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Columna
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Romper la conversación

Los bandos en liza habitan en realidades paralelas sin intención de abrir procesos de reflexión y convicción mutuas

Máriam M-Bascuñán
Asistentes al acto convocado por el Pacto Nacional por el Referéndum, en el Palacio de Congresos de Barcelona.
Asistentes al acto convocado por el Pacto Nacional por el Referéndum, en el Palacio de Congresos de Barcelona. Albert Garcia

El referéndum fantasma se acerca y las posiciones siguen congeladas: aquellos que apelan al bloque constitucional frente a quienes recurren al pueblo para generar una ruptura institucional. El absurdo aquí es que voluntad popular y derecho son pilares indisociables a la democracia: ni esta representa únicamente la expresión electoral de una mayoría aritmética, ni se limita a un orden establecido de una vez y para siempre, eludiendo su revisión deliberativa.

Lo que se ha roto es la conversación pública. Los bandos en liza habitan en realidades paralelas sin intención de abrir procesos de reflexión y convicción mutuas. Encerrados en una verdad tiránica, han terminado por cercenar el terreno de lo posible: la negociación, el mutuo acuerdo, la apertura, la propuesta, la imaginación. La desaparición de la dimensión comunicativa de la política provoca un daño crucial en la democracia porque quiebra la relación pública y acaba disolviendo el lazo social.

Mejor no ser ingenuos; esto ya no va de política, sino de amortiguar daños. La desbocada teatralización del independentismo supera cualquier lógica de la confrontación y ha devenido en pura dictadura de la mayoría, poniendo en serio riesgo las libertades y derechos individuales. Al saltar fuera de cualquier comunidad de comprensión, han vaciado de contenido ese sentido común, de todos, que necesitaríamos para deliberar juntos. Sin esa apertura política no es necesario someterse a la fuerza del mejor argumento o al escrutinio de un pluralismo razonable. Porque irrazonable no es el que tiene ideas locas, sino quien no está dispuesto a hablar en la misma medida que escucha.

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Sin embargo, no hay comunicación posible si alguien no efectúa el primer movimiento, un gesto de responsabilidad sin promesa de reciprocidad que correspondía al Gobierno y que jamás se produjo. El desconcertante Maquiavelo que habita en Rajoy le conduce a procrastinar, a ocultar las cartas para no revelar su juego, a dilatar decisiones para obtener rédito de la incertidumbre creada. Aunque señalar al Gobierno ahora se llame “equidistancia”, en algún momento deberá rendir cuentas por la magnitud del destrozo. @MariamMartinezB

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