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MIRADOR
Columna
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Fútbol

Es tradición que Rajoy delegue la representación en las finales en las que no juega el Real Madrid, el Rey emérito ni eso

Julio Llamazares
Imagen del Instagram de Sergio Ramos.
Imagen del Instagram de Sergio Ramos.

Debería tener más cuidado Mariano Rajoy a la hora de manifestar sus preferencias futbolísticas puesto que, aunque él no lo crea a juzgar por su comportamiento a veces, como presidente del Gobierno de España representa a todos los españoles. Después de argumentar para no tener que acudir en persona a declarar como testigo en el caso Gürtel a la Audiencia Nacional, a 24 kilómetros de su residencia oficial de La Moncloa, lo gravoso que sería para el erario español su desplazamiento le faltó tiempo para volar a Cardiff para contemplar desde el palco del estadio de la capital galesa (¡con lo bien que se ve en la televisión de plasma!) la final de la Champions de fútbol entre el Real Madrid y la Juventus italiana. Eso sí, sólo una semana antes le debió de parecer muy gravoso para el erario español acompañar al Rey en el Calderón, a tres kilómetros de La Moncloa, en la final de la Copa que lleva su nombre y en un partido con el que se clausuraba un campo con más de medio siglo de antigüedad e historia.

Menos mal que el Rey emérito, ése cuya función nadie sabe bien cuál es pero que la ejerce siempre que puede y con frecuencia inconvenientemente, le dejó en un segundo plano al comparecer también en el palco de Cardiff y, sobre todo, al bajar a los vestuarios del Real Madrid después del partido, que el equipo madridista ganó con una exhibición de juego, para felicitar a los jugadores y hacerse un selfi abrazado (todo un Rey emérito) al capitán madridista Sergio Ramos mientras éste esperaba a poder orinar para pasar el control antidoping. Lo cual hablaría de su campechanía, tan ponderada en sus tiempos de gloria, si no fuera que tres años atrás no compareció en el palco (ni él ni Mariano Rajoy; mandó a la vicepresidenta) del estadio olímpico de Berlín para ver cómo el Barcelona le ganaba otra final de Champions a la misma Juventus de Turín. Y no es la primera vez que ocurría. Ya es tradición que Rajoy delegue en alguien de su Gobierno la representación de éste en las finales de fútbol en las que no juega el Real Madrid y el Rey emérito ni siquiera eso.

Se quejan los madridistas de que muchos españoles identifiquen a su equipo con el centralismo y el poder, sobre todo en los territorios menos afectos a lo español, pero tanto el club madridista como bastantes políticos continuamente les dan razones para que piensen de esa manera. Lo peor es que esas razones son también combustible para una desafección que trasciende al fútbol, que, como todos sabemos, en España es más que un deporte.

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