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Migrados
Coordinado por Lola Hierro

Una lucha que no cesa ni en fiestas

Hemos gastado dinero a espuertas durante la navidad. Para muchos migrantes, celebrar a lo grande ha sido imposible

Ciudadanas italianas pasean por Roma durante las rebajas de Año Nuevo.
Ciudadanas italianas pasean por Roma durante las rebajas de Año Nuevo.ANGELO CARCONI (EFE)
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Acabamos de despedir las navidades, una época en la que mucha gente ha gastado mucho dinero, y, a su vez, otra gente no tan numerosa se ha beneficiado de ese gasto. Así es el mundo, todo está conectado para bien o para mal. Pese a vivir una etapa económica que nos anuncia, recuerda y obliga a coser nuestros bolsillos, acortar nuestras manos y utilizar, cada vez menos, la incontrolable tarjeta de crédito; la navidad tiene un mágico ambiente que nos seduce y nos acaba despertando el espíritu consumista.

Esto es así para quien lo quiera ver. Gastamos miles de euros para protagonizar y participar, siguiendo estereotipos y lecciones que nos inculca la maestra televisión, en esta época de felicidad y solidaridad. Siempre que hablo o escucho hablar del término solidaridad mi mente, inconscientemente, me lleva a pensar en la situación de aquellas personas que lo pasan mal: personas sin recursos para sobrevivir, personas que no tienen posibilidades para encontrar un empleo, personas que se pierden en la lucha contra las gestiones administrativas, personas que sufren acoso y discriminación de otras personas o de la autoridad, y un largo etcétera. Estos pensamientos me llevan, quizá sea por mi experiencia o formación, a hablar o pensar en los migrantes y, casualidad o no, son gente que vive todas las situaciones antes mencionadas.

Es indudable, para un sector de los que trabajamos en este campo, la precaria e injusta situación de los migrantes en España. Es indudable también la fortaleza y resiliencia de estas personas para, día tras día, levantarse y luchar después de cada batacazo, después de cada insulto y después de cada portazo en la cara. Son personas que nacieron en este frágil mundo pero representan cualidades propias de otro, un mundo quizá más noble y esperanzador. ¡Ay, qué haríamos sin la esperanza!

Llegados a estas líneas, predigo una incomprensión que nace en el lector después de leer dos ideas que representan aspectos totalmente diferentes: época de felicidad, solidaridad y consumo por una parte, y migrantes que luchan para vivir por otra. La relación, y es lo que nos interesa desarrollar en este artículo, recae en el consumo que hacen los migrantes en esta época.

Hay que tener una idea clara: muchos migrantes no han vivido una vida muy acomodada. Muchos han trabajado y luchado por comer y vivir dignamente. Y estos migrantes, una vez aquí, ven que la situación que les hizo migrar y creyeron dejar atrás, se ha convertido en su forma de vida actual. Ven, una vez aquí, que los derechos hay que sufrir por ellos. Que la tranquilidad es casi imposible de obtener. Que un trabajo decente es un privilegio de conseguir.

Allí el migrante tiene su familia, allí se siente en casa y allí estaba mejor que aquí

En definitiva, vivir allí es casi como vivir aquí. Con una diferencia patente: allí el migrante tiene su familia, allí se siente en casa y allí estaba mejor que aquí. En cambio, aquí no tiene nada, es una persona irregular, no se siente seguro ni cómodo ni tranquilo, no es capaz de sentir lo que sentía en su casa antes de migrar. La otra diferencia que destaca es lo vivido entre su vida allí y su vida aquí: estoy hablando del proceso migratorio. El camino que lleva de casa al lejano norte traspasa escenas horribles, situaciones de muerte, pérdidas de amigos, agresiones y robos sufridos y un largo etcétera que solo un migrante puede completar.

Estoy seguro de que algún lector se estará preguntando “¿Y a mi qué? Si tan mal están aquí, que vuelvan a su país”. “Yo también sufro por sobrevivir”. Le recomiendo moderación, paciencia, empatía y un saber estar. Todos los seres humanos merecemos vivir en el pequeño espacio habitable que estamos dejando en la Tierra. Todos sin importar nuestra cuenta del banco, nuestro color, nuestra religión ni nuestro sexo. Todos somos iguales.

Quizá ahora se entienda un poco por qué los migrantes no gastan como los demás. No pueden. Sea porque no tienen un trabajo que les posibilite gastar, sea porque tienen a una familia dependiente del dinero que reciben en su país de origen, sea porque no comparte la navidad ni cree en su sentido, sea por lo que fuere cada uno tiene sus razones para no gastar dinero. Recordemos que, al final, el dinero que gastamos lo originan nuestras largas horas de trabajo. Y si la gente aprecia el tiempo de sus vidas, debería apreciar el tiempo invertido en el dinero que se gasta en cosas innecesarias y sin sentido (aunque para algunos lo tenga).

No quiero que me malinterpreten y vean este articulo como una invitación al raterío y al ahorro obsesivo, más bien como una explicación de otras formas de vida. Todos pensamos que cuanto más cobramos más gastamos, y es que todo empieza aquí. Los migrantes, generalmente, tienen bajos salarios lo que añadido a duros trabajos y a su división familiar, no le permite gastar por gastar sino efectuar un gasto razonable del dinero que gana.

Me encantaría vivir en un lugar donde no fuese necesario trabajar y en el que lo más y mejor valorado fuese la dedicación a la atención y cuidado de la familia y de nuestras redes sociales. Pero, apenado, tengo que bastarme con lo que hay. Aun así no pierdo la esperanza; fui inmigrante en su día y he heredado esa esperanza que muchos no conocen.

“No hay que convertir el trabajo en nuestra forma de vida ni infravaloremos el tiempo que consumimos para ganar dinero.
Gastar lo que ganamos es como haber perdido días de tu vida para comprar cosas.
¿Qué tan importante es comprar cosas materiales? ¿Es más importante un móvil de última generación que 15 días de tu vida?
Para mí no. Prefiero comprar cosas necesarias y analizando el precio con lupa.
Para todo lo demás, no gracias. Trabajar es una necesidad para vivir, gastar no.

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