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Hillary Clinton prepara la batalla contra Trump

La movilización de las clases trabajadoras blancas, clave en las presidenciales de noviembre

Marc Bassets
Hillary Clinton en campaña en Minneapolis (Minnesota)
Hillary Clinton en campaña en Minneapolis (Minnesota)JONATHAN ERNST (REUTERS)

El Partido Demócrata soñó durante meses con que Donald Trump fuese el nominado republicano para las presidenciales de noviembre. Con su zafiedad retórica y su ideología xenófoba, era, para la favorita demócrata, Hillary Clinton, el rival ideal: un extremista que a ella le permitiría ocupar el centro y movilizar a las minorías, asustadas por la hipótesis de una presidencia de Trump. La campaña sería un paseo triunfal. Ahora, cuando la nominación del magnate neoyorquino se hace más verosímil, los cálculos cambian. Como han comprobado los republicanos, despreciar a Trump es un peligro.

La campaña en EE UU se desarrolla en dos pistas paralelas. En una, los candidatos de cada partido pelean entre sí por la nominación: un proceso que culmina en julio tras seis meses de elecciones primarias y caucus (asambleas electivas). En la jornada del llamado Supermartes votaron una docena de Estados. Trump y Clinton fueron los vencedores.

En la otra pista, los candidatos piensan ya en las elecciones generales del 8 de noviembre, cuando se enfrenten el nominado demócrata y el republicano. Y actúan como si estuviesen en campaña.

Los republicanos, indistintamente, atacan a la ex primera dama y ex secretaria de Estado Clinton como si ya fuese la nominada. Hasta ahora, Clinton y su rival demócrata, el senador por Vermont Bernie Sanders, raramente personalizaban sus ataques a los republicanos con vistas a las presidenciales. No había un favorito claro, una persona a la que atacar.

Todo ha cambiado con la serie de victorias de Trump en el primer mes de primarias y caucus y su consolidación como favorito republicano. La hipótesis de que sea el candidato no es descabellada. Los rivales republicanos y figuras prominentes del partido le atacan virulentamente por sus posiciones erráticas y sus insinuaciones racistas. También los demócratas. Escuchándoles estos días, parece que sea el nominado.

Teoría y práctica

“No necesitamos volver a hacer grande a América. América nunca ha dejado de ser grande”, dice Clinton en los mítines, en alusión al eslogan electoral de Trump, cuya principal propuesta de campaña es construir una muralla entre México y EE UU. “En vez de construir muros”, añade Clinton, “debemos derribar barreras”.

“Todavía no me he centrado en Clinton”, dijo Trump el martes en la cadena ABC. “Lo que le puedo decir es que la persona contra la que Hillary Clinton no quiere competir soy yo”.

La teoría es la contraria. Trump es un candidato heterodoxo, sin experiencia, con posiciones muy alejadas de la centralidad de EE UU. Un antecedente podría ser Barry Goldwater, el senador por Arizona nominado en 1964 contra el deseo de las élites republicanas de la costa Este que acabó humillado en las presidenciales por Lyndon Johnson. Goldwater sólo ganó en cinco Estados del Sur y en Arizona.

Según esta teoría, Trump no sólo asustará en noviembre a los votantes centristas, que apoyarán en masa a Clinton. También servirá al Partido Demócrata para atraer a las minorías, en especial a la más pujante: los latinos. Con Trump como candidato republicano, los demócratas, además de una victoria rotunda en las presidenciales, podrán recuperar el control del Congreso, puesto que los votantes moderados asociarían a los congresistas con Trump y los repudiarían.

Esta es la teoría, pero en el campo de Clinton, como recordaban ayer varios diarios estadounidenses, nadie da nada por seguro ni quiere confiarse. Una vez Trump sea nominado —si es que llega a serlo—, sólo estará a un paso de la Casa Blanca. Nada es controlable entonces. Un atentado terrorista o un escándalo transformarían la campaña.

Trump ha demostrado en el pasado su talento camaleónico: ha sido demócrata y republicano, favorable y contrario al derecho al aborto, crítico con el presidente Ronald Reagan (el santo patrón del Partido Republicano) y reaganiano devoto.

Ya en las primarias ha asumido políticas moderadas, en cuestiones como los recortes sociales, o alineadas con la izquierda demócrata en la política comercial. Podría desplazarse más al centro. En su esencia, dice, es un negociador. Una parte de sus votantes —las clases trabajadoras blancas golpeadas por las deslocalizaciones, la globalización y la erosión de la clase media— responden al perfil de los demócratas de Reagan: votantes del Partido Demócrata que, inquietos por el pacifismo de los años setenta y la revolución de los derechos civiles, en los ochenta se pasaron al Partido Republicano. Es un votante antielitista, y los Clinton —Hillary y el expresidente Bill— encarnan como pocos el establishment.

En la última década, mientras aumentaba el voto de las minorías en las presidenciales, el voto blanco ha bajado. Trump cree que existe un caladero de votos por movilizar. La batalla no será sólo por los latinos, cada vez más decisivos, sino también por los blancos.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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