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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

A Franco no se le toca

Nunca un hereje de la democracia estuvo mejor ubicado que el dictador en esta perversión cómico-faraónica que lo aloja

La tumba de Franco en el Valle de los Caídos, dos días antes del 30 aniversario de su muerte.
La tumba de Franco en el Valle de los Caídos, dos días antes del 30 aniversario de su muerte.Reuters

Parece necesario y urgente evacuar al Caudillo del espacio idolatrado que ocupa en Cuelgamuros, pero las cosas están menos claras después de visitarse voluntaria o accidentalmente las instalaciones mortuorias de la serranía madrileña.

Es una experiencia impactante. Tan impactante que debería diagnosticarse una patología en perfecto antagonismo al síndrome de Stendhal, o sea, un inventario de los síntomas nauseabundos que precipitan semejante sobreexposición a la fealdad, a la megalomanía hueca, a la degradación de un pastiche necrófilo cuya sima recibe 1,3 millones de personas al año, entre turistas, nostálgicos y fetichistas.

Y es cierto que el monumento paródico del nacionalcatolicismo español propone un mirador deslumbrante de la sierra de Guadarrama, pero la única forma de evitar la intimidación del hórrido complejo granítico consiste seguramente en darle la espalda. En sentido conceptual y en sentido físico también.

La memoria de un dictador no merece el culto al gigantismo que exuda este valle de lágrimas, pero en cierto modo sí la merece. Porque se trata de un búnker excavado en la tierra, una galería gélida y siniestra, deslucida por esculturas horrendamente descomunales que incitan más a la carcajada que a la piedad.

Una cripta clandestina que retrata sin pretenderlo la oscuridad y el oscurantismo de un régimen vulgar, procaz, pretencioso, hortera. Nunca un lugar sagrado pareció tan desprovisto de espiritualidad. Y nunca un hereje de la democracia estuvo mejor ubicado en esta perversión cómico-faraónica que lo aloja. Porque Francisco Franco está sepultado en un túnel. Y no es una metáfora. Es un túnel, insistimos, cuyo recorrido de ultratumba evoca la estética de una secta tétrica o diabólica. Por eso no conviene exhumarlo. Franco reposa donde tiene que reposar, en un mausoleo grotesco. Por los siglos de los siglos.

El PSOE se ha obstinado en evacuar al Caudillo de su mausoleo. Pretende conseguirlo con una proposición no de ley que se vota hoy, aunque la legislación de memoria histórica en que se fundamenta la iniciativa se resiente de un obstáculo sobrenatural: los espacios eclesiásticos están definidos como inviolables.

Y Franco está enterrado física y técnicamente en la basílica de Santa Cruz del Valle, de forma que compete al abad del templo la prerrogativa de autorizar la misión arqueológica una vez obtenido el visto bueno del papa Francisco.

Bergoglio podría reanimar al Caudillo, pero es posible que le disuada de hacerlo a título corporativo el escarmiento que supuso la iniciativa necrófila de Esteban VI en el siglo IX. Fue idea de este remoto papa desenterrar a su predecesor y exponer su pestilente cadáver para juzgarlo de un delito de alta traición. La profanación hizo retumbar las entrañas de San Juan de Letrán. No porque Formoso, así se llamaba el pontífice, fuera inocente, sino porque se le concedió la oportunidad de resucitar.

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