Más Sájarov, por favor
La iraquí Nadia Murad acredita todos los méritos para ganar este año el galardón de la Eurocámara
Cuando los Estados miembros firmaron el Tratado de la Unión Europea, establecieron en primer lugar qué querían ser: una Unión con competencias para alcanzar objetivos comunes. E inmediatamente definieron los valores comunes en que se fundamentaba esa unión: respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías, así como su finalidad: promover esos valores, la paz y el bienestar de sus pueblos, comprometiéndose en sus relaciones con el resto del mundo a contribuir a la protección de los derechos humanos.
Muchos (o bien pocos) años después, esta Unión Europea, madurada, expandida y golpeada, ve cuestionados no solo sus propósitos, sino su misma existencia. Y, sin embargo, ¿acaso ha sido alguna vez más necesario que ahora mismo defender los valores y finalidad que la vertebran? En un mundo global en que los conflictos violentos se multiplican y cronifican; en que la seguridad, la paz, el desarrollo y el progreso se ven atacados por las mismas organizaciones terroristas; en que los pilares mismos de la democracia se ven amenazados desde Venezuela hasta Ucrania; en que las pulsiones por llevarnos de vuelta a la Edad Media no son patrimonio de Arabia Saudí o Irán, sino que inspiran a Gobiernos europeos como el de Polonia; en que la xenofobia nacionalista retrógrada hermana a los que dirigen o pretenden dirigir los destinos de Reino Unido, Estados Unidos, Hungría o Francia… ¿puede haber algo más indiscutiblemente esencial que enrocarnos con tanta pasión como determinación en la defensa de la dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad, el Estado de derecho y el respeto a los derechos humanos?
Yo creo que no. Primero, porque si uno renuncia a sus valores, desiste de lo que considera justo, que es lo que le da razón de ser, con lo cual está acabado. Y segundo, porque nuestra auténtica ventaja competitiva, lo que nos hace únicos y condenadamente eficaces desde el punto de vista más pragmático y operativo que existe, es precisamente la defensa de esos valores. Y, en su corazón, la de los derechos humanos: universales, indivisibles e irrenunciables.
Con frecuencia nos quejamos en las instituciones europeas de nuestra limitada capacidad de acción. Pero lo cierto es que disponemos de algunos instrumentos poderosos, de enorme alcance político, mediático y social. El Parlamento Europeo combate las vulneraciones de derechos humanos través de su acción legislativa, con las misiones de observación electoral, los debates mensuales sobre derechos humanos en Estrasburgo y la incorporación de los derechos humanos en sus acuerdos en materia de comercio exterior. Pero, además, concede anualmente el Premio Sájarov a la libertad de conciencia.
Nada hay tan esencial para los europeos como la defensa de los derechos humanos
Desde el primero, otorgado en 1988 a Nelson Mandela, hasta el último concedido al bloguero saudí Raif Badawi, pasando por los especialmente significativos en 2000 a ¡Basta Ya! por su oposición a la banda terrorista ETA y defensa de sus víctimas y del Estado de derecho en España, o los entregados a los defensores de la democracia en Cuba Oswaldo Payá, las Damas de Blanco y Guillermo Fariñas en 2002, 2005 y 2010 respectivamente, el premio Sájarov se ha convertido en herramienta fundamental del Parlamento Europeo en su función esencial de defensa de los derechos humanos en el mundo, tal y como establecen los Tratados de la Unión Europea. Su prestigio adquiere aún mayor relevancia en tiempos de descrédito de otros galardones como el Nobel de la Paz.
Los miembros de las comisiones de Exteriores y Desarrollo del Parlamento Europeo votaremos las candidaturas al Premio Sájarov 2016: Can Dündar, periodista turco perseguido y exiliado; Mustafa Dzhemilev, defensor de los pueblos tártaro y ucranio frente al totalitarismo soviético; Ilhan Tohti, intelectual chino y defensor de la minoría uigur condenado a cadena perpetua; y las iraquíes Nadia Murad y Lamiya Aji Bashar, supervivientes de la persecución y violencia sexual de Daesh contra el pueblo yazidí.
Desde que conocí a Nadia Murad en febrero, decidí promover su candidatura sin el menor atisbo de duda. No solo era una de las miles de víctimas de la brutalidad y la barbarie yihadista, secuestrada, violada, humillada, comprada y vendida como esclava sexual de Daesh durante meses tras ver cómo asesinaban a sus padres y a seis de sus hermanos. Nadia había decidido que iba a sacudir a un mundo paralizado. Con su dolor a cuestas, como portavoz de todas las víctimas de la minoría yazidí y defensora de los derechos humanos y del derecho internacional, Nadia no ha dejado de dar la cara y levantar su voz ante todas las instancias que imaginarse puedan: Naciones Unidas, Gobiernos, Parlamentos, Senados, asambleas del mundo entero… Y tiene un objetivo claro: llevar el genocidio yazidí ante el Tribunal Penal Internacional de La Haya.
En sus 28 ediciones, el Premio Sájarov no ha galardonado nunca a una persona u organización iraquí. Nadia Murad acredita no uno, sino todos los méritos que reconoce este galardón. Y es una mujer joven, valiente, ejemplar, que encarna lo mejor de Europa y del mundo. Por eso, premiarla nos hace mejores. Necesitamos a Nadia. Necesitamos más Sájarov.
Beatriz Becerra es eurodiputada y vicepresidenta de la Comisión de Derechos Humanos.
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