Yellen frente a Trump
La subida de tipos de la Fed previene los efectos de la ‘Trumpeconomics’
La decisión de la Reserva Federal de aumentar el tipo de interés en 0,25 puntos y situarlos en el nivel del 0,5% al 0,75% es razonable, moderada y además responde a las expectativas generadas en los mercados. En sí misma implica un cambio significativo en la política monetaria global, aunque las cautelas, precauciones y retrasos —casi podía decirse que dosificados por el organismo que preside Janet Yellen— mitigarán en parte sus consecuencias a corto plazo. Pero no conviene engañarse: es una señal clara para el mercado global y debe tener consecuencias a medio plazo en el resto de las áreas monetarias.
Y las tendrá principalmente porque no se trata de un alza aislada ni un impulso inercial (segunda subida de tipos con Yellen) sino que pretende fijar un programa regular de subidas de tipos a un ritmo de tres de 0,25 puntos por año. Como toda decisión monetaria, responde a un temor: la política económica anunciada por Donald Trump —sobre todo la rebaja de impuestos— conduce probablemente a un escenario de inflación más alta y, con un presunto macroplan de inversiones en marcha, al riesgo de formación de burbujas sectoriales que podrían generar problemas graves para la economía del país. Las claves de la decisión de la FED están bien marcadas: hay inquietudes que conjurar (Brexit, planes económicos expansivos mezclados con proteccionismo) y una situación interna que lo permite (crecimiento sólido, inflación al alza, empleo creciendo).
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A pesar de que la subida y el calendario preprogramado irriten a Trump y a su equipo, es una buena solución para la economía. Tiene un carácter preventivo; refleja indirectamente el grado de inquietud que ha sembrado la Trumpeconomics, cuyos detalles no se conocen, pero que la Fed intuye y teme. A pesar de la animadversión del presidente electo hacia Yellen, difícilmente podrá argumentar Trump que Estados Unidos camina hacia la dureza monetaria. El problema principal será la Trumpeconomics y no las decisiones de la Reserva Federal.
Pero por más precauciones que tome la Fed, los efectos se dejarán sentir. Diluidos en el tiempo serán menos bruscos, aunque no desaparecen. Para los países emergentes y para las deuda nominadas en dólares la situación es un poco más incómoda, porque la inversión se verá atraída hacia Estados Unidos. Para Europa, las señales son contradictorias. El escenario más probable es la paridad euro-dólar, con las consecuencias beneficiosas para las exportaciones europeas. Pero la brecha monetaria entre Estados Unidos y el euro (Washington vuelve de la quantitative easing cuando Bruselas todavía la mantiene) no es sostenible; el BCE tendrá que repensar su política monetaria a partir de 2018.
El presidente electo tiene que aceptar como buena la decisión de la Fed. Es un plan prudente, cuidadoso con las contraindicaciones y, conocidos los anuncios económicos de Trump, inevitable. Pero una buena política monetaria no podrá evitar las pésimas consecuencias sobre la economía del país (y también la global) de un proteccionismo desordenado e inmotivado ni de las repercusiones sobre China o Rusia.
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