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domingo | reportaje

El poeta de la pancarta

El francés Voltuan ha recorrido las manifestaciones contra la austeridad de toda Europa Hoy celebra en Madrid el segundo aniversario del 15-M con sus consignas en letras de colores

El activista Jean Baptiste Redde, 'Voltuan'.
El activista Jean Baptiste Redde, 'Voltuan'.Sebastien Dolidon

Mide 1,92 y la envergadura de sus brazos le permite sujetar carteles muy grandes, de 1x1,40 metros. Además es poeta y maestro de escuela, lo que seguramente le ayuda, por un lado, a sintetizar sus ideas en lemas muy cortos y, por otro, a escribir con rotuladores gruesos (marca Posca) sobre la cartulina Kadapak. Jean-Baptiste Redde, Voltuan para la lírica y la protesta callejera, ha encontrado en las pancartas (un grito en mayúsculas de tres o cuatro colores) una nueva forma de expresión que quizá podría llamarse el grafiti ambulante. Su afición a manifestarse, curtida a lo largo de las últimas dos décadas, es su manera de estar en la vida, y le ha dado una creciente fama visual. Si se repasan las imágenes de las grandes manifestaciones europeas contra la clase política, los recortes y la troika de los últimos años, Voltuan siempre aparece. Como ¿Dónde está Wally?, pero con bastante más facilidad gracias a su estatura, su gorrito a rayas amarillo y negro y su habilidad para ponerse en el punto de mira de los fotógrafos. Con el Movimiento 15-M en Madrid, con los rescatados de Atenas, los indignados de Londres, Bruselas o París, ahí está siempre Voltuan. Es el hombre-pancarta, un emblema gráfico del malestar social que recorre Europa contra la política ultraliberal impuesta por los conservadores y tolerada por los socialdemócratas.

Redde cita al reportero en la plaza de la Sorbona, escenario mítico de las revueltas de Mayo del 68. Allí, en un agradable café llamado L' ecritoire, y a veces en un pequeño hotel cercano llamado Ruas, Voltuan fabrica sus pancartas y planea sus próximas apariciones. Cuenta que ha venido directo desde su casa de la Borgoña y que se ha levantado a las seis para tomar el tren. En una mochila de cuadraditos de colores pastel trae su currículo: su antología poética Amour à vif (Amor en el borde) y las páginas de periódicos y revistas que han publicado sus fotos. Hay diarios españoles, griegos, ingleses, franceses… Y sus pancartas políglotas, muchas de ellas escritas en un castellano dubitativo: “Urgencia social y ambiental”, “Para verdaderas democracias”, “Élites cortadas del pueblo”, “Escuchad la ira del pueblo”, “Compartamos las riquezas”, “Levántate, pueblo explotado”, “Por la VI República” (esta es de hace unos días: la sacó en la manifestación del Frente de Izquierda contra la austeridad en Francia).

Lo primero que sorprende de Redde es su sonrisa, su carácter afable y jovial. Hace tiempo que dejó atrás la juventud, pero mantiene un entusiasmo adolescente. Si se le pregunta la edad, dice que “eso no importa, solo importa el corazón”. Indagando más, cuenta que nació en Le Mans, “aunque eso tampoco importa”, y que tiene más de 50 años. Lleva el pelo rizado, cortado a lo paje y teñido con mechas de color cerezo. Es enjuto y largo, tiene las piernas como alfileres, el mentón huesudo, los ojos despiertos y dedos de pianista. Lleva unos vaqueros viejos y un chubasquero blanco con dos pintadas marca de la casa: por delante, “Stop”; por detrás, “Help the Syrian people” (ayuden al pueblo sirio).

Ninguna causa justa o perdida le es ajena. Su discurso es poco elaborado, a ratos un caos, pero resulta imposible no sentir empatía: detrás de cada palabra hay sencillez, franqueza, corazón. “Debemos poner en el combate todo lo que les falta a los políticos”, dice. A medias monje franciscano y perroflauta global, su pasión le añade autenticidad. “Soy de izquierdas, anarquista, vegetariano, creyente y anticlerical, y solo intento reivindicar cuatro cosas: la justicia social, el respeto al medio ambiente, a los seres humanos y a los animales. Me pone enfermo la explotación de los pobres, la miseria, la destrucción del planeta y los malos tratos a los animales. No podemos seguir así”.

Voltuan cuenta que lleva casi una década haciendo sus pancartas, pero fue en Madrid, hace dos años, donde se convirtió en un indignado global. “Llegué en el tren a Atocha, cogí el metro a Sol y me recibieron como a un hermano. La gente me daba abrazos y besos, los españoles son gente muy cálida. Aquí lo somos menos, ¿verdad? Yo antes era más nórdico, pero Madrid me enamoró. Estar con esos chicos es emocionante; te sientes en un mundo distinto, es una fiesta democrática”, dice enseñando el cuaderno donde anota las palabras españolas que ha ido aprendiendo.

Hoy estará en Madrid otra vez para festejar el segundo aniversario del 15-M. “Llevaré una pancarta que pone ‘Humanos, no rentables’. La humanidad está siendo explotada por unas élites que viven en una burbuja y que consideran que los que no son rentables no tienen sitio. Como dicen en Madrid, eso ‘no es una crisis, es una estafa’. Vivimos un momento crucial, y solidaridad es la palabra clave. Los artistas y los economistas que lo saben ayudan mucho. Joseph Stiglitz, Tony Gatlif, Naomi Klein, Almodóvar, Viviane Forrester, que murió hace poco, y Pierre Bourdieu, que denunció la barbarie liberal, han conseguido que mucha gente se conciencie. Eso es una novedad muy grande”.

Su modelo es Stéphane Hessel, y cuando hace unos meses murió el autor de ¡Indignaos!, Voltuan fue al entierro con una pancarta que decía: “Gracias, Stéphane Hessel”. El poeta cree que los indignados no deben hacer la revolución. “Deben convertirse en partidos políticos de honestos para renovar la clase política. El 15-M es un movimiento muy adulto, responsable, maduro y coherente. Pero si hay incidentes, los medios y los políticos solo hablarán de eso y desviarán la atención del mensaje importante: las finanzas sin reglas y la corrupción política van juntas; el 1% más rico del planeta decide por el 99%, y el dinero que debería pagar la deuda sigue escondido en los paraísos fiscales”.

Voltuan —un seudónimo que simboliza su afición a Nerval y Novalis— piensa seguir dedicado al 100% a sus pancartas y su poesía. “Desde hace varios meses tengo tendinitis en los dos brazos. Los carteles no pesan demasiado, pero alzarlos durante muchas horas es duro. No voy al cine, no tengo coche, no tengo hijos, vivo solo, y lo que gano lo dedico a protestar. Protesto por los vivos y por los muertos que no pudieron encontrar la libertad, por los desahuciados y los que se suicidan por la crisis, por los animales que nos miran en silencio. El ser humano lo hace todo al revés. Los indignados hacen el mundo mejor”.

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