fredy Muñoz en Nicaragua, una embajada de especial importancia para Colombia por el diferendo limítrofe entre los dos países.

Aparte de Quintana en Uruguay, solo hay diplomáticos de carrera en Guatemala, con Victoria González Ariza; y Panamá, con Mauricio Baquero Pardo.

Los expertos consultados matizan que no está mal tener embajadores políticos. En algunos casos permiten cierta flexibilidad y dan seguridad al presidente. Fernando Cepeda señala, por ejemplo, el caso de Armando Benedetti en Venezuela. “Es muy hábil con el Gobierno, el Congreso y los medios. Un embajador de carrera se cuida mucho más y a veces se necesita alguien que tome riesgos, que se la juegue”, remarca. Algo similar opina Jaramillo sobre el nuevo embajador en Argentina y exprecandidato presidencial del Pacto Histórico, Camilo Romero. Para él, es un político que tiene experiencia y sabe “negociar”.

Las designación de Corzo en Paraguay, sin embargo, ha rebalsado el vaso. El presidente de la Cámara de Representantes, David Racero, se quejó la semana pasada sobre el tema en una carta que mandó al ministro de Relaciones Exteriores, Álvaro Leyva. “No tengo el porqué cambiar mi posición crítica ante algo que no comparto. Y parte de eso tiene que ver con algunos nombramientos como el del señor Corzo, que sin lugar a dudas el Gobierno tiene que explicar”, dijo después a W Radio. Fue una situación incomoda: Racero criticó en 2019 al Ejecutivo de Iván Duque por la designación de Corzo en Cuba y ha sido uno de los principales impulsores de alcanzar un 50% de profesionalización.

La Cancillería ha confirmado a este periódico que prepara una respuesta a Racero para la semana que viene. Los analistas consultados, sin embargo, no ven el reclamo a Leyva como relevante en un país donde el presidente es quien maneja la política exterior. “La carta para Leyva carece de significado. El ministro de Relaciones Exteriores en realidad es el presidente”, señala Fernando Cepeda.

Los nombramientos en América Latina, una región supuestamente prioritaria, reflejan la larga tradición de relegar la política exterior. Cepeda rememora, por ejemplo, lo que sentía al volver a Colombia tras sus periodos como embajador. “Me iba sin instrucciones, regresaba y a nadie le importaba”, comenta. Y Sandra Borda remarca las diferencias que tienen sus estudiantes en Colombia con los que ha tenido en México y Brasil. Los últimos competían por ingresar en las academias diplomáticas, algo que daba prestigio. Los colombianos, en cambio, no ven oportunidades.

Diversidad entre los embajadores políticos

Los analistas consultados aprueban la designación en Estados Unidos de Luis Gilberto Murillo, exministro de Medio Ambiente de Juan Manuel Santos y excandidato vicepresidencial de Sergio Fajardo. Mauricio Jaramillo señala sus vínculos cercanos con el Departamento de Estado, mientras que Sandra Borda lo destaca como “un ejemplo claro” de que se puede designar a alguien apropiado para el puesto y a la vez satisfacer a los aliados políticos. Además, Fernando Cepeda resalta como “excepcional” el nombramiento en las Naciones Unidas de la líder indígena Leonor Zalabata.

Las críticas, más allá de América Latina, se enfocan en Europa. Ha causado revuelo la designación en Italia de Ligia Margarita Quessep, amiga de la primera dama, Verónica Alcocer. También ha llamado la atención el nombramiento en España de Eduardo Ávila Navarrete, un empresario del sector tecnológico. Ninguno tiene experiencia diplomática, aunque Cepeda reconoce que Ávila ha generado “simpatía” entre sus conocidos en España.

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Sobre la firma

Lucas Reynoso
Es periodista de EL PAÍS en la redacción de Bogotá.

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