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Tribuna
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Una respuesta diferente para Cataluña

La radicalización de una parte de la sociedad catalana no es ajena a la propaganda lanzada sistemáticamente durante años por los secesionistas. La solución ahora no pasa por singularizar a ese territorio, sino por federar España

Joaquim Coll
ENRIQUE FLORES

Mientras para algunos no hay solución posible al “problema de Cataluña” que no pase por celebrar un referéndum de secesión, y otros proponen abordarlo en términos de “encaje”, concepto de resonancias ortopédicas que, en cualquier caso, nos conduce a una apuesta por una vía singular y específica, a mi modo de ver, la respuesta ha de ser otra, muy diferente, sobre la que más adelante hablaré. Vayamos por partes. Las dos anteriores propuestas son rutas equivocadas porque, entre otras razones, parten de un análisis erróneo de lo que ha sucedido en Cataluña en la última década. Contrariamente a la afirmación bastante extendida de que el independentismo es un fenómeno social de una gran transversalidad, en realidad lo que vemos cuando estudiamos los microdatos que suministra la propia Generalitat, a través del Centre d'Estudis i Opinió (CEO), es diferente.

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El informe de los profesores Albert Satorra (UPF), Montserrat Baras (UAB) y Josep M. Oller (UB), titulado La Cataluña inmune al proceso, elaborado desde el Observatorio Electoral de Cataluña para SCC, destaca que quien se ha movido hacia el independentismo es una franja social muy concreta. Lo que se ha producido es una radicalización política entre los catalanohablantes que hace 10 años se sentían más catalanes que españoles o exclusivamente catalanes. Si en 2006 los que rechazaban compartir cualquier sentimiento de españolidad representaban solo al 30%, 10 años más tarde, como consecuencia del “proceso”, esa cifra ha escalado hasta el 48%. Este cierre identitario de una parte notable de los que tienen el catalán como lengua de identificación ha hecho disminuir, en cascada, los otros sentimientos duales, particularmente el porcentaje de los que se definían tan catalanes como españoles (del 26% a solo el 14%). En cambio, hay una Cataluña castellanohablante, que representa al 42% de la población, y otra más minoritaria (14,5%) que considera como propias ambas lenguas por igual que no han experimentado cambios sustanciales entre 2006 y 2016 en sentimiento identitario. Y que se mantiene prácticamente inmune al proceso soberanista. El grupo que se considera tan catalán como español entre los castellanohablantes se sitúa en el 60%, cifra muy parecida a lo que encontramos en otras partes de España, mientras en los catalanes bilingües se mantiene en un sólido 48%.

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El auge secesionista en Cataluña no ha sido un fenómeno de abajo a arriba sino al revés

Si del sentimiento identitario pasamos a la política, vemos que existe una estrecha relación entre grupo etnolingüístico e independencia. No disponemos de datos comparativos porque hace 10 años el CEO no preguntaba de forma binaria por la hipótesis de la secesión. En relación a 2016, lo que salta a la vista cuando se desagregan los datos es que hay dos Cataluñas antagónicas. El 77,6% de los catalanohablantes apoyaría la secesión, mientras el 73% de los castellanohablantes la rechazaría. En ambos grupos los que discreparían del criterio mayoritario respectivo se movería en torno al 16%. En cambio, los bilingües rechazarían la independencia de manera más moderada (46% contra 36%), mientras los hablantes de otras lenguas no españolas, que representan solo al 2,5% de la sociedad catalana, serían mucho más rotundos en su negativa (57%).

Ahora bien, la pregunta que plantea dicho estudio es si existe algún factor diferente de la lengua —a la que en ningún caso se puede culpabilizar— que explique estas variaciones tan substanciales. Y la sospecha recae inmediatamente sobre los medios de comunicación, cuyo papel conecta con un fenómeno sociológico más allá de Cataluña denominado “democracia de audiencias”. No solo es generalmente admitido que la radio, la televisión y la agencia de noticias dependientes de la Generalitat tienen un evidentísimo sesgo a favor de la causa independentista desde que se puso en marcha el “proceso” en 2012, sino que en la propia encuesta del CEO aparece una correlación notable entre voto separatista y consumo de informativos de TV3 que alcanza el 75%. En cambio, entre los que se informan por otros canales o medios se sitúa en el 28%. Estos y otros datos, que ahora no es posible detallar, ponen de manifiesto que los medios financiados con fondos públicos, a los que habría que añadir el papel de algunos privados tendenciosamente subvencionados, han actuado como correa de transmisión del separatismo. La radicalización de una parte de la sociedad catalana no es ajena a la propaganda sistemática durante años. El auge secesionista no ha sido un fenómeno de abajo/arriba sino al revés: el resultado de una estrategia desde el poder autonómico en el marco de una coyuntura muy concreta. El psiquiatra Adolf Tobeña ha escrito un libro imprescindible, La pasión secesionista (2017), que permite entender en clave etnocultural cómo ha funcionado esta operación mediante la cual unas élites territoriales, ante la extrema fragilidad de España en 2012, vieron la oportunidad de alzarse con el poder soberano. Un objetivo que parecía contar con expectativas de victoria y que logró la adhesión de amplios sectores de las clases medias y profesionales. Esto es en esencia lo que ha ocurrido en Cataluña. La ola alcanzó su elevación máxima en las elecciones de 2015, que fueron convocadas en clave plebiscitaria, pero hoy parece remitir.

Hay que recuperar a esa parte de la sociedad catalana que ha dejado de sentirse española

Hecho el diagnóstico, cualquier solución que se plantee ha de contar, en primer lugar, con una estrategia para equilibrar la influencia propagandística del secesionismo sobre la población catalanohablante y desmentir su relato de agravios y opresión. Cualquier cosa que se haga si no incluye una política de comunicación que logre penetrar en ese cinturón mediático fracasará, pues será tachada de “insuficiente”, se la descalificará por “llegará tarde” o, sencillamente, no se hablará de ella. En segundo lugar, hay que combatir la idea de celebrar un referéndum no solo porque sea ilegal, sino sobre todo porque sería socialmente indeseable: dividiría a la sociedad catalana en dos mitades a partir de unas coordenadas etnolingüísticas. En tercer lugar, hablar de una “tercera vía” como una fórmula de acomodo singular de Cataluña en España es alimentar el error de la “conllevanza” orteguiana, que solo alimenta al nacionalismo y debilita el proyecto común, como muy bien ha explicado desde esta misma página Juan Claudio de Ramón. Lo que toca hacer es afrontar la reforma del Estado, arreglar las disfunciones del modelo autonómico en clave federal, abanderar el plurilingüismo en España y la defensa activa del bilingüismo. La solución no pasa por singularizar Cataluña, sino por federar España, culminar lo que ya estaba en el debate constitucional de 1978, con un discurso que rebase lo jurídico y entre en el terreno de lo emocional para recuperar a esa parte de la sociedad catalana que ha dejado de sentirse española.

Joaquim Coll es historiador y fundador de Societat Civil Catalana.

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