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Los demócratas llegan rezagados a las legislativas pese al repunte económico

Los republicanos aspiran a tomar el control del Senado de Estados Unidos tras las elecciones del 4 de noviembre

El presidente Obama en el Despacho Oval.
El presidente Obama en el Despacho Oval.BRENDAN SMIALOWSKI (AFP)

A tres semanas de las elecciones legislativas en Estados Unidos, el pesimismo se adueña del Partido Demócrata de Barack Obama. La economía crece y el paro baja, pero la mayoría de los norteamericanos no atribuye el mérito a Obama. La primera potencia, en retirada durante los últimos años, encabeza una coalición internacional contra los insurgentes suníes en Oriente Próximo, pero aliados y adversarios del presidente arrojan dudas sobre su liderazgo.

El Partido Republicano, mayoritario en la Cámara de Representantes, aspira a hacerse con el control, tras las elecciones del 4 de noviembre, del Senado, ahora de mayoría demócrata. Si lo logra —y las probabilidades son altas, según los sondeos—, los republicanos dominarán las dos Cámaras del Congreso durante los dos últimos años de la presidencia de Obama, que en 2009 llegó a la Casa Blanca con la promesa de unir a los norteamericanos y transformar la manera de hacer política en Washington.

Las elecciones son la última ocasión de los republicanos para doblegar al presidente antes de que abandone el poder y convertirlo definitivamente en un pato cojo, un líder sin capacidad de acción y con poco más poder que el de sus discursos.

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Los republicanos cargan en la campaña contra el presidente demócrata: hasta aquí, nada inusual. Lo llamativo es que los demócratas le esconden y evitan que se les asocie con sus políticas. Norma número uno para todo candidato del Partido Demócrata: conviene mantenerse lejos del presidente. Como mínimo, cuando los focos estén cerca. Y número dos: nada de reivindicar los éxitos de Obama como los datos económicos y la ampliación de la cobertura sanitaria a millones de personas que carecían de seguro médico. Cuanto más lejos, mejor.

John Foust, de 63 años, es uno de los candidatos del Partido Demócrata con posibilidades de ganar un escaño en la Cámara de Representantes. Hay pocos como él en este año adverso. Es viernes por la noche y Foust acaba de dirigirse a un grupo de simpatizantes en una vivienda en un barrio residencial de Sterling, un pueblo en el disputado distrito 10 de Virginia, a 45 kilómetros de Washington. Aquí, en este tipo de reuniones y otros encuentros a pie del terreno, es dónde se juegan las campañas para las legislativas. El candidato baja al subterráneo para hablar con un periodista.

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—¿Le gustaría que el presidente Obama hiciera campaña por usted?

La desmovilización del voto tradicional demócrata juega a favor de la derecha en las elecciones

—Sí. Pero no creo que lo haga —responde el candidato.

—¿Por qué?

—No debería decir que no creo que lo haga. Diré sólo que no veo motivo alguno para creer que lo hará. Está bastante ocupado. Ha hecho algunos actos para recaudar fondos, creo. Pero venir a hacer campaña para un escaño en particular del Congreso… Me encantaría que viniera Bill Clinton, por ejemplo.

La oposición republicana define la cita electoral como un referéndum: Obama sí o no

Mientras que nadie reclama a Obama —si no es para recaudar fondos en actos privados—, Clinton es uno de los teloneros más requeridos en los mítines de los candidatos.

Los números favorecen al Partido Republicano. El partido de la oposición suele partir con ventaja en las midterms: estas elecciones, que se celebran a medio mandato presidencial, no son sólo al Congreso: también se eligen, entre otros cargos, 36 gobernadores. La impopularidad de Obama y la desmovilización en las legislativas de las minorías y jóvenes ayuda a la derecha. La configuración de los distritos y una fuerte concentración del voto demócrata en las ciudades dispara el valor del voto republicano: en 2012 los candidatos demócratas recogieron 1,4 millones de votos más que los republicanos en las elecciones a la Cámara de Representantes, pero estos lograron 33 escaños más.

Para los republicanos, el 4 de noviembre sirve para castigar a un presidente que, en su opinión, ha llevado a EE UU a una deriva socialdemócrata y que ha debilitado la posición del país como potencia hegemónica.

Michael Barone, coautor del exhaustivo Almanaque de la política americana, lleva décadas cubriendo campañas y analizando los resultados. Adscrito a American Enterprise Institute (AEI), el laboratorio de ideas conservador de referencia, Barone cree que, si en 2010 y 2012 los republicanos no conquistaron el Senado, fue por la debilidad de algunos de sus candidatos, demasiado próximos al sector más excéntrico del movimiento populista Tea Party. Hasta el 2011, los demócratas controlaron las dos cámaras del Congreso: el Senado y la Cámara de Representantes. Desde entonces, cuando los republicanos obtuvieron la mayoría de la Cámara de Representantes, las principales iniciativas del presidente Obama han topado con el bloqueo republicano.

La elección se disputa en un momento de miedos, al ébola y a los yihadistas

“Estas elecciones, como la mayoría de nuestras elecciones, como las últimas elecciones, son un referéndum sobre la expansión del tamaño del Estado con la Administración Obama y con el Congreso del demócrata Obama”, dice Barone. “Éste es el tema republicano”.

Para los demócratas es más complicado. El aumento del salario mínimo o la defensa de los derechos reproductivos de las mujeres son argumentos de los demócratas ante un Partido Republicano bajo el influjo del Tea Party. Para candidatos como Foust, el tema es la parálisis del Congreso, atribuible en gran parte a la radicalización del Partido Republicano, como argumentan en su ensayo Es peor de lo que parece dos observadores imparciales como Thomas Mann, del think tank Brookings Institution, y Norman Ornstein, de AEI.

“El Congreso de EE UU solía funcionar muy bien”, dice Foust. “Elecciones como esta son una oportunidad para enviar a Washington a alguien que ha demostrado capacidad para resolver los problemas con sentido común”. Sentido común frente a ideología: éste, y no Obama, es el argumento central de su partido. En una época de desigualdades crecientes y miedos globales —el ébola o el yihadismo— nadie, ni los suyos, se atreve a exhibir al presidente. El aura se ha marchitado. Muchos candidatos simplemente no quieren que se les vea cerca de él.

“En algunas campañas sospecho que esto debe ocurrir”, admite el candidato Foust en Virginia. “Yo no tendría ningún problema. Le daría la bienvenida si quisiera venir a mi distrito”.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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