“Podemos marcarle la agenda a los laboratorios”
Unitaid cataliza la llegada de las novedades a la lucha contra las enfermedades de los países pobres
El argentino Lelio Mármora es desde hace tres años director ejecutivo de Unitaid, una joven agencia (se fundó en 2006) cuyo objetivo es "servir de catalizador para que las novedades que idea un inventor lleguen al terreno" en el terreno de las enfermedades de los países pobres, según define él mismo. Con un presupuesto relativamente modesto (unos 200 millones de dólares anuales), tiene, sin embargo, proyectos en marcha por 1.500 millones. "Tenemos un papel de bisagra. Somos los únicos que estamos en contacto con todos los agentes: administración, industria, ONG, OMS...". Lógicamente, los laboratorios, la industria farmacéutica es uno de sus interlocutores clave. Y Mármora no duda: "Podemos marcarles la agenda". Y añade: "Es sorprendente lo bien que la industria responde a las agendas de salud".
"La agenda de la industria no la define la salud pública, la marcan sus departamentos de marketing, pero podemos establecerla nosotros", dice el ejecutivo. Y pone como ejemplo su trabajo. "Había un problema con la tuberculosis infantil. La enfermedad no afecta a muchos niños, pero para tratarles había que usar medicamentos para adultos que se partían, se machacaban y se disolvían en agua. Sabía horrible, y los niños lo vomitaban. Así que buscamos quién estaba haciendo algo que pudiera servirnos. Pusimos apenas 18 millones de euros, y actualmente 52 países usan un fármaco combinado de dosis fija pediátrico para la tuberculosis, que se disuelve en agua o leche y sabe a naranja", expone.
La organización se fundó por un grupo de países (Francia, Reino Unido, Chile, Brasil y Noruega) y también cuenta con ayuda de la Fundación Bill & Melinda Gates y coopera con otras muchas, como el Fondo Mundial contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria o los fondos especiales del presidente de EE UU (Pepfar, PMI). Inicialmente tenía una forma muy original de financiación: aprovechar el recargo del Gobierno francés a los billetes de avión para cooperación internacional. Su objetivo era cubrir un hueco: el que va desde que alguien tiene una idea para luchar contra las grandes pandemias (inicialmente se ha centrado en sida, tuberculosis y malaria) hasta que esa novedad se convierte en una innovación. "En el proceso hay muchos cuellos de botella", dice Mármora. "Nosotros lo que hacemos es fomentar la evidencia para que los parlamentarios decidan y la sociedad civil haga presión". "Financiamos la finalización del desarrollo" de un medicamento, por ejemplo, "o su introducción en el mercado", resume.
Estas evidencias son clave en el contexto actual en el que para obtener fondos "hay que rendir más cuenta", expone Mármora. "Los políticos tienen que tener claro el retorno" de sus aportaciones. "Deben poder explicar a los pagadores de impuestos el impacto de sus decisiones. La cooperación internacional se ha profesionalizado a gran escala".
La falta de respeto a los derechos humanos es una traba para nuestra labor. Nos pasa, por ejemplo, con la homofobia
Mármora está en Madrid con motivo de unas jornadas sobre enfermedades transmitidas por vectores (básicamente, la malaria, que se contagia mediante un mosquito) organizadas en la Fundación Ramón Areces con presencia de la OMS e ISGlobal. Su director ejecutivo admite que la situación ha cambiado. "Hace 20 años, había una sensación de emergencia". Ahora, los avances en medicación (por ejemplo, los antivirales contra el VIH) han hecho que esa impresión disminuya. "Ahora el desafío es integrar esfuerzos", afirma. Con "la tracción" de las tres grandes epidemias —sida, tuberculosis y malaria— se puede ampliar la atención. "Si, por ejemplo, lográramos un test rápido que detectara sida, hepatitis C, papiloma y quizá otras infecciones cuando el paciente llegue podemos tratar otras enfermedades", explica.
Su propia organización va en esa línea. "No se trata de crear nuevas líneas verticales (otra para dengue, para Chagas), sino de hacer las quye ya tenemos transversales", afirma. Aunque admite que es complicado. "Hay países donde el plan nacional para la tuberculosis no se habla con el de malaria. Hay que conseguir que colaboren y que vayan más allá". expone.
Unitaid basa parte de su impacto en que ellos dan el primer paso, pero luego otros siguen adelante. "Siempre hay una ayuda del país", die Mármora, "que al fin y al cabo es el que va a tener que mantener el programa. La inversión nacional es clave. En esta línea, ahora estamos desarrollando una línea de créditos blandos", indica.
Ya no hay reticencias de los países a recibir ayudas, indica, pero sigue habiendo condiciones que dificultan su trabajo. "La falta de respeto a los derechos humanos es una traba para nuestra labor. Nos pasa, por ejemplo, con la homofobia", die Mármora.
Aunque la jornada de hoy era sobre malaria, Unitaid tiene otros proyectos en marcha. El siguiente, "la introducción de la profilaxis preexposición [la pastilla que se toma antes de tener relaciones desprotegidas] para el sida en Brasil".
Cero euros de España
Como otras organizaciones, Unitaid sufrió el recorte de ayudas españolas por la crisis. Había donado 50 millones, y en 2010 cerró el grifo. Aun así "sigue en el consejo de administración", dice Lelio Mármora, director ejecutivo de la organización.
Mármora espera que la situación cambie pronto. "El Gobierno ha ratificado que en cuanto haya condiciones y el proceso de ajuste se cumpla España va a regresar", dice. "Hay una gran coincidencia entre parlamentarios, Ejecutivo. Está la agencia de cooperación, y es parte de la agenda política, sobre todo respecto a países de Latinoamérica, el Caribe y algunos de África", explica.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.