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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El dedo censor de la CUP apunta a Cristóbal Colón

Es difícil no ver en esta chocante iniciativa la necesidad de dar a sus desconcertados electores señales de existencia

Milagros Pérez Oliva
 Monumento a Cristóbal Colón en el puerto de Barcelona
Monumento a Cristóbal Colón en el puerto de BarcelonaCarles Ribas

¿Hasta dónde hay que llevar el revisionismo histórico? Muchos barceloneses se han llevado las manos a la cabeza al saber que la CUP de Barcelona propone retirar la estatua de Colón. Sí, la gran columna de 57 metros de altura sobre la que aparece Cristóbal Colón apuntando con su dedo al mar, uno de los iconos más populares y representativos de la ciudad cuyo origen se pierde en la memoria de los barceloneses porque siempre la han visto ahí. Fue construida en 1888 con motivo de la Exposición Universal y es también el recuerdo que millones de turistas se llevan de Barcelona. Pero la CUP quiere quitarla porque simboliza el sometimiento de las poblaciones indígenas de América Latina.

No se trata de discutir si Colón representa todo eso o no. Los historiadores han acotado bien el alcance y naturaleza de aquella epopeya. La cuestión es si, como propone la CUP, hemos de revisar el arte del pasado con los filtros ideológicos del presente. En los conjuntos esculturales situados al pie de la estatua de Colón aparece un indio americano besando la mano de un monje y otro, también arrodillado, junto a un conquistador. Para la CUP, deben ser retiradas porque simbolizan las masacres del imperialismo español. Siguiendo este planteamiento, si nuestra sensibilidad y visión actual no coincide con la que en su momento propició la obra de arte, ¿hemos de borrar de un plumazo los vestigios que quedan?

Si así fuera, trabajo tenemos. Porque a continuación deberíamos retirar también gran parte de las esculturas, cuadros y tapices del arte barroco que hay en iglesias y museos. Obras pagadas por órdenes religiosas, monarcas y gobernantes que pusieron la cruz, la plata y la ideología redentora al servicio de la conquista de América. Y a continuación habría que ir a por los restos de Imperial Tarraco, que tan orgullosamente exhibe la ciudad de Tarragona, los arcos de triunfo y las estatuas que se conserven de aquel imperio que sometió a esclavos y en cuyos espectáculos miles de desgraciados acabaron devorados por los leones. Pocos momentos de la historia podrían escapar a nuestro dedo censor.

Otra cosa es si se ha de revisar la forma en que se presentan esas obras. Por ejemplo, la estatua de Antonio López, Marqués de Comillas, cuya retirada también pide la CUP. Parece razonable que en la leyenda del monumento que se alza en Via Laietana no se ignore el hecho que fue un gran traficante de esclavos. Pero eso no significa que haya de retirarse como representación histórica, como no se entendería que se propusiera retirar de los museos las estatuas que se conservan de Calígula o Nerón.

La CUP ha conseguido, una vez más, desatar una sonora polémica, pero es difícil no ver en esta chocante iniciativa la necesidad de dar a sus desconcertados electores señales de existencia. Y seguramente también enviar a la alcaldesa, Ada Colau, ahora que necesitará apoyos para aprobar los presupuestos, el mensaje de que hay una fuerza política a su izquierda tan radical y rompedora que hasta es capaz de derribar la estatua de Colón.

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