Francia aporrea a Europa
Hablar mal de la UE se ha convertido en un paso obligado para todo político que pretenda hacer gala de cierta altura de miras
La cuestión europea no debería existir en Francia. Eso era lo que pensaba cuando me instalé como corresponsal en París, hace ya tres años. Sin embargo, pese a que este país fundó la Unión Europea con Alemania hace más de medio siglo, está omnipresente y planea ya sobre las presidenciales de 2017.
Esta constatación es cuando menos sorprendente para un suizo que cumplió 20 años en diciembre de 1992, fecha en la que el pueblo y los cantones dijeron no al Espacio Económico Europeo. Este rechazo estructuró las opiniones políticas de toda una generación. Igual que se puede ser de izquierdas o de derechas, del Barça o del Madrid, de los Beatles o de los Rolling, en Suiza hemos sido durante mucho tiempo pro o antieuropeos.
Yo creía por tanto haber dejado atrás a los neinsager —literalmente, “los que dicen no”— de nuestra dura Helvecia, pero ahora descubro a otros detrás de cada discurso político, pues en Francia hablar mal de la UE se ha convertido en un paso obligado para todo político que pretenda hacer gala de cierta altura de miras. Y este conformismo se lo disputan tanto desde la izquierda como desde la derecha, especialmente cuando se tienen las miras puestas en el Elíseo.
El que Marine Le Pen, presidenta del muy nacionalista Frente Nacional, haga de la objeción a la Unión Europea uno de los fundamentos de su política es previsible. En cambio, escuchar cómo el expresidente de la República Nicolas Sarkozy parodia a la UE de mitin en entrevista con su chiste sobre la curvatura de los pepinos es más sorprendente. En efecto, para ilustrar la tiranía de las incomprensibles reglamentaciones de Bruselas, el candidato aún no declarado a las presidenciales de 2017 se burla regularmente de una norma introducida en 1988 sobre la curvatura de los pepinos. Norma abrogada en 2008, como el antiguo jefe de Estado sabe mejor que nadie.
Nicolas Sarkozy se burla regularmente de una norma introducida en 1988 sobre la curvatura de los pepinos
Más en serio, Nicolas Sarkozy, al igual que los favoritos a las primarias republicanas (François Fillon, Alain Juppé y Bruno Le Maire), aboga por una refundación de la Europa política. Una declaración política recurrente y razonable. Y que sobre todo evita toda autocrítica sobre la actuación de los republicanos en el Parlamento Europeo. Es como si el partido hubiese olvidado que, desde hace cinco legislaturas y sin interrupción, sus diputados han formado parte del grupo político más poderoso de Estrasburgo: el Partido popular Europeo (PPE), hoy personalizado por Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión.
En la izquierda, el actual presidente de la República, François Hollande, no lo hace mucho mejor. Durante su campaña de 2012, se comprometió a renegociar el Tratado de Estabilidad europea, que, una vez elegido, tuvo que resignarse a firmar. En su gran número de la precampaña presidencial sobre el tema “Francia va mejor”, el jefe del Estado vaticina lo que habría sido de Europa, y especialmente de Grecia, sin las matizaciones sociales que él mismo aportó para contener la austeridad alemana. Pero ya nadie le escucha. Salvo los desencantados de su propia familia política y los sindicatos, que no desperdician una ocasión para recordarle este acto fallido original.
Para la opinión pública, la impotencia de François Hollande oculta la de Francia en Europa. Y este debilitamiento es tanto más difícil de digerir cuanto que los políticos franceses han visto cómo los británicos han logrado imponer sus condiciones a la UE. En París, la campaña del Brexit ha suscitado tanto despecho como envidia. Y, sobre todo, ha reforzado la idea de que el liderazgo francés en Europa (o su ausencia) será una de las claves de las presidenciales de 2017.
Actualmente, abundan las perífrasis para evocar la cuestión europea: “cierta idea de Francia” para los gaullistas, la “soberanía francesa” para los patriotas y la “defensa del modelo social tricolor” para los militantes de izquierda. Sí, las diferentes familias políticas francesas consideran las instituciones europeas como el medio para amplificar sus virtudes y cualidades sobre el continente.
Mientras que en Suiza Berna solo teme una cosa: verse desalojada de la agenda europea, París, por su parte, espera dictar esa misma agenda. Es lo mínimo que deben exigir los candidatos al Elíseo si quieren ser escuchados.
Xavier Alonso es el corresponsal en París de Tribune de Genève y 24 Heures.© Lena (Leading European Newspaper Alliance)
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