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Tribuna
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Reviviendo ‘Alquibla’

El islam ha sido visto como un bloque homogéneo sin tener en cuenta la diversidad de naciones y etnias que lo componen, un tejido hecho con trozos de distintas telas. No debe observarse desde el prisma exclusivo de la guerra contra el yihadismo

NICOLÁS AZNÁREZ

En un artículo publicado hace ya algún tiempo en The New York Times, El antiorientalista, en una alusión a la obra de Edward Said, se analizaba mi propósito de romper los clichés orientalistas de Occidente respecto al mundo islámico que sirvieron de base ideológica a la empresa colonial europea que a partir del siglo XVIII se adueñó de la casi totalidad del mismo con el pretexto de civilizarlo. El islam ha sido visto en efecto como un bloque homogéneo sin tener en cuenta la diversidad de naciones y etnias que lo componen, un tejido hecho con trozos de distintas telas, y con dicho objetivo, expuesto ya en mi libro Crónicas sarracinas, redacté una veintena de guiones que, con la ayuda inapreciable de Rafael Carratalá y de su equipo de cineastas, y bajo el título de Alquibla, pretendía mostrar mediante una visión del espacio urbano, ritos, costumbres, música, etcétera, dicha variedad. La primera serie (1986-87) y la segunda (1989-90), rodadas en Uzbequistán, Irán, Turquía, Palestina, Egipto, Argelia, Marruecos y Malí, dan buena cuenta de dicho patchwork, y vistas a un cuarto de siglo de distancia no han perdido un ápice de su actualidad y responden a muchos interrogantes que se plantean en estos tiempos convulsos en los que los conflictos que sacuden al orbe islámico tienden a ser vistos a través del prisma exclusivo de la guerra asimétrica de Occidente contra el yihadismo internacional. Para no ser prolijo me limitaré a evocar algunos incidentes y temas que contradicen la visión uniforme del islam creada por el imaginario europeo.

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En contra de lo que nos temíamos, el rodaje en Irán se realizó sin obstáculos. Únicamente se nos denegó la autorización de entrevistar al ayatolá Montazeri, bajo arresto domiciliario por sus divergencias con la línea jurídico-religiosa oficial. Pero en la ciudad santa de Qom tuvimos la suerte de asistir a las procesiones y ceremonias de duelo que conmemoran cada cuarenta días el martirio del imam Husein, hijo de Alí, el yerno del Profeta. Entre flagelaciones y golpes de pecho que evocan nuestras antiguas procesiones de Viernes Santo, el recuerdo de la tragedia de Kerbala conjuga a la vez el fervor de la fe, el odio a la opresión y el amor a la independencia de los chiíes frente al despotismo y la violencia de los “arrogantes”, esto es, los califas de Damasco y Bagdad. Para comprender cabalmente el arraigo del chiismo en Irán y el fervor popular por la figura de Husein conviene recordar que la derrota de la dinastía sasánida frente al califa Omar y la subsiguiente islamización del país fueron acompañados de un desarraigo violento de la antigua y refinada cultura persa.

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En nuestro rodaje en Argelia consagramos uno de los capítulos a los ibadíes del Sáhara agrupados en el bellísimo oasis de Ghardaia. El ibadismo, una de las múltiples ramas de los jarichíes, esto es, de los salidos de la comunidad mayoritaria islámica, profesan una doctrina opuesta a la sunay a la chía. Tras un largo enfrentamiento con los suníes en el imanato beréber de Tehert que concluyó con su derrota, se refugiaron en el territorio fragoso de Mzab.

En contra de lo que nos temíamos, el rodaje en Irán de la serie se realizó sin obstáculos

Durante los preparativos del rodaje di casualmente con el libro de un académico francés que recorrió Argelia tras la conquista de sus territorios saharianos, una obra en la que, con el propósito de mostrar la supuesta superioridad del colonizador y la inferioridad de los indígenas, reproduce una carta, que califica desdeñosamente de “curiosa”, destinada al mando militar del lugar y que en razón de su belleza y dignidad insólitas incluí en mi ensayo Los ibadíes del Sáhara:

“Vosotros decís, oh franceses, que vuestros abuelos murieron y no os comunicáis con ellos. Nosotros, musulmanes, decimos que, aunque su carne y sus huesos se descompongan en la tierra, nuestros ascendientes viven y velan por sus hijos: son como el león en el bosque que cuida de sí y de su territorio y devora a quien le quiere atacar. Nuestros antepasados os dicen: el Gobierno que aliste a un solo ibadí en su ejército perecerá. Esta carta no emana de sabios ni de jefes ni de ricos ni de funcionarios. Es obra de débiles, enfermos y cuerpos descompuestos bajo tierra. Los creéis muertos y viven junto a Dios”.

En una reunión con el consejo de ancianos de la comunidad, a fin de evitar incidentes en el rodaje, cité la existencia de esta misiva y uno de los presentes exclamó: “¡Mi abuelo!”. Mi interlocutor, que sólo conocía de oídas el envío de dicho texto anónimo, ignoraba su reproducción en una obra destinada a exaltar la “misión civilizadora” de Francia en Argelia, y gracias a este episodio y a la mezcla de asombro y alegría que produjo fuimos autorizados a filmar en el interior de una de las mezquitas la oración de los fieles y la distribución de dátiles a los mismos, algo que la televisión argelina no ha conseguido nunca.

En Argelia filmamos en el interior de una mezquita la oración de los fieles y la distribución de dátiles

En el país que tropezamos con mayores cortapisas fue el Egipto de Mubarak (pienso que en el del mariscal Al Sisi serían las mismas o aún más abruptas). Un par de años antes del rodaje había publicado en este periódico el relato de mi visita al cementerio cairota de Al Qarafa, la conocida popularmente como la Ciudad de los Muertos, en el que evocaba mis sucesivas aproximaciones a ella y al millón de habitantes que acoge en conmovedora intimidad con sus difuntos junto a los mausoleos de grandes poetas árabes como Rabia al Adawiyya y Omar Ibn al-Farid o la célebre cantante Um Kalthum. Lo que para mí era una celebración del lugar fue interpretado, ¡ay!, por el agregado de prensa de la Embajada de Egipto en Madrid como “un grave atentado a la imagen turística” de su país y, en razón de ello, el rodaje de Díptico urbano, dedicado a la capital cairota y a su inmensa necrópolis, fue objeto de una censura estricta. Un obtuso funcionario del Ministerio de Información seguía estrechamente nuestros pasos y nos impedía filmar a su arbitrio, tanto en la ciudad como en el cementerio. En el brete de filmar algo para cumplir con nuestro presupuesto y programa, fotografiamos a escondidas la caótica superposición de barracas edificadas en las terrazas de los edificios que avistábamos desde el acechadero de nuestro hotel: el mar de miseria que se extiende sin límites, y esto era precisamente lo que nuestro lamentable guardián intentaba evitar. La arbitrariedad y el despotismo que se suceden hasta hoy en Egipto se desvelaron así en toda su crudeza. Me acordé luego del gran viajero y geógrafo tangerino Ibn Batuta y del diagnóstico político de su capital: “El militar tiraniza; el pueblo sufre; pero los poderosos no se resienten de ello y la máquina anda como puede”. El resumen era perfecto y esto es lo que, entre otras muchas cosas, quería mostrar Alquibla.

Juan Goytisolo es escritor. Fue el responsable del guion y la presentación de la serie de televisión Alquibla.

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