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MIRADOR
Columna
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Nuevo feminismo

Todas las mujeres brillantes que conozco han tenido que remplazar el libre ejercicio del pensamiento complejo por el aburrido derecho a salir a la calle con cartulinas

Manifestación en Madrid con motivo del Día Internacional de la Mujer.
Manifestación en Madrid con motivo del Día Internacional de la Mujer. Samuel Sánchez

Este año es el 60º aniversario del Sputnik. No es que sepa yo nada de carreras espaciales. Ni que el tema me importe, salvo porque el mundo parece haber rebobinado su reloj hasta esos días. Andamos atorados en una especie de déjà vu sociopolítico, enredados en debates como de la era Nixon, con el agravante de que la realidad misma parece estar bajo los efectos de un psicofármaco muy malviajante.

Por ejemplo: las mujeres, en Estados Unidos de 2017, salen a la calle a marchar en defensa de sus derechos reproductivos. Mis amigas afrogringas repiten: “Yo, you fuckin kidding me?”. Las de origen WASP tejen sombreritos rosas para el pussyhat project y organizan marchas. Mis alumnas universitarias prologan sus intervenciones en clase con conceptos ochenteros: “¡Mi feminismo es interseccional!”. Una amiga, dueña de una lengua veloz, viperina e inventiva como pocas, me dijo el otro día: “Yo le entregaría mis trompas medio-atrofiadas de Falopio al falo-obsesivo y mega-mentalmente atrofiado de Trump, a cambio nomás de que el imbécil no tire una bomba nuclear”. Mi sobrina, estudiante de derecho, se pasa el día leyendo a Susan Sontag, Rosa Parks y Hannah Arendt. Cuando la llamo por teléfono y le digo que salga ya de la biblioteca y se venga a cenar con la familia, me dice: “No puedo, tía, ando descolonizándome”. En resumen: frente a la catastróficamente imbécil realidad actual, todas las mujeres brillantes que conozco han tenido que intercambiar sus ideas por posturas; tenido que remplazar el libre ejercicio del pensamiento complejo por el aburrido derecho a salir a la calle con cartulinas.

Haber tenido que rebobinar al feminismo de la era Sputnik, me produce largos bostezos. Cuando lo oigo venir, me predispongo a una sordera selectiva. Sin embargo, el otro día, conocí a la amiga de una amiga, que definió su trabajo como un avance del feminismo astronómico. Presté oídos. Nos contó, mientras cenábamos, que después de trabajar años como diseñadora de máscaras para el Cirque du Soleil, por fin había encontrado su verdadera pasión: los trajes micrometeóricos para astronautas mujeres. El reto con el que se estaba enfrentando: integrar, a la estandarizada fórmula de los trajes espaciales de la NASA, el factor inevitable de la menstruación de las astronautas. La solución que había hallado: un traje que, en vez de disimular la expulsión de sangre, la absorbía e integraba —a la manera de las camisetas hippy tye-die—. Me queda claro: el nuevo feminismo vendrá del espacio exterior. No será ideológico, sino muy material, micro-meteórico, lunar y colorado.

Este artículo ha sido modificado a petición de la autora

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