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El presidente perplejo

Rajoy, en pleno desgaste por la crisis, está sometido por la falta de apoyo a sus medidas en los mercados internacionales y por la enorme presión a que someten a España

Soledad Gallego-Díaz
Mariano Rajoy en el Congreso de los Diputados el 24 de abril.
Mariano Rajoy en el Congreso de los Diputados el 24 de abril. BALLESTEROS

Cuatro meses después de haber celebrado unas elecciones y de haber concedido la mayoría absoluta al Partido Popular y a su presidente, Mariano Rajoy, la sociedad española, según todas las encuestas, está profundamente desanimada y desconfiada. La avalancha de medidas de austeridad y recorte impulsadas por el Gobierno, con una grave repercusión social, no ha conseguido aportar algo de calma a los inversores extranjeros, y las malas noticias sobre la situación económica y financiera, el paro, por encima de los cinco millones y medio de personas, y la profundización de la depresión abruman a los ciudadanos. Día a día comprueban todo lo que es capaz de ir colocando sobre la mesa Mariano Rajoy para recuperar la confianza de los mercados sin que esa esperanza se traduzca en hechos y no en meros instantes de alivio.

 La economía es el centro de todas las miradas, pero simultáneamente aparecen problemas adicionales que enturbian todavía más la situación: el caso Repsol, los escándalos de corrupción, la debilidad de la Monarquía y, sobre todo, las dudas sobre el alcance de los cambios sociales que se están produciendo. ¿Los recortes en sanidad y en educación son coyunturales o la raíz de un nuevo modelo, introducido sin mayor debate al socaire de la crisis? ¿Las presiones sobre las comunidades autónomas para que respeten las políticas de austeridad encubren otras intenciones en relación con el modelo territorial?

La referencia en los momentos de profunda crisis suelen ser los presidentes del Gobierno, en quienes los ciudadanos han depositado su confianza. En el caso español, Mariano Rajoy se encuentra en una situación política excepcional porque tiene por delante cuatro años de mayoría parlamentaria absoluta y un panorama electoral despejado, una estabilidad que debería provocar la envidia de sus colegas europeos, sometidos muchos de ellos a inquietantes citas con las urnas en plazos mucho más cortos. Sin embargo, la imagen del presidente del Gobierno no ha conseguido afianzarse, ni dentro ni fuera de nuestras fronteras, en estos cien primeros, y angustiosos, días.

Los recortes impulsados por el Gobierno no han calmado a los inversores extranjeros, y abruman a los ciudadanos

Quienes le conocen creen que Rajoy está sinceramente sorprendido por la falta de apoyo que encuentran sus medidas en los mercados internacionales y por la extraordinaria presión, sin respiro, a que someten a España. El presidente se queja de que “alguna gente”, sobre todo fuera de España, no valora suficientemente la solidez y excepcionalidad de su posición política y no comprende por qué el primer ministro italiano, el tecnócrata Mario Monti, que no puede ofrecer esa misma estabilidad, parece despertar más confianza que él mismo.

“Soy yo, y es este Gobierno, el que puede hacer aprobar en el Parlamento, sin dudas ni temores, las medidas de ajuste que se vayan considerando necesarias, según vaya evolucionando la situación”, se vanaglorió ante un político socialista. De hecho, pocos Gobiernos europeos pueden hacer aprobar subidas de IRPF y del IVA y recortes de 10.000 millones de euros en sanidad y educación sin que se produzcan terremotos en sus respectivos Parlamentos.

En el entorno de Rajoy, mientras tanto, se preguntan cómo frenar el desgaste que sufre él y su Gobierno, ocho puntos en menos de cien días. No resulta fácil, no solo por la dureza de las medidas que está adoptando, sino porque los ciudadanos las perciben como improvisadas y apresuradas, al dictado de exigencias de mercados financieros y agencias de calificación. Miran asombrados cómo se dice una cosa un día y se hace otra al siguiente, sin que el presidente les ofrezca una explicación plausible o les convenza de que no se trata de una lamentable improvisación, sino de un escalonamiento estudiado.

Tampoco juega a su favor la propia personalidad de Rajoy. El presidente, de 57 años y con una larga carrera política, ha apostado siempre por la ambigüedad y la poca exposición pública. Nunca le ha preocupado mejorar su comunicación personal con los ciudadanos o asentar su liderazgo sobre su capacidad de convicción. Nadie recuerda una conferencia de prensa en la que Rajoy no se limitara a salir del paso. Básicamente, se ha presentado como un corredor de fondo, con capacidad de gestión.

Su contrastada capacidad para hacer jugar la indeterminación a su favor tropieza ahora con un escenario muy distinto, extraordinariamente difícil, en el que los ciudadanos abominan de la incertidumbre y buscan certezas. Es demasiado pronto para pensar siquiera en un cambio de Gabinete que permita la entrada en el equipo de un portavoz económico que transmita solidez y liderazgo, por encima de Cristóbal Montoro y de Luis de Guindos, ni mucho menos para mirar a la oposición, en la que, por otra parte, el PSOE no ha conseguido todavía, ni de lejos, reponerse de su catastrófica salida del poder.

Rajoy tiene cuatro años de mayoría absoluta y un panorama electoral despejado. Pero no consigue afianzarse

Así que algunos políticos populares intentan animar al presidente a reconsiderar su aislamiento y a mantener una mayor presencia fuera de las obligadas y esporádicas sesiones parlamentarias. “Rajoy es un conservador en sentido estricto, con aversión al cambio. Alguien que ha creído siempre que por no hacer nada, nunca pasa nada. Y se ha hecho cargo del país en medio de la peor crisis desde la democracia, en un escenario que le exige continuos cambios y, sobre todo, a una velocidad endiablada. Lo contrario a su naturaleza”, explica un político popular que trabajó a su lado en el partido y que es poco optimista sobre la posibilidad de que Rajoy cambie sus modos políticos y acepte una mayor proximidad a los ciudadanos.

Desde su punto de vista, no es justo atribuir al presidente del Gobierno una voluntad secreta de imponer un programa máximo del PP. “De hecho, Rajoy afirma continuamente que no le gusta casi nada de lo que está haciendo. No habla de modelos, ni de adelgazar el Estado, sino de una serie de cosas desconectadas y desagradables, pero necesarias para salir adelante. De alguna forma, se podría decir que legitima lo que está reformando”.

“Es cierto que las medidas no se amparan en un discurso ideológico liberal”, puntualiza un veterano diputado popular de raíz democristiana, “pero también que todas las normas que se están aprobando van en esa dirección concreta”. A su juicio, las reformas no son tanto consecuencia de una concepción básicamente ideológica del propio Rajoy como de las rápidas respuestas que se quiere dar a las presiones alemanas, en búsqueda de la ansiada recuperación de confianza, y del amplio margen que el presidente deja a sus ministros, “muchos de los cuales tienen sus propios prejuicios ideológicos”.

La opacidad del presidente del Gobierno y la dificultad para saber qué piensa y qué modelo de sociedad y de Estado desea (más allá de que sea eficiente y de que garantice la estabilidad presupuestaria) alimentan una continua confusión. Alarmado por las declaraciones de Esperanza Aguirre sobre el Estado de las autonomías, aprovechó su paso por el Senado para asegurar que no tiene intenciones de replantear el modelo territorial español, pero esa escueta declaración no ha servido para controlar las ambiguas y reiteradas incursiones de ministros, diputados y seguidores en ese tema, en momentos delicados, especialmente por la situación en Cataluña.

Agobiado por los asuntos económicos, el presidente del Gobierno no parece prestar demasiada atención a la evolución política en Cataluña, donde Convergencia i Unió ha logrado polarizar todo el debate en torno al llamado “pacto fiscal” (fórmula semejante a la del Concierto vasco). Los catalanes tienen la impresión de que se han convertido en los conejillos de Indias de los recortes sociales y, según las encuestas, asumen cada vez más que sus dificultades proceden de su falta de soberanía fiscal.

Arenas es muy cercano al presidente, es un hábil negociador. Rajoy desea encomendarle la dirección efectiva del PP

La presión soberanista ha creado una dinámica que preocupa a muchos analistas, especialmente ante la simultánea pérdida de importancia de los socialistas catalanes como fuerza integradora. El PSC, después de fracasar en su apuesta por Carme Chacón como secretaria general del PSOE, está muy debilitado y tiene por delante un complicado trabajo interno de recomposición electoral. “A Carme no le dan ni agua en Madrid”, asegura un parlamentario que apoyó su candidatura, “y tampoco puede jugar ahora un papel en Barcelona, pero algunos esperamos que vuelva a poner en pie una plataforma, en algún momento”. El hecho de que el nuevo secretario de los socialistas catalanes, Pere Navarro, alcalde de Terrassa, no sea diputado en el Parlament de Catalunya dificulta la ansiada “reconversión” del PSC, preocupado ante la posibilidad de que el presidente de la Generalitat, Artur Mas, adelante las elecciones autonómicas a 2013.

Quienes le rodean aseguran que el presidente del Gobierno está “completamente dedicado” a los temas económicos, que le absorben todo el tiempo, y que los temas más “políticos” están en manos de la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría. Esta no ha buscado hasta ahora un perfil propio dentro del PP, sino que ha optado por una faceta claramente de gestión gubernamental, que le concede mucho poder real en el día a día, pero que no le permite controlar el partido y las tendencias y movimientos internos.

Por eso, explica un antiguo dirigente popular, es probable que Javier Arenas vuelva a Madrid. Arenas está muy próximo al presidente del Gobierno y es un hábil negociador, al que Rajoy quiere tener cerca y encomendar la dirección efectiva del PP, sin por eso despojar a Dolores de Cospedal de su cargo formal como secretaria general. El político andaluz podría encomendarse también a controlar los eventuales movimientos dentro del partido, en el que, de momento, solo se aprecia un candidato “presidencial”: Alberto Ruiz-Gallardón. “Un programa tan combativo ideológicamente como el que ha planteado en el Ministerio de Justicia se explica más fácilmente en términos de programa interno que de auténtica propuesta de Gobierno”, explica un exministro popular.

“Mariano Rajoy tiene razón cuando afirma que no hay ahora ningún presidente del Gobierno en Europa con un panorama electoral tan despejado como el suyo”, continúa el exministro. Las únicas elecciones pendientes que le podrían inquietar serían las gallegas (primavera de 2013), porque en las elecciones vascas el PP no se juega nada como partido. Tampoco hay muchos que cuenten con una oposición tan debilitada.

El pésimo inicio de legislatura, reconocen en el PP, no ha tenido más costes porque el PSOE no ha tenido todavía tiempo de rehacerse. Los resultados en Andalucía y en Asturias tuvieron un efecto anestesiante y le dieron algo de tranquilidad a Alfredo Pérez Rubalcaba, que había salido desdibujado de su contienda por la secretaría general y de los primeros congresos regionales, pero el partido aún permanece bajo mínimos, muy cerrado en sí mismo. Además, el pacto en Andalucía con Izquierda Unida plantea más problemas de los que el PSOE reconoce, porque funcionará como un escaparate de lo que puede hacer realmente “un Gobierno de izquierda” en las actuales circunstancias.

Para el PSOE, como para el PP, lo fundamental es la evolución de la situación económica y el efecto de arrastre que puedan tener movilizaciones sociales espontáneas. Los populares, en particular, retienen el aliento a la espera de una eventual reacción de los estudiantes ante la subida de las tasas universitarias y los recortes en educación.

Ni unos ni otros quieren realmente ningún tipo de pacto en el área económica, salvo el muy discreto que ayude a solucionar el grave problema de capitalización del sistema financiero. Pero en los demás capítulos, ni los socialistas ni los populares creen en el efecto benéfico de las apariciones conjuntas ni en la posibilidad, al menos por ahora, de evitar confrontaciones en temas económicos esenciales. “Los dos partidos mayoritarios tienen que tener cuidado”, analiza la socióloga Belén Barreiro, “porque, de momento, lo que pierde el PP no lo gana el PSOE, sino que lo capitalizan otros pequeños partidos, como ha sucedido en Grecia”.

El pésimo inicio de legislatura no ha tenido más costes para el PP porque el PSOE aún no ha podido rehacerse

De hecho, ninguna de las fuentes consultadas, ni en el PP ni en el PSOE, creyó posible ni tan siquiera un pacto institucional que ayudara a prestigiar las deterioradas instituciones españolas, como el Tribunal Constitucional o el Consejo General del Poder Judicial. Mucho menos llegar a un acuerdo para mantener la profesionalidad de RTVE. Todo presagia meses de nuevos enfrentamientos y acusaciones mutuas.

“El PSOE necesita dedicarse intensamente a la vida parlamentaria, por un lado, y a su recomposición interna, por otro”, explica un dirigente socialista. El debate parlamentario debería tener un fuerte protagonismo en esta legislatura, pero la realidad es que las primeras sesiones han brillado precisamente por lo contrario. “Nuestro grupo parlamentario tiene un nivel inferior al de otras legislaturas”, reconocen palmariamente algunos diputados veteranos, tanto en el PP como en el PSOE. Para muestra, el lamentable debate general de presupuestos, en el que el Grupo Popular redujo lo que debería haber sido una importante sesión de posicionamientos y explicaciones a una mera sarta de acusaciones groseras contra el Gobierno anterior, sin que el Grupo Socialista supiera salir de la encerrona.

“Necesitamos que entren bastantes más células grises”, reconoce un dirigente socialista. Por el momento, Rubalcaba, del que absolutamente todo el mundo en el PSOE cree que será el candidato presidencial llegado el momento, sin candidato alternativo posible, ha encargado la preparación de tres conferencias sobre tres temas esenciales. La primera, sobre las relaciones del partido con la sociedad, la celebración de primarias, cómo promocionar el mérito y las relaciones con simpatizantes y votantes, será organizada por Óscar López, el secretario de Organización. La segunda, sobre temas estrictamente políticos, como la regulación de la Monarquía, las relaciones con la Iglesia y con la sociedad o la defensa de la democracia, correrá a cargo de Ramón Jáuregui.

La tercera conferencia socialista, que se pospondrá significativamente hasta después de las elecciones alemanas, se dedicará a propuestas económicas y su organización no ha sido encomendada todavía a nadie. Quizá porque Rubalcaba no ha decidido todavía si quiere tener un portavoz económico fuerte, que pueda protagonizar el debate en los próximos meses, o si hace lo mismo que Rajoy y se sitúa como referente. Muchos dirigentes del PSOE prefieren la designación de un único portavoz económico, muy potente, porque temen que el silencio de Rajoy termine por provocar el silencio de Rubalcaba o, en el mejor de los casos, que su secretario general se vea permanentemente enzarzado en un debate con los dos ministros del ramo.

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