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CLAVES
Columna
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La solución Hamon

Como dice Woody Allen: “Gracias a Dios que existen los franceses”.

Benoit Hamon usa unas gafas de realidad virtual durante la feria Euromaritime, en París (Francia).
Benoit Hamon usa unas gafas de realidad virtual durante la feria Euromaritime, en París (Francia). BERTRAND GUAY / AFP

Admirable. Siempre. De Francia nos vino la Ilustración, la Revolución Francesa, la Comuna de París —donde por primera vez se enarboló una bandera roja—, el mayo del 68 y tantas y tantas otras cosas, incluida la referencia “izquierda” que todavía hoy usamos para organizar el espacio político.

Pero, ¡ay!, esa izquierda, la francesa, anda revuelta y confundida. Como les pasa a las demás izquierdas, se lamenta de que hay demasiadas preguntas y demasiadas pocas respuestas. Por el lado de los deseos no hay problema. Son los mismos de siempre: la economía tiene que estar al servicio de la sociedad y no al revés, lo que exige embridar al capitalismo. Y la democracia carece de sentido si las desigualdades son extremas, lo que requiere un Estado que redistribuya la riqueza, garantice la igualdad y sostenga políticas de bienestar universales.

El problema no está en el “qué” sino en el “cómo se hace” todo esto. Hacerlo en un solo país, con un solo Gobierno y una sola moneda parecía fácil. Pero igual que el “socialismo en un solo país” no fue posible, el keynesianismo en un solo país tampoco lo es.

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Los días claros, la izquierda quiere una globalización abierta y equitativa, inclusiva socialmente y sostenible medioambientalmente, pero los días oscuros ve tal cosa tan lejos y tan imposible que tiene la tentación de tirar la toalla. Pero si los países ricos, temiendo perder sus privilegios, se cierran y se protegen de los más pobres, cercenarán las oportunidades de miles de millones de personas, que quedarán excluidas del progreso, lo que parece incompatible con los valores de la izquierda.

Pero tranquilos, ninguna de estas dudas perturba a Benoît Hamon, ganador de las primarias socialistas. Él lo tiene claro: jornada de 34 horas, salario universal de 750 euros, subir el salario mínimo a 1.600 euros, acabar con los acuerdos de libre comercio y, sobre todo, un impuesto a los robots para que sean ellos los que sostengan el Estado de bienestar y otro a la inteligencia artificial. Claro que ni una palabra de cómo se paga todo esto. ¿De verdad que no se nos había ocurrido antes? Como dice Woody Allen: “Gracias a Dios que existen los franceses”. @jitorreblanca

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