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Susana Díaz, la señalada

La consejera de la Presidencia se perfila como el relevo de Griñán al frente de la Junta andaluza

Lourdes Lucio
SCIAMMARELLA

La apuesta de Griñán para relevarle, en unas primarias veraniegas, al frente a la presidencia de la Junta se llama Susana Díaz Pacheco (Sevilla, 1974). Esta mujer no deja indiferente a nadie. Nació para mandar y lo hace desde que entró en las Juventudes Socialistas de Andalucía, donde fue secretaria de Organización. Las Juventudes Socialistas de Andalucía no son comparables a otras. Es una organización compacta, grande, con implantación territorial y con mando en una comunidad donde sus mayores llevan gobernando 31 años. En opinión de los veteranos, allí se aprende lo peor de la política y no lo mejor, con música de Kill Bill 1 y Kill Bill 2.

Esa es su escuela, como la de otros muchos dirigentes que ahora están en la primera línea del PSOE andaluz, caso el actual vicesecretario general, Mario Jiménez. Si Díaz y Jiménez están donde están, se debe a que así lo quiso el todavía presidente de la Junta y secretario general del PSOE, José Antonio Griñán, cuando forzó, en la primavera de 2010, un congreso extraordinario para relevar a Manuel Chaves del partido.

Griñán siempre le ha reprochado a su antecesor que no apostara por el relevo generacional porque “no quiso, no pudo o no le dejaron”. A Díaz la situó Griñán de secretaria de Organización de la poderosa federación andaluza, donde hizo lo que le mandaron: desestabilizar algunas direcciones provinciales a golpe de cornetín para procurar una mayoría griñanista frente a los que algunos afines a Díaz y Jiménez llaman “los del Antiguo Testamento”, veteranos de la transición que iniciaron su carrera política con Felipe González y que todavía siguen en el oficio.

Díaz fue una de las muñidoras, porque también así se lo mandaron, de la candidatura de Carme Chacón en el último congreso federal frente a la presentada por Alfredo Pérez Rubalcaba. Griñan acariciaba entonces la idea de que la futura número dos de Chacón tenía que ser mujer, andaluza y se llamara Susana Díaz. La federación andaluza acudió dividida y Díaz, que sabe muchísimo de censos, se llevó una sorpresa cuando en el recuento final Rubalcaba logró imponerse por unos pocos votos de delegados. Dicen que a los pocos días se plantó en Ferraz, almorzó con Elena Valenciano, la vicesecretaria general, para decirle que se había limitado a hacer su trabajo y firmar la pipa de la paz, como hacen todos los políticos con vocación de mayoría. El apoyo a Chacón provocó la ruptura del PSOE de Sevilla donde era la secretaria de Organización del que fue su mentor, José Antonio Viera, al que luego relevó en 2012, como secretaria general.

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La candidata es licenciada en Derecho por la Universidad de Sevilla y ha trabajado siempre en la política. Fue concejal del Ayuntamiento hispalense desde 1999 hasta 2004, donde fue teniente de alcalde. Del consistorio pasó a la Carrera de San Jerónimo, durante la última legislatura de José María Aznar, y luego fue diputada en el Parlamento andaluz, desde 2008.

Tras las elecciones de marzo de 2012, José Antonio Griñán la nombró consejera de la Presidencia y de Igualdad. A diferencia de otros que ocuparon ese cargo, nunca nadie ha acumulado tanto poder y competencias como ella. No se sabe muy por qué desde su despacho se deciden hasta los nombres de los presidentes de las autoridades portuarias de Andalucía. Lleva el día a día de la relación con Izquierda Unida, a la que no pierde de vista ni un segundo. Ella fue una de las protagonistas del acuerdo de gobierno con IU y a diferencia de Griñán —al que le chirrían muchas cosas de sus socios comunistas—, ella tiene menos prejuicios ideológicos.

Díaz tiene ganada a pulso fama de mujer dura, rocosa, implacable con sus adversarios. Su disponibilidad es total: trabaja 24 horas los 365 días del año. Eso no quiere decir que no tenga aficiones. Fue catequista y es una mujer familiar que adora a su padre —fontanero del Ayuntamiento de Sevilla—, seguidora del Real Betis, taurina —su torero es Morante de la Puebla— y cuando se casó paseó en coche de caballos por Triana. No tiene hijos. Es directa con cualquier interlocutor y no se achanta ante los poderosos.

Díaz no tiene ningún pánico escénico cuando se sube a una tribuna a dar un mitin ante 20.000 personas. Es su ambiente natural, pero no le gustan las ruedas de prensa, aunque sea ante media docena de periodistas.

Desde que es consejera de la Presidencia ha intentado adquirir un perfil institucional, limar sus muchas aristas como mujer de partido criada con la música de las películas de Tarantino. Tiene ojo para rodearse de gente que le pueda ayudar en su carrera, hasta ahora siempre ascendente, y los que trabajan con ella dicen que sabe escuchar. Físicamente también ha cambiado: de la muchacha de pelo castaño oscuro rizado que se sentaba en un escaño en el Parlamento andaluz ahora luce una melena ondulada con mechas claras. Ayer entró en el salón de plenos exultante, con una sonrisa ancha y vestida de papisa, con una camisa blanca vaporosa. Cuando terminó la primera intervención de Griñán, muchos se acercaron al presidente, pero muchos más a la radiante consejera de la Presidencia, la mujer que, según algunos, de lo que más sabe es de contar censos de delegados.

En principio, no parece que vaya a tener rivales de peso, pero se empiezan a escuchar otros nombres. Entre ellos el del consejero de Agricultura, Luis Planas, quien ni negó ni confirmó que tuviera esas aspiraciones.

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