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Víctimas del patriarcado, no de su sexismo

Manifestación contra el machismo en Madrid.
Manifestación contra el machismo en Madrid.Álvaro García

En los últimos tiempos nos estamos acostumbrando a leer tanta barbaridad en las redes sociales en torno al feminismo, la igualdad de género y no digamos sobre las múltiples violencias que sufren las mujeres, que nuestra capacidad de asombro empieza a entrar en un estado en el que la alerta corre el riesgo de debilitarse.

Ante tal cúmulo de opiniones lanzadas al aire en muchos casos por quienes no han acreditado la más mínima formación ni preocupación personal o intelectual sobre el tema, uno se debate entre no hacer el mínimo caso, entre otras cosas para no darle alas a determinados sujetos, o bien atender a la “militancia” personal y profesional que nos lleva a algunos a en ningún caso mantener la complicidad por omisión. Esa que es tan habitual entre muchos hombres que siguen percibiendo que el machismo, en cuanto a ideología que continúa conformándonos a todas y a todos, a la sociedad en general, acabará evaporándose como por arte de magia, mientras que la gran mayoría de nosotros seguimos disfrutando de nuestros privilegios y contemplando a nuestras compañeras como sujetas menores de edad.

Ha sido la segunda opción la que inmediatamente me ha llevado a escribir estas palabras tras haber leído, entre la perplejidad y la indignación, una entrada titulada Víctimas de su sexismo en un blog titulado Crónicas bárbaras del que es autor Manuel Molares. La pieza tiene frases como las siguientes: "Dicen los vecinos que no se explican la dependencia de la profesora de su asesino. Claro que se explica: él era una deidad sexual, dominante e iracundo, como Zeus. No señalarlo es hacerse cómplice: Zeus es un dios cruel y terrible, padre de dioses y hombres, que mata ocasionalmente con sus embestidas a las mujeres estúpidas. Lo advertía la mitología griega".

Los escasos y rotundos párrafos que componen la entrada responden a una de las estrategias que vemos más repetidas en estos tiempos neomachistas: la desconexión de la violencia de género de las estructuras de desigual poder entre mujeres y hombres que la provocan —tal y como por otra parte deja muy claro la LO 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, cuya legitimidad fue avalada por el Tribunal Constitucional en su sentencia 59/2008— y el cuestionamiento de los factores culturales, políticos y sociales que son esenciales en el entendimiento de cómo seguimos construyendo las relaciones de género.

De ahí a defender, como hace el autor del blog, la responsabilidad de las mujeres en el mantenimiento de unas relaciones tóxicas y por lo tanto en lo que constituye el caldo de cultivo idóneo para la violencia, media solo un paso de insensatez. Por supuesto que las mujeres son también el resultado de una cultura patriarcal y de una socialización que las sigue haciendo en muchos casos sujetas dependientes del amor romántico. De ahí que las personas expertas en la violencia de género lleven décadas alertando sobre la necesidad de construir otro modelo de relaciones afectivas y sexuales, algo urgente si tenemos en cuenta el rebrote machista y reaccionario que todos los estudios revelan entre las parejas más jóvenes.

La columna de Manuel Molares do Val.
La columna de Manuel Molares do Val.

Sostener, como hace el autor del blog, que las mujeres se entregan voluntariamente a maltratadores, a los que adoran como deidades, y de ahí deducir una responsabilidad que el “feminismo radical” no quiere ver, me parece no solo insostenible sino también peligroso. Y lo es por lo puede suponer de aliento de las posiciones neomachistas que inundan las redes y porque alimenta todas las posiciones que tratan de devaluar el análisis de género y por supuesto al feminismo. Todo ello, por cierto, con el objetivo último, aunque no confesado, de mantener un orden de privilegios al que muchos no están dispuestos a renunciar. De ahí que desesperadamente se acuda en muchos casos a la agresividad, a la desacreditación o simplemente al insulto más brutal, en el vano intento de defender unas posiciones que progresivamente van perdiendo legitimidad y argumentos.

No voy a repetir aquí, porque están más que analizados científicamente y difundidos, los factores que hacen que por ejemplo muchas mujeres no se atrevan a denunciar, o que presentada una denuncia la retiren, o que incluso finalizada una relación violenta repitan los esquemas con otro compañero. A nadie debería extrañarnos si la cultura patriarcal que nos sigue maleducando continúa vendiéndonos la seducción del malote y la entrega dependiente y ciega de la princesa, o si los mecanismos procesales y asistenciales de protección de las víctimas siguen dejando mucho que desear, o si analizamos la escasa formación y sensibilización que en la materia tienen por ejemplo buena parte de los operadores jurídicos.

Por todo ello, me parece absolutamente injusto, y por supuesto contraproducente en la lucha contra la que es una de las mayores violaciones de derechos humanos a nivel planetario, afirmar que “las mujeres son víctimas de su sexismo”. Por supuesto que hay mujeres machistas, en cuanto que han sido educadas en un contexto que las ha hecho idénticas y sin autonomía, pero ello no debería llevar a desenfocar la cuestión: ellas no son víctimas de su sexismo, sino de unas relaciones de poder —ese “género” que a tantos parece molestar en cuanto categoría de análisis social y política— en las que nosotros continuamos siendo el sujeto dominante y ellas las sometidas y por lo tanto vulnerables ante las múltiples discriminaciones que sufren o pueden sufrir. Es ahí donde hay que seguir trabajando, en ese marco de poder que provoca tantas injusticias y en el que, me remito a los datos objetivos, nosotros seguimos obteniendo dividendos de todo tipo y ellas deben seguir luchando por afirmar sus derechos.

No seré yo quien discuta que pueda haber mujeres, u hombres, que se conviertan “voluntariamente en esclavas sexuales de posibles asesinos” o que los sigan “suicidamente por el placer físico que les proporcionan” —los territorios del deseo son insondables— , pero lo que me parece osado es reducir el terrorismo que más asesinadas ha provocado en nuestro país en la última década a una cuestión de entrega morbosa de las mujeres a los hombres abusadores.

Se trata de una visión tan sesgada y tan carente de argumentos simplemente criminológicos que la respalden que puede acabar convirtiéndose en una bomba de relojería en un contexto en el que estamos viendo lo fácil que resulta darle validez a las propuestas que simplemente refuerzan nuestra ideología. En este caso, parece evidente, y ello es lo que más me preocupa, que la “crónica bárbara” que comento se convertirá, si no lo ha hecho ya, en bibliografía de referencia para quienes ven al feminismo como una especie de demonio que odia a los hombres y al género como una ideología que niega el orden y la naturaleza. Es decir, quienes todavía parecen no haber entendido que la lucha, como bien dijo Toni Morrison, no es contra los hombres, sino contra el patriarcado, y que el feminismo no persigue otra cosa que, nada más y nada menos, la efectiva igualdad entre ellas y nosotros.

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