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Tribuna
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La tarea del mediador

Docentes o periodistas siguen siendo indispensables por dar contexto a los datos e interpretarlos para el receptor

Noah Chomsky.
Noah Chomsky.EL PAÍS

Los cambios en las tecnologías de la información y la comunicación están propiciando a su vez cambios profundos en el mercado laboral. Si muchas profesiones parecen ahora innecesarias, otras deben redefinirse para adaptarse a los nuevos tiempos. Algunas profesiones del ámbito de las ciencias sociales, en concreto las de la mediación intelectual, son un buen ejemplo de esto último.

La confusión generalizada y la falta de discriminación entre lo que solo es el acceso a los datos y el conocimiento como tal, ha llevado a muchos a pensar, erróneamente a mi juicio, que actividades como la docencia, el periodismo o la edición, ya no son necesarias: ¿Qué sentido tiene la labor del docente cuando los discentes tienen acceso directo a los datos?, ¿y cómo justificar la labor del periodista cuando el ciudadano puede “conocer” directamente los hechos?, ¿son, en fin, necesarios los editores, cuando cada uno puede publicar sus textos y difundirlos en la web?

En un contexto en el que las tecnologías de la comunicación propician la relación directa entre la fuente (de conocimiento, de información, de creación) y los individuos de la sociedad (en calidad de estudiantes, ciudadanos o lectores)… ¿Qué sentido tiene la mediación?

Si la tecnología propicia la relación directa entre la fuente y los individuos, ¿qué sentido tiene la mediación?

Si puedo escuchar directamente a Chomsky, argumentan mis alumnos de lingüística, ¿para qué necesito que el profesor de lengua me explique la gramática generativa? Si el usuario de una red social es capaz de generar y difundir una noticia, ¿para qué tengo que informarme a través de determinado medio? ¿Para qué, en fin, es necesario un sello editorial si cualquiera puede auto editar y publicar sus textos?

Estos razonamientos, a mi entender, pasan por alto la diferencia existente entre datos, información y conocimiento. Si bien las tecnologías de la información y la comunicación hacen posible el acceso a los datos (la conferencia de Chomsky, los cables de Wikileaks, el poemario o la novela auto editados), para transformarlos en información hace falta dotarlos de contexto; igual que para llegar al conocimiento hace falta interpretar la información. Son precisamente la contextualización y la interpretación las tareas de la mediación intelectual, las actividades que redefinen las profesiones a las que aludíamos arriba y las que las hacen hoy más necesarias que nunca (o tan necesarias como siempre lo han sido), en un contexto tecnológico que facilita extraordinariamente el acceso a los datos.

Contextualizar implica situar los datos en el “paisaje” en el que van a ser recibidos, darles el peso y la dimensión apropiados en relación con otros

Contextualizar implica situar los datos en el “paisaje” en el que van a ser recibidos, darles el peso y la dimensión apropiados en relación con otros. El dato contextualizado es ya información, es decir, se convierte en un hecho “encajado” en las circunstancias y el entorno en el que se difunde. En este sentido, cuando un editor literario incluye una obra en una colección de un catálogo determinado, está dando a esa obra de creación un contexto, la está insertando en un paisaje en el podrá leerse junto a otras que la enriquezcan y a las que a su vez pueda enriquecer. Otro ejemplo de la importancia que puede tener la contextualización (o su ausencia), nos lo ofrecía Terry Eagleton en una entrevista que recientemente publicaba Babelia. Señalaba en ella el pensador y ensayista británico que el fundamentalismo, cualquier fundamentalismo, es sobre todo un error de lectura, pues trata de leer los textos como si su significado fuera inmutable, ajeno al entorno que los recibe, cuando precisamente es propio de los signos su adaptabilidad al contexto, su posibilidad de integrarse en situaciones nuevas.

La información interpretada se convierte en conocimiento. Interpretar es pues dar sentido a las informaciones, formarse un juicio razonado sobre unos hechos determinados. Lo propio de una ciudadanía formada es esta capacidad de interpretar razonadamente la realidad. El docente (como el periodista) tiene que proporcionar el contexto de los datos y ofrecer los medios para que los estudiantes (como los receptores de los medios de comunicación) se formen su propia interpretación de ellos, con independencia de que les brinde además la suya propia.

Daniel Innerarity escribía hace unos años acerca de una “sociedad de intérpretes”, aludiendo a que el desafío de nuestro tiempo es “interpretar para obtener experiencias a partir de los datos”. Las ciencias humanas y sociales, para muchos prescindibles en estos tiempos, son precisamente las que se especializan en la interpretación y en la generación de sentido. Así concebidas, las profesiones de la mediación intelectual encuentran su sitio en nuestra sociedad y adquieren en ella la importancia que merecen.

Luis Guerra Salas es catedrático de Lengua Española en la Universidad Europea de Madrid.

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