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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Peligro: homofobia

El atentado de Orlando es la expresión de un odio al que muchos contribuyen

Miembros del colectivo LGBT de Roma rinden homenaje a las víctimas de Orlando.
Miembros del colectivo LGBT de Roma rinden homenaje a las víctimas de Orlando. AFP/ TIZIANA FABI

El terrible asesinato de 49 personas en un club gay en Orlando (Estados Unidos) ha puesto de manifiesto hasta qué punto el colectivo homosexual se encuentra amenazado incluso en sociedades que se consideran avanzadas en materia de libertades y derechos civiles. Aunque en los últimos años se han producido progresos importantes, con el reconocimiento del matrimonio homosexual en varios países y la aprobación de leyes que castigan las conductas discriminatorias, el colectivo formado por gais, lesbianas, transexuales y bisexuales vive todavía en muchos lugares bajo la amenaza de la homofobia, que lejos de retroceder cobra ahora nuevos bríos con el impulso del radicalismo islamista.

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Cualquiera que fuera la motivación íntima que llevó a Omar Mateen a disparar, no hay ninguna duda de que la salvaje matanza, reivindicada por el Estado Islámico, forma parte de la batalla que el islamismo radical mantiene por imponer su retrógrada visión del mundo. Esta manifestación extrema de odio y homofobia forma parte de una realidad en la que aún hay 74 países en el mundo que castigan las relaciones homosexuales con penas de prisión y 13 con la pena de muerte por imposición de la sharía o ley islámica.

El Estado Islámico se ha mostrado especialmente cruel y ha convertido la homofobia en arma propagandística. Pero conviene no olvidar la responsabilidad que en este estado de cosas tiene un país como Arabia Saudí, con el que Occidente mantiene excelentes relaciones, como financiador y difusor de la corriente más rigorista del islam que promueve este tipo de persecuciones. Hay también otros países, como Rusia, en los que no se llega a ese extremo, pero donde los homosexuales viven aterrorizados bajo un régimen de desprecio y rechazo alentado por las propias instituciones. El conjunto dibuja un panorama desolador.

Tampoco las sociedades occidentales avanzadas están libres de culpa. En ellas aparecen comportamientos y mensajes que alimentan la homofobia y contribuyen a expandirla como una conducta normalizada y hasta legítima. Cuando el Vaticano, a pesar del discurso aperturista del Papa, rechaza al embajador que había propuesto Francia por ser homosexual, contribuye a la homofobia. Y también lo hace el Gobierno de François Hollande cuando acepta este veto sin oponer resistencia. El cardenal Cañizares es libre de defender cuanto quiera a la familia tradicional católica, pero cuando culpa del asedio que en su opinión sufre a “la acción del imperio gay”, está alimentando sentimientos homofóbicos. Este tipo de manifestaciones forma el sustrato que más tarde se manifiesta en forma de agresiones a homosexuales como las que se han vivido recientemente en Madrid.

No es cuestión de tradiciones culturales o mentalidades retrógradas. Tampoco de tolerancia: se tolera lo que no se acaba de aceptar. Es cuestión de derechos individuales. Si un ciudadano se siente perseguido, no puede decirse que sea libre. Algunos parlamentos autonómicos han aprobado leyes de diferente alcance contra la homofobia. Sería bueno que el próximo Gobierno promoviera una legislación estatal que proteja a este colectivo.

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