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El sol de las personas refugiadas

La comunidad humanitaria usa la energía fotovoltaica para paliar la pobreza energética en los campos de desplazados y, de paso, hacerlos más sostenibles

En torno a 6.000 personas se hacinan en este Campo de Laparck (Nepal).
En torno a 6.000 personas se hacinan en este Campo de Laparck (Nepal).F.P.C.
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Cuando el sol se esconde tras las montañas del Himalaya, la vida atareada del campo de refugiados de Laprak (Nepal) se va deteniendo poco a poco. Entonces, el laberinto oscuro y embarrado que serpentea entre las tiendas de campaña, nada recuerda a las calles iluminadas del pueblo que con el mismo nombre quedó devastado tras el terremoto de hace año y medio. Estamos a 3.000 metros de altura, hace frío y el monzón no da tregua. Los últimos grupos de mujeres y hombres regresan de recoger leña, comida y agua. La vida de estos supervivientes está marcada por el sol y, cuando este desaparece, todo su esfuerzo se centra en recrearlo.

En la década de los 90, la investigadora británica Brenda Boardman acuñó el término de pobreza energética en referencia a aquellos hogares que destinan más del 10% de su renta en conseguir la energía suficiente para vivir. Quien dice dinero, dice tiempo. Así que los laprakies, que no manejan mucha moneda y que se pasan gran parte del día consiguiendo combustible, son pobres energéticos. Traducido a una vida confortable, es como si al llegar a casa, tuvieras que caminar al menos una hora de ida y otra de vuelta para llegar al interruptor de la luz y el gas. Y aunque intenté muchas veces interiorizar el drama que debían sentir las personas que lo padecen, realmente no me di cuenta hasta que no pasé una noche en el campo de desplazados.

Punto de encuentro y seguridad

Los trabajadores humanitarios nos vemos obligados a regresar a la base antes de la puesta de sol por razones de seguridad. Allí nos espera comida caliente, luz e, incluso, a veces internet y aire acondicionado. Pero en esta misión, no fue así... El primer día, en cuanto cayó el sol, me di cuenta de que la vida nocturna está condicionada por los escasos puntos de luz: allí se reúnen los hombres a fumar y charlar. No las mujeres y las niñas, que prefieren no salir, ni siquiera a las letrinas, por miedo al acoso.

Fotovoltaica para todos

En los campos de refugiados de Shire (Etiopía), que alojan a más de 110.000 personas, la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) está implementado un proyecto para mejorar el abasteciendo eléctrico basado en tecnología fotovoltaica. También en el asentamiento de Azraq (Jordania) se está construyendo una central solar que suministrará a gran parte del campo. Esta es solo la primera parte del proyecto que pretende abastecer con paneles al cercano campo de Zaatari, donde más de 100.000 refugiados sirios llevan casi cinco años viviendo en condiciones precarias. Ambas iniciativas, coordinadas por la agencia Jordana de la electricidad, tienen la ambición de suministrar también electricidad a la red nacional.

Tal es la relación de la falta de luz con la sensación de inseguridad en estos entornos tan agresivos que la iluminación pública se ha vuelto una prioridad para muchas organizaciones. Para hacerlo rápidamente, como no existe generalmente conexión a la red eléctrica, son muy útiles las farolas fotovoltaicas todo en uno, que traen bombilla LED, batería y panel fotovoltaico. Se cargan por el día y cuando detectan que no hay luz se encienden hasta que se agotan.

Aunque este sistema, puede ocasionar más problemas que beneficios. Si las farolas son muy bajas, se roban con facilidad, y si están muy altas, será tan difícil limpiar el panel que en pocos meses dejará de funcionar. Además, si no se instalan suficientes o sin una localización consensuada con la comunidad, ocurre como en Laprak, que se convierten en un foco de vulnerabilidad más que de seguridad.

Hacer deberes o cargar el móvil

Dentro del refugio de lona, es habitual ver a los más pequeños agrupados en torno a una linterna solar para hacer los deberes. Esta maravilla portátil además tiene una entrada USB para cargar el móvil. La comunicación aquí es vital: sin teléfono no es posible averiguar cómo están los familiares que viven en los valles cercanos y si los caminos están transitables para bajar a por vivieres.

Yo conviví con mi linterna todo el tiempo y llegamos a una especie de vínculo especial. A pesar de que su luz es tenue y en una hora o dos se suele apagar, estos candiles permiten el acceso a la energía. Por eso las organizaciones las reparten a diestro y siniestro durante las crisis humanitarias. Pero no son una solución permanente: usadas a diario, si tienes suerte, duran un año. Tampoco dan para todo, o cargas el móvil o tienes luz.

Además, la linterna no calienta. La primera noche que nuestras vecinas nos invitaron a cenar, literalmente me golpeó otro de los grandes problemas que tienen las tiendas: el humo asfixiante que hay dentro. Cuando me recuperé y pude empezar a respirar con calma, vi que provenía del fuego de una cocina formada por tres piedras... Esta técnica que se repite en cada una de las tiendas ha provocado que haya un repunte de enfermedades respiratorias entre los refugiados.

La relación de la falta de luz con la sensación de inseguridad en entornos agresivos ha hecho que la iluminación pública sea una prioridad para muchas organizaciones

Frente a este panorama, las organizaciones están distribuyendo en el Cuerno de África alternativas que van desde un simple cubo doble relleno de arcilla resistente al calor, que reduce el consumo de leña en torno a un 40%, hasta estufas de diésel en los campos de Jordania o Líbano. También se ha optado por cocinas solares que con unos espejos concentran los rayos del sol en la olla y la calientan. La realidad es que su utilidad en Nepal es limitada por la simple razón de que los momentos de mayor insolación no concuerdan con su hora de comer. Pero sí vale para calentar el agua y almacenarlo en termos, lo que ya es un ahorro considerable de combustible.

Solución integral

En casi todos los campos de refugiados, así como en los diferentes proyectos de cooperación, la solución no pasa por unas pocas farolas, linternas o cocinas mejoradas. Los programas contra la pobreza energética suelen necesitar una solución integral que depende de saber cómo era el acceso a la energía previa a la crisis, así como de conocer cómo han variado sus necesidades energéticas. Por ejemplo, Ecooo, una empresa sin ánimo de lucro especializada de procesos de democratización de la energía a partir de renovables, realizó una consultoría encargada por el Ministerio de Energía de Ecuador para implementar dos sistemas de electrificación para la comunidad Achuar. El diálogo que Ecooo estableció con la población mostró que era más urgente mejorar las cocinas que utilizaban.

En el caso del asentamiento de Laprak, las necesidades han cambiado debido a que el actual está a mayor altitud, llueve más y hace más frio y por lo tanto, se consumen el doble de leña. El problema reside en que antes disponían de madera en abundancia y de una pequeña central hidroeléctrica que proporcionaba electricidad 24 horas. Ahora la madera es escasa y la central está muy lejos.

El remedio más adecuado pasa también por conocer el futuro del asentamiento. Para ofrecerle un sistema energético sostenible en el tiempo es necesario crear una infraestructura que genere electricidad, la distribuya y la gestione. Pero esto suele entrar en oposición con los intereses del país que les acoge. Desgraciadamente en muchos lugares, a los refugiados se les trata como personas non gratas y no se les permite ni que tengan estructuras permanentes, ni que trabajen para ganar dinero.

Yo conviví con mi linterna todo el tiempo y llegamos a una especie de vínculo especial

La mayor parte de los campos de acogida pasan años en un estado de limbo, donde casas, colegios, sistemas de conducción de agua y electricidad, tienen que ser temporales por falta de los permisos del gobierno o de los dueños de la tierra. En el caso de Laprak, el estado nepalí no permite el establecimiento permanente y tampoco autoriza la reconstrucción del antiguo pueblo al encontrarse en una zona de inestabilidad geológica. Sólo propone ubicarles en la llanura del Terai, un lugar a cientos de kilómetros sobre la que los laprakies no quieren ni oír hablar.

Conclusión: las casi 6.000 personas de este campo nepalí son sólo un ejemplo más de refugiados sin acceso a un mínimo de energía segura. Según el Informe por la Iniciativa de la Energía en Movimiento realizada por el Centro de Estudios Chatham House, el 80 por ciento de los 8,7 millones de desplazados en todo el mundo padecen la misma situación.

Ante esta situación, en muchos de los grandes campos de refugiados del mundo, las ONG, las agencias de cooperación, donantes y gobiernos están presionando para que concedan los permisos necesarios: intentan explicar que los refugiados no irán a ninguna parte para que se diseñen proyectos energéticos que revierten positivamente también en las comunidades vecinas. También apuestan mayoritariamente por instalar energías renovables o por el gas butano, para cocinar con seguridad.

Los beneficios son múltiples: mejora el acceso a la educación, disminuye la violencia de género, se lucha contra la deforestación, los incendios y las emisiones de CO2. También se combate las enfermedades pulmonares y las quemaduras y se fomenta la higiene en lugares fríos. Y, de paso, se reduce el coste de las intervenciones humanitarias, que no es poco.

Francisco del Pozo Campos es ingeniero y cooperante especialista en agua saneamiento y energía

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