Maribel Verdú, Jose Mota y Maria Jesús y su acordeón: ‘Abracadabra’ es la comedia negra de la temporada
Tras el elegante ejercicio de estilo de su Blancanieves muda y en blanco y negro, Pablo Berger dirige una marcianada protagonizada por Antonio de la Torre
Imaginen a Maribel Verdú como una ama de casa que vive en el extrarradio, con su indumentaria choni incluida. Y que su marido sea Antonio de la Torre en su versión de macho ibérico desagradable, machista y tendente a la violencia verbal y física. Hasta aquí nos podemos más o menos hacer una composición de imagen. Pero la cosa comienza a complicarse. Ahora estamos en un banquete de bodas, de esos que provocan pesadillas, en los que te encuentras con los miembros de la familia con los que no pasarías ni un solo segundo de tu vida y en los que suenan esas canciones que solo te atreves a bailar cuando la vergüenza definitivamente te ha abandonado, entre ellas, Los Pajaritos de Maria Jesús y su acordeón. Y entonces se abre el telón y aparece José Mota disfrazado de vidente para hacer un show de magia.
Pues este es solo el principio de Abracadabra, lo nuevo de Pablo Berger, que tras el elegante ejercicio de estilo que supuso su Blancanieves muda y en blanco y negro, con la que se ganó el respeto del público y de la crítica y consiguió diez Goyas, ahora parece retrotraerse al espíritu de autenticidad popular que latía en su ópera prima, Torremolinos 73, para configurar una de las obras más inclasificables del cine reciente.
A Pablo Berger Abracadabra le ha salido rara, rarísima. Una auténtica marcianada en toda regla. Y no podemos más que celebrarlo porque existen muy pocas oportunidades dentro del cine español de disfrutar de un atisbo de autenticidad y originalidad, de un ramalazo de genio sin domesticar capaz de romper esquemas establecidos, dinamitar convenciones y configurar una obra profundamente libre, en la que late una gozosa anarquía y que tiene más ideas en un solo minuto que la mayor parte de películas que vemos durante todo el año.
En realidad, está mostrando en toda su dimensión monstruosa el arquetipo del macho latino y el tiránico poder que ha intentado ejercer sobre la mujer a la hora de someterla a su voluntad
¿Cómo definir Abracadabra? Un asunto complicado. ¿Es una comedia? Bueno, puede que sí, pero totalmente negra y envenenada. Berger siempre ha tenido buen ojo para acercarse a nuestras miserias, las del español llano, y escarbar en ellas para extraer toda su rabia oculta. Como ya ocurría en Torremolinos 73 aquí vuelve a hablar de las relaciones de pareja, pero de una manera todavía más oscura y aviesa. Porque en realidad, está mostrando en toda su dimensión monstruosa el arquetipo del macho latino y el tiránico poder que ha intentado ejercer sobre la mujer a la hora de someterla a su voluntad. Y eso da mucho miedo. Pero lo hace desde el sarcasmo más grotesco, a partir de un Antonio de la Torre desatado que se encarga en un par de planos de resultar totalmente detestable y odioso, hasta el punto de no querer verlo en la película más. Pero no nos olvidemos que estamos ante una “comedia hipnótica”, al menos así se encargó de definirla el propio Berger, y tampoco conviene olvidar esa imagen de José Mota disfrazado de vidente, porque es muy importante. ¿Qué pasaría si el cuerpo del protagonista fuera ocupado por un espíritu durante una sesión de magia? Y aquí viene el quid de la cuestión: ¿Seguiría queriendo Carmen, que así se llama el personaje de Maribel Verdú, que regresara su auténtico marido cuando el nuevo tiene todas las cualidades que al suyo le faltaban? ¿Aunque tuviera un trastorno de personalidad que lo condujera hacia la psicopatía?
Es lo que intenta resolver la película de Berger, y lo hace a través de un mecanismo narrativo en el que mezcla el thriller de investigación, el esoterismo, la sátira social y la crónica negra, todo ello inundado de pintoresquismo, estética kistch y un toque alucinatorio que poco a poco va inundando la función. Y casi como si estuviéramos en trance, vamos pasando de un género a otro sin una continuidad precisa, introduciéndonos en una espiral de modulaciones que nos llevan desde el esperpento al más puro surrealismo. Y quizás uno de los mayores retos a los que se haya enfrentado el director, sea precisamente el armonizar todas esas texturas para configurar una obra que tiene la capacidad de reinventarse a cada momento, jugueteando con los géneros a su antojo, siendo en ocasiones perversa, a veces muy tierna y con la sensación constante de que no tienes ni la más remota idea de lo qué te vas a encontrar a continuación. Puede que con un mono desquiciado saltando por las alturas de una grúa de la construcción, con un agente inmobiliario macabro obsesionado con la sangre, con José Mota comiendo churros, con un archivo de Informe Semanal o con un baile en una discoteca de la tercera edad al son de la canción Abracadabra de Steve Miller Band, quizás una de las escenas más apoteósicas de toda la película.
Su cine y su manera de ver el mundo es intransferible. Sabe cómo destilar la esencia castiza y mezclarla con la cultura popular
Berger bebe del costumbrismo almodovariano a la hora de dibujar la vida de barrio. Las escenas de transición en las que muestra los bloques de viviendas de extrarradio remiten a Qué he hecho yo para merecer eso. También buena parte de la fauna de los personajes y sus connotaciones estrafalarias y comportamientos disfuncionales tienen mucho que ver con la esencia con la que director manchego impregnó algunos de sus trabajos.
Sin embargo, hay algo muy personal en la mirada de Pablo Berger que lo sitúa sin duda como uno de los autores más auténticos que operan en la actualidad. Su cine y su manera de ver el mundo es intransferible. Sabe cómo destilar la esencia castiza y mezclarla con la cultura popular y diluir estos componentes en un universo limítrofe al fantástico, de manera que la realidad se descompone a cada paso que das, hasta que los contornos se difuminan y te encuentras sumergido en una experiencia única y total.
No hay un manual de instrucciones para acceder a Abracadabra. Los espectadores la pueden odiar o amar, no entender nada o acceder a sus códigos con la mayor clarividencia. En sí misma es una experiencia, eso es lo importante. Una película catártica que respira libertad y valentía, freak y excéntrica como ella sola, que se atreve a forzar los elementos y llevarlos al límite, retorcer las expectativas del espectador y conducirlo a lugares insospechados.
Para el recuerdo, un Antonio de la Torre que pasa de una personalidad a otra como el Doctor Jekyll y Mr. Hyde, la auténtica revelación de José Mota en la gran pantalla, con un vestuario de Paco Delgado que es un auténtico delirio retro-pop, la sorpresa final con la aparición de… (no podemos desvelarlo, pero es antológico y baila como Tony Manero mientras empuña un cuchillo jamonero) y una Maribel Verdú como heroína periférica que no es de este mundo y que, de verdad, no nos la merecemos.
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