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Europa en crisis

La UE teme el avance de los eurófobos

Durão Barroso: “Europa será abierta y democrática o no será; los grandes partidos tradicionales deben tomar la iniciativa para no doblar la rodilla ante los antieuropeos”

Claudi Pérez
David Cameron (derecha) y Angela Merkel en una rueda de prensa en Berlín en junio de 2012.
David Cameron (derecha) y Angela Merkel en una rueda de prensa en Berlín en junio de 2012.Clemens Bilans (DAPD)

Quien interprete la crisis de Europa como una crisis esencialmente económica puede estar quedándose ciego para lo que de veras está en juego: el auge de una extraña coalición de los euroescépticos de siempre con eurodesencantados, eurohostiles y eurodesheredados de nuevo cuño. Populismos, extremismos y nacionalismos dejan un susto tras otro, una sucesión de desagradables sorpresas en las últimas citas electorales.

La última mutación de la crisis, esta vez eminentemente política, ha conseguido sembrar una notable inquietud en Bruselas, que teme la aparición de nuevos partidos en esa línea. “Europa será abierta y democrática o no será; los partidos tradicionales europeos deben tomar la iniciativa para no doblar la rodilla ante los euroescépticos y los antieuropeos”, avisó ayer el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, cuyo titubeante liderazgo, plegado al inquietante poderío de Berlín, es señalado en algunos círculos como una causa de ese fenómeno.

Pero primero los hechos. El excanciller británico Nigel Lawson, un antiguo europeísta en un país de eurófobos, declaró ayer que Reino Unido “debe abandonar la UE”. El ultraderechista UKIP acaba de consolidar su espacio en la escena electoral británica en las municipales, no muy lejos de conservadores y laboristas. Y en la próspera y tradicionalmente eurófila Alemania, el partido Pirata y una nueva formación antieuro ganan peso en las últimas encuestas. Oskar Lafontaine, ferviente defensor de la moneda única cuando era uno de los líderes del SPD, aboga ahora por una salida alemana del euro.

El talón de Aquiles es que las clases medias lleven a las urnas su desencanto

Y así ad infinitum: es difícil —y en algún caso posiblemente injusto— meter en el mismo saco a movimientos muy diferentes, pero Italia (y su antipolítico Movimiento 5 Estrellas), Grecia (con los neonazis de Aurora Dorada), Holanda (10% de los votos para la plataforma antiislamista de Geert Wilders), Bélgica (8% para el extremista Filip Dewinter), Hungría (con un Gobierno ultranacionalista que desafía a las instituciones europeas), Finlandia (los Auténticos Finlandeses lograron un 20% de los votos en 2011), Austria (el partido antieuropeo de un excéntrico multimillonario ha acumulado en torno a un 10% de los votos en varias regiones), Dinamarca, Suecia y muchos otros países dejan el continente con cada vez menos excepciones a esa corriente. Hasta el punto de que el filósofo Jürgen Habermas aseguró hace unos días en Lovaina que lo único que une a los ciudadanos en estos momentos “es un euroescepticismo que se ha acentuado durante la crisis en todos los países, aunque en cada país por razones diferentes y a veces opuestas”.

Las fuentes consultadas en las instituciones europeas coinciden, a grandes rasgos, con ese juicio sumarísimo de uno de los intelectuales de referencia en el continente. “El caso de Reino Unido tal vez sea algo distinto: hay un trasfondo político más sólido, más arraigado, y en todo caso los británicos tendrán que votar en última instancia y atenerse a las consecuencias de su decisión”, explica una fuente del Consejo. “Pero lo preocupante es ese amplio espectro de extremismos de izquierdas y derechas, nacionalistas y antieuropeos: síntomas de una enfermedad de difícil curación mientras siga la crisis”, según la misma fuente. Josep Borrell, expresidente del Parlamento Europeo, señala directamente a la Comisión (“una especie de secretaría técnica del Consejo”), a las recetas contraproducentes para salir del agujero (“que están ampliando peligrosamente las fisuras entre el núcleo y la periferia”), y augura males mayores si no se produce un giro en esa política de austeridad calvinista que solo ahora empieza a despuntar en el horizonte: “Hay una gran responsabilidad en el auge de esos extremismos en las instituciones europeas. Ese repliegue hacia el egoísmo nacionalista en plena crisis es un clásico, pero de seguir así el riesgo es salvar el euro para cargarse Europa; unos cuantos años más en esa línea y veremos cosas muy raras”.

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Las buenas noticias son que pese a la crisis, pese al goteo continuo de recortes, a pesar de los pesares los tradicionales partidos proeuropeos siguen conservando el poder, apunta el analista Charles Kupchan, del Centro de Relaciones Exteriores. “Las malas noticias son que el ascenso de nuevos partidos más radicalizados y generalmente antieuropeos y el fin de un bipartidismo que ha durado décadas abren una era de incertidumbre”, prosigue. “Cuando alguno de esos partidos alcance el poder, y eso es cuestión de tiempo, el proyecto europeo estará en peligro. Eso puede suceder incluso en el núcleo de Europa: en Francia, con Le Pen o Mélenchon, que podrían hacer aún más patente la brecha que se abre entre la UE y los ciudadanos”.

El riesgo es salvar el euro para cargarse Europa Josep Borrell, expresidente del Parlamento Europeo

El talón de Aquiles europeo es en realidad un cóctel variopinto de déficit democrático, fragmentación Norte-Sur y una gestión de la crisis dolorosa —basada en aquella máxima thatcherista: no hay alternativa— para unas clases medias que vuelcan un desencanto creciente en las urnas, cada vez que hay elecciones. “Los partidos de derechas no aplican lo que prometían en los programas, como demuestra el caso español. Los partidos socialdemócratas siguen inmersos en una crisis que dura ya más de una década, y que de nuevo España ejemplifica perfectamente”, apunta un diplomático.

Lo que se juega Europa, en fin, es evitar el hundimiento de los valores europeos —apertura al mundo, libertad, democracia— y dar respuesta a cambios fundamentales y a grandes desafíos sin caer en la xenofobia, en la violencia, en los viejos fantasmas. La globalización, la inmigración y el cambio tecnológico están haciendo la vida política mucho más compleja: las tradicionales recetas del centro izquierda y el centro derecha no acaban de funcionar. La política es una negociación perpetua con las sorpresas que depara la realidad: el contrato social que era el Estado del bienestar se está rompiendo con la sensacional excusa de la crisis, que pone al descubierto sus costuras, sus límites, con Europa inmersa en una dulce —o no tan dulce— decadencia. “Los votantes empiezan a buscar respuestas fuera de ese bipartidismo, porque las que les han dado hasta ahora no son convincentes. Y los más confundidos pueden encontrar atractivos los mensajes simplistas de las fuerzas populistas”, cierra Katinka Barysch, del Center for European Reform.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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