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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

De goles y narcos

Se murió Escobar, pero el narcotráfico, como el dinosaurio de Monterroso, seguía ahí

El cuerpo sin vida de Pablo Escobar abatido por la policía en 1993.
El cuerpo sin vida de Pablo Escobar abatido por la policía en 1993.EPA

Fue hace veintinueve años. Dos días marcaron la historia de Colombia en aquel lejano 1993. Dos momentos que se celebraron con pitos, trompetas, banderas y arengas en las calles. No alcanzo a recordar cuál de los dos fue más feliz. No alcanzo a recordar cuál de los dos unió más a Colombia.

Primero fue una goleada 5-0 contra Argentina, que hizo creer a los colombianos que su selección de fútbol era la mejor del planeta y que pronto llegaría la copa mundial de la mano de aquellos muchachos, que hoy ya son abuelos.

Luego, semanas antes de la Navidad, se daría la segunda fecha: la muerte de Pablo Escobar, que hizo creer a los colombianos que por fin se acababa la pesadilla del narcotráfico y que con la caída del capo, por fin viviríamos en un país medianamente normal.

Llegó el Mundial de fútbol de 1994 y el aplaudido equipo fue eliminado en primera ronda. Adiós sueños de gloria. Adiós anhelada copa. Adiós Mundial. Ya será en cuatro años que alcancemos el Olimpo.

Se murió Escobar, pero el narcotráfico, como el dinosaurio de Monterroso, seguía ahí.

Después de Escobar vino el cartel de Cali. Después de ese vendría el del Norte del Valle. Después otro y otro y otro. Los capos caen asesinados o son capturados y extraditados a los Estados Unidos. Ya no hay celebraciones en las calles. El sueño de que se acabe la pesadilla del narcotráfico ya no desvela a nadie. Ya parece un imposible.

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Este 2022 vuelve a ponernos otra vez la historia en paralelo.

Hace unos meses, la selección de fútbol de Colombia volvió a quedar fuera del Mundial. Ya ni siquiera hubo primera ronda. En las meras eliminatorias la ilusión se hizo añicos. Los hinchas (entre los que no me cuento) piden cambios en la organización, exclaman que con los mismos de siempre no se va a llegar a ningún lado. Pero los mismos directivos de siempre siguen y seguirán ahí. Sin importar los escándalos. Sin importar los resultados. Son como tótems que impávidos ven naufragar las ilusiones de un país.

Hace unos meses, fue capturado el hombre más importante del cartel colombiano más importante del momento: el Clan del Golfo. El presidente Duque no dejó de compararlo con Escobar. No ahorró epíteto para calificarlo como la escoria que es. Y hace unos días, alias Otoniel emprendió su viaje a Estados Unidos, extraditado, listo para ponerse el overol naranja.

Ya nadie celebra. Porque como con el fútbol nada va a cambiar. Tras Otoniel llegará otro. Y luego otro. Y luego otro más. Ya no vale la pena celebrar que cae un capo, porque sabemos que surgirá uno nuevo que seguirá dándole vida a un negocio que jamás se va a acabar. Como la ilusión que tienen los colombianos de ver algún día a su selección llegar a la final de un Mundial.

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