El encuentro con Ramón Gómez
Llegó al set de grabación y una chica de producción salió a recibirle. Soy Laia de producción, le dijo dándole dos besos. Ya estaba, ya había desembarcado en el primer día de rodaje, oficialmente había puesto el pie. Echó una mirada a su alrededor y vio a mucha gente yendo de un sitio para otro: operadores de cámara, técnicos de iluminación, atrezzistas,y otros cuantos que no sabría decir a qué se dedicaban. Al observar la escena se le antojó como un cuadro donde la masa humana trabajaba coordinadamente, uniendo sus esfuerzos en un flujo continuo, eterno, invisible y mágico. Se estremeció al pensar que formaba parte de eso. ¡Bueno! Y encima él era uno de los protagonistas de la película. Estaba inquieto, en parte porque iba a conocer a su cómico favorito, Ramón Gómez. La de veces que de pequeño lo había imitado frente al armario de luna de la habitación de sus padres, en su pueblo de Castilla-La Mancha... ¿sonaron violines mentales? Claro que sonaron, porque el recuerdo estaba impregnado de nostalgia.
—Si quieres tomar algo, Emilio...—dijo Laia interrumpiendo sus pensamientos— ...ahí tienes el catering. Ahora en 10 minutitos te llevo a maquillaje.
—OK.
Se quedó solo. Miró hacia la mesa esperando verla llena de pitanzas, pero lo que encontró fue un tetrabrick de zumo de piña, un termo grande con un charquito oscuro en la base, un bol de fruta que representaba una excelente muestra de lo que se podía haber caído del camión y unas palmeritas que hacían la conga en un plato de plástico.
—¿Qué quieres? Es una producción española —le dijo el tetrabrick de piña, y le guiñó un ojo.
Emilio no se movió de su sitio.
—¡Em-il-io-Es-cri-ba-no!- dijo alguien separando mucho las sílabas. Emilio se volvió; una silueta a contraluz se le acercaba abriendo los brazos. Parecía un muchacho joven, vestido con bermudas y camiseta de tirantes...
Era un hombre menudo con el pelo color caoba
—¡Emilio Escribano! —repitió, ahora con un tono cantarín. ¡Era Ramón Gómez!
Conforme se acercaba, Emilio fue descubriendo que su cómico favorito era un hombre menudo, con el pelo color caoba por el que asomaban, a rodales, mechones canosos. Ramón Gómez tenía unos ojillos pequeños "como dos pulgas pedorras", vivos pero tristones, y unos dientes diminutos y amarillentos que se mostraban en una mueca que bien podría pasar por un amago de sonrisa... Es un niño viejo, pensó. Le podría haber recordado a ese personaje de Muerte en Venecia, al que el protagonista confunde con un joven y poco después descubre, horrorizado, que es un anciano. Le podría haber recordado a ese personaje si hubiera leído el libro o visto la película, pero Emilio no había hecho ni una cosa ni la otra. No obstante, Emilio había elegido Muerte en Venecia como su segunda película favorita de todos los tiempos en una lista elaborada por la revista Fotogramas. He aquí la lista de Emilio:
1. Ran, de Kurosawa (la había visto, le gustaba, si bien no la entendió en su totalidad).
2. Muerte en Venecia, de Visconti (ni la había visto, ni encontraría un momento para verla).
3. El verdugo, de Berlanga (la había visto, pero no se acordaba bien de ella; la eligió para que al menos hubiera una española).
4. Una historia verdadera, de Lynch (le encantaba decir que era una de sus películas favoritas, pero la durmió casi entera).
5. La dama y el vagabundo, de Geronimi para Disney (por añadir algo de color y una referencia a su infancia).
—¡Qué ganas tenía de conocerte! —dijo Ramón dándole un abrazo.
—Joder, Ramón, es un honor para mí. Te admiro mucho desde que era pequeño...
—¡Escúchame! ¡Lo que tú haces es genial! Eres el representante del nuevo humor manchego...
—Muchas gracias, Ramón.
—Además que es muy difícil lo que haces, porque no es lo que dices sino cómo lo dices. Tienes algo muy especial. Eso se tiene o no se tiene.
—Pfff... No sé ni qué decir, Ramón... Tú para mí eres un referente, si me dedico al humor es por ti.
—Calla, calla ¡oye! Que nos lo vamos a pasar muy bien en esta película. Me hace mucha ilusión hacer de tu tío... Es tu primera peli, ¿no? Pues no estés nervioso que lo vas a hacer muy bien — continuó sin dejarle responder. —Además, que no te imponga el compartir secuencias conmigo, ¿eh? Que yo soy un cómico igual que tú— remató dándole unas palmadas en la cara.
—Gracias, Ramón.
—Por cierto, Emilio— dijo bajando el tono de voz— perdona que te lo pregunte... ¿cuánto te pagan por sesión?
—Eh... pues... me dijo mi primo que 3.000 euros.
Ramón asintió entornando los ojos.
—Y ¿a ti?
—A mí es que no me gusta hablar de dinero.
—¡A maquillaje! -, grito Laia.
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