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CONTRADICCIONES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ministro a la medida en Colombia

Alejandro Gaviria tiene los mejores talentos para hacer la revolución de la educación que ha prometido el presidente Petro

Alejandro Gaviria
Alejandro Gaviria, ex candidato a la presidencia de Colombia, en Bogota, en junio de 2022.NATHALIA ANGARITA

Antes se decía 90-60-90 para precisar las medidas de las reinas y modelos de belleza. Esas son las características del nuevo ministro de Educación, Alejandro Gaviria. Personaje de los mejores talentos para hacer la revolución de la educación en nuestro país que ha prometido el presidente Petro. Demasiados compromisos que si el ministro puede atender lo pondrían en la “pole position” de la sucesión presidencial.

En los años 90 Gaviria formó parte de una especie de Gaviriología en la que el apellido Gaviria era la aristocracia del momento: César era el presidente de la República y luego secretario general de la Organización de Estados Americanos. Carlos, que en paz descanse, el magistrado, el profesor emérito, el senador brillante, y el candidato presidencial de izquierda que más votos había obtenido hasta que el presidente Petro ganó la Presidencia. José Obdulio, alter ego del presidente Uribe, excelente contradictor de sus adversarios políticos. Aníbal el gobernador, quien logro superar tristezas familiares y confusiones judiciales. Juan Felipe, quien también nos dejó ;ingeniero y catedrático prestigioso; alcalde de Medellín, rector de universidad y ministro de Transporte. Víctor, el cineasta. Poeta y doctor en comunicaciones, sus películas lo elevaron en el firmamento del celuloide. En ese patriciado de los noventa surgió un pibe, ligeramente pretencioso, ingeniero y doctor en economía. Hablaba con suficiencia de las políticas estatales y escribía ensayos al mejor estilo de Estanislao Zuleta, filósofo consagrado a quien le tributa ilimitada admiración. Su nombre: Alejandro Gaviria, llegó al extremo de afirmar que Dios no existía. Palabras mayores que armaron un despelote de cuidado. Oriundo de un departamento muy católico, declararse ateo era una provocación y una herejía. Él, Gaviria, la matizó afirmando que no creía en Dios pero que sí creía en la espiritualidad y en un mandamiento fundamental, el amor al prójimo y se comprometió a defender la fe de las múltiples creencias de los colombianos.

Designado ministro de Salud en la administración de Juan Manuel Santos, se jugó para abaratar los medicamentos mediante la regulación de precios y el estímulo de la competencia. Demostró que los mayores precios no eran indicativos de mayor calidad y así se logró constitucionalizar la intervención del Estado en los precios y en las patentes de los medicamentos. Todo ello en medio de una grave crisis de salud personal que superó con fortuna.

Sin pelos en la cabeza ni en la lengua fue elegido rector de la Universidad de Los Andes. De entrada abrió la biblioteca de la institución a la comunidad y permitió que los jóvenes durmieran en el campus durante las protestas. Le tocó lidiar con la pandemia y con la transformación digital. Su paso por la universidad, como todo lo suyo, fue polémico incluyendo el abandono de la rectoría. Hace parte de las contradicciones que afectan a los grandes personajes de la historia. Se dedicó a la política y ese salto causó molestia entre directivos y estudiantes.

Aceptó una candidatura presidencial motivada por la juventud liberal inspirada en las opiniones del rector Gaviria para enfatizar en la necesidad de una universidad más conectada con la sociedad. Su candidatura presidencial, a pesar de ser un primíparo en política, creó grandes expectativas. El entusiasmo fue cediendo a las dificultades electorales por excesos de exclusividad, de celos, por aceptar respaldos de políticos non-santos. El garbo de sus planteamientos en plaza pública no impidieron el deterioro causado por las críticas de adversarios suyos en la competencia interna para escoger un candidato de la coalición que los llevara a la primera vuelta presidencial. El experimento no salió bien. Ya derrotado y libre de compromisos electorales lanzó su último alboroto: Colombia está sentada sobre un volcán y la elección de Petro podría llevar al país una explosión controlada. Podría ser mejor tener una explosión controlada con Petro que embotellar el volcán, el país está exigiendo un cambio. Este es el Alejandro Gaviria del futuro. Insistirá en la Presidencia de Colombia. Ha puesto los huevos -literalmente- en la canasta de la educación. Si le va bien a este ateo, se le abrirá el cielo.

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