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Atónitos por ver que los ‘hooligans’ rusos son buen ejemplo de algo

Fascinado y sorprendido, Occidente asiste al flechazo entre los diseñadores de moda y los jóvenes olvidados de las ciudades postsoviéticas

Los ‘gopniks’ siempre han estado ahí. Desde finales de los ochenta, cuando la ‘perestroika’ inició el fin de la Unión Soviética, los jóvenes se congregan en los patios de los complejos de viviendas, de cuclillas, vestidos con chándales Adidas de imitación y bebiendo cerveza. La fotografía pertenece a la serie 'The day in the city' realizada por Alik Yakubovich.
Los ‘gopniks’ siempre han estado ahí. Desde finales de los ochenta, cuando la ‘perestroika’ inició el fin de la Unión Soviética, los jóvenes se congregan en los patios de los complejos de viviendas, de cuclillas, vestidos con chándales Adidas de imitación y bebiendo cerveza. La fotografía pertenece a la serie 'The day in the city' realizada por Alik Yakubovich.Alik Yakubovich

Decenas de jóvenes asaltando y saqueando una tienda. Van rapados y vestidos con capuchas y chándales. Es muy probable que vayan bebidos. También es bastante probable que después (o antes) hayan ocupado el fondo sur de un estadio de fútbol.

Esta es la historia de cómo unos jóvenes iracundos, muchas veces asociados a la violencia (como ocurrió en la pasada Eurocopa de Francia), son un ejemplo para el mundo de la moda.

Cuando los modelos del diseñador ruso Gosha Rubchinskiy (32 años) salieron al patio de una fábrica de tabaco abandonada de Florencia para presentar su colección primavera-verano 2017, todo me resultó un tanto familiar. Las chaquetas de traje sobretalladas, una cadena de oro sobre un pecho descubierto, las cabezas rapadas, los chalecos Kappa y las camisetas Fila –el diseñador ruso colaboró con varias casas de ropa deportiva italianas– , y los chándales y las gafas deportivas me transportaron directamente a mi infancia [la autora de este reportaje, Anastasiia Fedorova, es rusa, aunque vive en Londres] en la Rusia de los noventa, esa década turbulenta que vio emerger el capitalismo salvaje. Rubchinskiy es el hombre al que acudir si se busca la ropa masculina más deseada, inspirada en los héroes más improbables: los gopniks.

Los llaman 'gopniks', hombres jóvenes de clase baja y carácter agresivo que habitan en zonas suburbanas. En España sería como una mezcla entre un 'cani' y un ultra

Los que crecieron en Rusia durante la época los recordarán congregados en los patios de los complejos de viviendas, vestidos de Adidas, bebiendo cerveza, levantando la vista desde su postura acuclillada al ver a la gente pasar de camino a sus casas. En Rusia, y también en otros países postsoviéticos, el término se usa comúnmente para describir a hombres jóvenes de clase baja y carácter agresivo que habitan en zonas suburbanas, en cierto modo parecidos a los chavs británicos, a los dizelaši serbios o a los racailles franceses. En España no hay un equivalente exacto, pero vendría ser como una mezcla entre un cani y un ultra.

El origen del estilo y de la conducta de los gopniks puede situarse en el periodo de caos político que medió entre finales de los ochenta y principios de los noventa. El colapso de la Unión Soviética dejó a una gran parte de los jóvenes del país sin trabajo, sin esperanzas de futuro y sin un sistema que les hiciera avergonzarse por ello. Al contrario que los modelos de Rubchinskiy, a los gopniks era más probable verlos con ropa de Adidas o de Nike que de Sergio Tacchini.

Aunque Kappa y Fila también hacían acto de presencia, casi siempre eran imitaciones chinas que inundaban los mercados recién inaugurados. En la Rusia de los noventa, el capitalismo se convirtió de repente en un nuevo dios y las marcas en objetos de adoración y de obsesión. Con el aumento del crimen organizado y de negocios tanto legales como ilegales, era habitual ver reunidos en cualquier barriada a personajes variopintos, desde jóvenes ociosos hasta delincuentes menores junto a los guardaespaldas de sus jefes, todos vestidos con ropa deportiva.

En la Rusia de los noventa, el capitalismo se convierte de repente en un nuevo dios y las marcas en objetos de adoración y de obsesión. Pero se mantiene a la vez una identidad racial y de clase a través de la bandera y el sempiterno chándal.
En la Rusia de los noventa, el capitalismo se convierte de repente en un nuevo dios y las marcas en objetos de adoración y de obsesión. Pero se mantiene a la vez una identidad racial y de clase a través de la bandera y el sempiterno chándal.Alik Yakubovich

El enfoque de Rubchinskiy está claramente enraizado en los noventa, tal y como revela la mezcla delirante de estética rusa e imaginería occidental y la combinación de elementos de la alta y de la baja cultura. La obsesión rusa por la ropa deportiva, sin embargo, sigue manteniéndose fuerte. “Cuando Rubchinskiy presentó su colección, yo estaba en Naberezhnye Chelny [una ciudad de provincias de poco más de medio millón de habitantes situada en la república rusa de Tartaristán]”, cuenta Max Bashkaev, diseñador de Outlaw Moscow.

“Lo que vi en las calles fue como un desfile interminable de su colección, no hacía falta estar en Florencia. Cadenas sobre chaquetas de chándal, pantalones cortos de tiro alto y calcetines deportivos, gafas de esquiar combinadas con chaquetas de traje muy amplias, cabezas rapadas… Estaba todo ahí”. Los creativos rusos se echaron unas buenas risas porque Gosha Rubchinskiy había convertido la vestimenta de la clase trabajadora provinciana en moda masculina elitista que se consume en Europa y Estados Unidos. Un dato: una chaqueta de chándal del diseñador cuesta 355 euros. Y vuelan, como se puede comprobar en la tienda donde venden su ropa en Madrid.

Pero no es a Rubchinskiy a quien debemos esta tendencia; se trata, más bien, de un signo de los tiempos que corren. En noviembre de 2016, Carhartt lanzó The Carhartt WIP archives book, un libro que describe la relación de la marca con la cultura callejera y el cine. En sus páginas, así como en la exposición que acompañaba al lanzamiento, se incluye la foto del saqueo de una tienda de la marca en Hackney durante los disturbios de Londres de 2011, en los que una multitud de jóvenes con capuchas y pantalones de chándal intenta desencajar la puerta metálica del establecimiento.

El chándal ha recorrido un largo camino desde los armarios de delincuentes comunes y de aficionados al fútbol hasta alcanzar su estatus actual como básico de la moda

Pero esta no es la primera vez que se celebra el vínculo entre una marca de ropa de trabajo y una juventud iracunda. El libro también contiene fotogramas de El odio, el clásico de Mathieu Kassovitz de 1995 sobre las banlieues, los suburbios franceses. La película, que retrata un día en la vida de tres amigos tras los disturbios de París, sigue siendo dolorosamente relevante hoy en día. La tensión entre las autoridades y los jóvenes de clase baja aún impera en las periferias urbanas y a menudo se convierte en un odio declarado. Si se procede de una familia de inmigrantes, el estigma es aún mayor. Pero también hay que admitir que nunca antes le había quedado un chándal de Adidas tan bien a alguien como a Vince, el irritable personaje interpretado por Vincent Cassel.

Además, durante los últimos dos años, el mundo de la moda ha presenciado un fenomenal aumento de ropa deportiva y de ropa skater y ha sido testigo también de su normalización. Firmas de culto como Palace, Supreme o Gosha Rubchinskiy, combinadas con etiquetas mayoritarias como Nike y Adidas, diseñan ropa que los obsesos por la moda de cualquier sexo y edad quieren ponerse. El chándal ha recorrido un largo camino desde los armarios de delincuentes comunes y de aficionados al fútbol hasta alcanzar su estatus actual como básico de la moda. En 2016, Skepta, estrella británica del grime, fue el séptimo en la lista elaborada por GQ de los hombres mejor vestidos del Reino Unido en gran parte gracias a sus chándales Cottweiler.

El diseñador ruso Gosha Rubchinskyi (de verde), con el empresario Adrian Joffe y la estilista Lotta Volkova, después del desfile de Florencia de 2016.
El diseñador ruso Gosha Rubchinskyi (de verde), con el empresario Adrian Joffe y la estilista Lotta Volkova, después del desfile de Florencia de 2016.

¿Pero cuáles son los motivos más profundos que explican nuestra fascinación por la estética de la clase obrera y de la ropa deportiva como uno de sus símbolos? Es posible que, en un mundo en el que el concepto de género cada vez muta más, se esté buscando una nueva masculinidad. En el libro The history of men, el sociólogo Michael Kimmel escribió: “Los deportes se erigieron como el elemento central de la lucha contra la feminización; los deportes convertían a los chicos en hombres”.

En el último fashion film de Outlaw Moscow se ve eso: a un par de tíos practicando la lucha libre junto a la entrada de una estación de metro en Moscú; uno de ellos, sin camiseta y cubierto de tatuajes, lleva unos pantalones de chándal de seda roja. Aunque no se trata más que de un pequeño fragmento de la película, la prenda destaca poderosamente y es candidata a convertirse en superventas porque encaja tanto entre los que buscan un aspecto extremadamente viril como entre los que prefieren subvertir la propia idea del estilo masculino.

Pero no se trata sólo de masculinidad. El concepto es más amplio y abarca tanto la autenticidad como la búsqueda de un terreno cultural más firme. “Creo que el giro hacia la estética gopnik forma parte de una necesidad contemporánea por lo auténtico, que a su vez es una reacción contra el cosmopolitismo de la cultura de hoy y el desarraigo que causa, por ejemplo, Internet”, afirma James Rann, profesor de ruso en la Universidad de Birmingham.

Con el aumento del crimen organizado, era habitual ver reunidos en cualquier barriada a personajes variopintos, desde jóvenes ociosos hasta delincuentes menores junto a los guardaespaldas de sus jefes, todos vestidos con ropa deportiva

“La gente, a pesar de, o quizás debido a sus impecables credenciales liberales e internacionalistas siente cierta añoranza por un arraigo de clase y por –y aquí es donde Rusia destaca— una identidad racial. La imagen del gopnik expresa un tipo de masculinidad segura de sí misma y representa a un hombre joven que está totalmente integrado en su comunidad en términos de clase o de nación, de ahí la visibilidad de los símbolos de clase –el chándal– y de nacionalidad –la bandera–. A Rusia se la sitúa fuera del mundo cosmopolita y multicultural de la Europa occidental contemporánea, de modo que se ha convertido, erróneamente, en símbolo de un mundo donde estas cuestiones de masculinidad y pertenencia a clase y tribu son más evidentes”, reflexiona Rann.

La obsesión del mundo de la moda por la clase obrera parece absurda, pero funciona de acuerdo a las leyes de la mercantilización. Toda fetichización es un intento de encauzar una energía salvaje, de aventurarse a lo desconocido, de probar la fruta prohibida. En Hollywood, los rusos son los villanos por excelencia; los matones callejeros rusos se han convertido en la última caracterización de los otros, en personajes oscuros que aún resultan emocionantes y reales.

En el actual contexto político, con el aumento de los movimientos de extrema derecha a escala global, esto también puede aplicarse, hasta cierto punto, a la clase obrera en su conjunto. “Creo que una persona de clase obrera, ya sea chav, gopnik, redneck o como quieras llamarla, es la última manifestación del otro exótico, de la figura del buen salvaje que a la moda le queda todavía por explorar porque, francamente, las otras culturas exóticas ya han sido apropiadas y explotadas hasta la saciedad”, sentencia Jana Melkumova-Reynolds, doctorada en Cultura, Medios de Comunicación e Industrias Creativas en el King’s College de Londres.

Algunos de los diseños de Gosha Rubchinskiy, el hombre sobre el que gravita la reividicación del 'hooliganismo'.
Algunos de los diseños de Gosha Rubchinskiy, el hombre sobre el que gravita la reividicación del 'hooliganismo'.Cordon

“Dado el clima político actual, esta figura está adquiriendo una presencia destacada: tras el Brexit y el resultado de las elecciones estadounidenses, los urbanitas, los hipsters, los yuppies y compañía, es decir, los principales consumidores de moda, se han dado cuenta de que esta minoría invisible a la que ninguno de ellos se había dirigido antes existe y tiene voluntad suficiente como para transformar el paisaje político. Están –estamos– atónitos y casi asustados, pero también fascinados por esa figura de la clase obrera”, añade.

Al final, la creciente popularidad de los chándales y de las chanclas de piscina de Adidas o la mezcla de los conceptos del buen y del mal gusto demuestran que vivimos en la era de la postironía. Con el olor a inminente catástrofe en el aire, también pone de manifiesto que es probable que imitemos a quienes tememos.

Vivimos en una época turbulenta y, recuérdelo al subirse la cremallera de la chaqueta del chándal por la mañana, eso no es más que otro indicio de la transformación del mundo que nos rodea.

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