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Migrados
Coordinado por Lola Hierro
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Siete días para ocho violaciones de derechos humanos

Amnistía Internacional denuncia desde Ceuta y Melilla la desprotección de migrantes y refugiados

Inmigrantes encaramados en la valla de Melilla.
Inmigrantes encaramados en la valla de Melilla.Blasco de Avellaneda (Reuters)
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Las expulsiones sumarias y los abusos policiales, así como la dificultad en el caso de Melilla y la imposibilidad en el de Ceuta de acceso por puesto fronterizo, hacen prácticamente infranqueable la entrada para personas refugiadas. Además, quienes lo logran deben afrontar la falta de condiciones adecuadas en los Centros de Estancia Temporal para Inmigrantes (CETI), la discriminación por razón de nacionalidad y la falta de atención a grupos vulnerables, como personas con discapacidad, víctimas de trata o colectivos LGBTI, entre otros. Así lo ha documentado Amnistía Internacional en una nueva investigación, en la que ha detectado hasta ocho tipos de vulneraciones, que incluyen también el cierre de fronteras para personas refugiadas de nacionalidad distinta a la siria, las restricciones a la libertad de circulación para los solicitantes de asilo y la falta adecuada de información para quienes buscan protección internacional, además de un sistema arbitrario de sanciones en los centros que puede llevar a su expulsión de los mismos.

Día uno: El viaje a Ceuta desde Madrid parece infinito, y la ciudad se queda lejísimos, en una tierra pasada por agua desde la que también nos hemos traído la lluvia. "Ya era hora de que llegara el frío", ha dicho el taxista, con acento andaluz, mientras nos llevaba a esta Puerta de África o, al menos, así es como se llama el hotel.

Día dos: De espaldas a la ciudad, en lo alto de un monte que empieza cuando acaban las fábricas y la playa, se encuentra el CETI (Centro de Estancia Temporal para Inmigrantes) de Ceuta. Por la empinada cuesta se ve patear, en chanclas a pesar de la lluvia, a algunos residentes. Al llegar, los barrancones amarillos, donde duermen hasta diez personas en habitaciones de ocho metros cuadrados, impresionan. La ropa tendida sobre las piedras del suelo espera no mojarse a pesar de la llovizna casi constante. Parece que los residentes se dedican a esperar. Pero los días pasan en el CETI y las noticias no son alentadoras: un naufragio, la espera de un año para algunas personas, las duchas que no tienen agua caliente a determinadas horas, la luz que se marcha y ¡que no sea viernes!, porque nadie viene a repararla hasta el lunes. Si hace calor, las habitaciones de diez emanan olor, si hace frío, la manta no es suficiente.

Marian y su hija, en Ceuta.
Marian y su hija, en Ceuta.Amnistía Internacional

Inés regaña a su hija y le pide que recoja los juguetes. "Adora ir a la escuela, porque si no se aburre", explica esta joven de 25 años que huyó de Argelia, víctima de un matrimonio forzado en el que además era maltratada. Solicitó asilo hasta que más de un año después, ha recibido protección internacional y ha podido marcharse del CETI poco después de que la entrevistáramos allí.

Sus compañeras de habitación, de origen subsahariano, no se muestran tan dispuestas a hablar. Lo cierto es que es muy complicado acercarse a las posibles víctimas de trata. Aunque las organizaciones con las que trabaja el CETI coinciden en señalar que existe riesgo de un elevado número de víctimas de trata, incluso de tratantes conviviendo con ellas en los CETI, especialmente de origen subsahariano, éstas no están siendo debidamente identificadas y protegidas. Las cifras hablan por si solas acerca del desamparo que encuentran: tan solo 365 mujeres de África Subsahariana solicitaron protección internacional en 2015, es decir, el 2,5% del total de quienes pidieron asilo ese año.

Solo 365 mujeres de África Subsahariana solicitaron protección internacional en 2015, es decir, el 2,5% del total

Día tres: fronteras infranqueables

Musa tiene una cara dulce y sonriente que contrasta con las penurias que relata. "Quería ser doctor, pero un día todo cambió para mí. Si lo hubiera sido quizá mi madre no habría muerto de Ébola", explica, dejando caer una lágrima, pero luego vuelve a la sonrisa. "Aquí estoy mejor, ya no tengo tanto miedo", parece querer cerciorarse, mientras relata el viaje de dos años desde Sierra Leona hasta Ceuta, pasando por Guinea, Burkina Faso, Mali y Argelia. "Lo peor era la frontera maliense con Argelia (controlada por grupos armados). Tienes tanto miedo que no puedes hablar. Se quedan tu dinero, tu teléfono, y te conviertes en su esclavo. Te dicen todo lo que tienes que hacer, hasta cuando ducharte", relata. Resulta curioso que sepa clasificar cuál fue el peor momento en un viaje lleno de peligros y tormentas. "Mi vida podría haber acabado ese día", asegura, mirando hacia el mar, ese mar que le tuvo prisionero por unas horas, hasta que la marina marroquí les rescató después de un naufragio. "Aun así volví a intentarlo".

Con las fronteras infranqueables en las que los abusos y las devoluciones en caliente son constantes, y los puestos habilitados cerrados o con dificultades para pasar, la ruta alternativa se vuelve cada vez más peligrosa. De eso sabe bien Muhamed, de 20 años y procedente de Guinea Conakri, que pasó seis horas encaramado en la tercera valla, con un torniquete en la muñeca, donde la concertina le habia provocado una herida por la que tuvo que ser operado y por la que ha perdido movilidad.

Cicatriz de Muhamed. Fue operado tras herirse con una concertina y ha perdido movilidad.
Cicatriz de Muhamed. Fue operado tras herirse con una concertina y ha perdido movilidad.Amnistía Internacional

Día 4: El CETI no es lugar para el asilo

En el momento en que Amnistía Internacional visita el CETI de Ceuta hay casi 600 residentes. La mayoría no solicita asilo porque sabe que eso podría retrasar su traslado a la Península: en Ceuta, donde no hay ninguna persona de nacionalidad siria, no se producen traslados de quienes solicitan asilo, sino que su estancia normal se prolonga más allá de los cinco meses, la media de quienes no lo solicitan.

Día cinco: viaje a la desesperanza en Melilla

Los nuevos barracones para mejorar la capacidad del CETI, las reparaciones en algunas habitaciones y las actividades programadas para niños y mayores cubren de un mejor aspecto el centro de Melilla. Pero no consiguen esconder la sobreocupación, que en ocasiones llega al hacinamiento, la discriminación y la falta de atención a colectivos especialmente vulnerables que existe en el centro.

Muhamed pasó seis horas encaramado en la tercera valla, con un torniquete en la muñeca

Día seis: Son ojos blancos los que nos persiguen y nos atacan con punzadas de tristeza. Quienes llevan más tiempo bromean, saltan del castellano al francés. Los más novatos en el CETI tienen otra expresión: cabizbajos, repiten que no quieren estar allí más, esquivando la mirada. Toufik, saharahui de 18 años, lleva todavía las vendas en las muñecas. Apenas hace unos días intentó cortarse las venas. Su periplo vital, desde que salió, huérfano, de los campamentos saharauis, se convirtió en niño de la calle y le hizo recorrer países a expensas de abusos y explotación, le ha llevado a intentar autolesionarse varias veces desde que llegó a Melilla. Parece mentira entonces que en el momento de la entrevista con Amnistía no hubiera recibido atención médica o de otro tipo por personal del centro.

Día siete: Cae la tarde y el partido de fútbol mantiene a muchos residentes dentro del campo y alrededor de la alambrada, jugando a olvidar que llevan meses esperando. Se nota el cansancio, y las decenas de historias sobre los hombros. Buscamos casos: sí, para denunciar lo que está pasando. Pero no deja de ser un regalo volver a casa, y una lástima hipócrita pensar en ellos.

Ana Gómez Pérez-Nievas es periodista en Amnistía Internacional España

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