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Tribuna
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Refugiados y migrantes: una crisis de solidaridad

La crisis de los refugiados no es de números, sino de solidaridad. Y está lejos de ser insuperable, pero no puede ser afrontada por los Estados de manera individual

Refugiadas sirias esperan para llenar sus bidones de agua en un campamento en el paso fronterizo de Al-Hadalat, cerca de Royashed, Jordania, en mayo de 2016.
Refugiadas sirias esperan para llenar sus bidones de agua en un campamento en el paso fronterizo de Al-Hadalat, cerca de Royashed, Jordania, en mayo de 2016. JAMAL NASRALLAH (EFE)

En septiembre de este año, la Asamblea General de las Naciones Unidas reunirá a los dirigentes del mundo para abordar uno de los principales desafíos de nuestro tiempo: dar respuesta a los grandes desplazamientos de refugiados y migrantes. Desde que disponemos de datos fiables, el número de personas obligadas a abandonar sus hogares a causa de las guerras, las violaciones de los derechos humanos, el subdesarrollo, el cambio climático y los desastres naturales nunca ha sido mayor. Más de 60 millones de personas, de las cuales la mitad son niños, han huido de la violencia o la persecución y hoy son refugiados o desplazados internos. Otros 225 millones de personas son migrantes que han abandonado sus países en busca de mejores oportunidades o simplemente para sobrevivir.

Esta sin embargo no es una crisis de números, sino una crisis de solidaridad. Casi el 90% de los refugiados del mundo son acogidos por países en desarrollo. Ocho países acogen a más de la mitad de los refugiados. Tan solo diez países proporcionan el 75% del presupuesto de las Naciones Unidas destinado a aliviar y resolver esta tragedia.

No habría crisis en los países de acogida si la responsabilidad se repartiera de manera equitativa. Estamos en condiciones de ayudar y sabemos lo que tenemos que hacer para hacer frente a los grandes desplazamientos de refugiados y migrantes. A pesar de ello, con demasiada frecuencia dejamos que el miedo y la ignorancia se interpongan. Las necesidades de las personas pasan a un segundo plano, y la xenofobia prima sobre la razón.

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Los países que se encuentran en la primera línea de esta crisis luchan cada día para dar solución al problema. El 19 de septiembre, la Asamblea General celebrará una reunión de alto nivel para redoblar nuestros esfuerzos a más largo plazo. Con el propósito de ayudar a la comunidad internacional a aprovechar esta oportunidad, he publicado recientemente un informe, titulado In Safety and Dignity, en el que se presentan algunas recomendaciones para llevar a cabo una acción colectiva más eficaz a nivel mundial.

Debemos empezar por reconocer nuestra humanidad común. Millones de desplazados han soportado sufrimientos atroces. Miles han muerto en el Mediterráneo o en el mar de Andamán, en el Sahel y en Centroamérica. Los refugiados y los migrantes no son “otros”; son tan diversos como la propia familia humana. El desplazamiento de personas es un fenómeno esencialmente mundial por lo que las responsabilidades deberían repartirse entre todos.

En segundo lugar, lejos de constituir una amenaza, los refugiados y los migrantes contribuyen al crecimiento y al desarrollo de los países de acogida, así como a los de sus países de origen. Cuanto mejor se integre a los recién llegados, mayor será su contribución a la sociedad. Necesitamos adoptar más medidas para promover la inclusión social y económica de los refugiados y los migrantes.

En tercer lugar, los dirigentes políticos y los líderes comunitarios tienen la responsabilidad de manifestarse en contra de la discriminación y la intolerancia, y de oponerse a quienes intentan ganar votos sembrando el miedo y promoviendo la división. Es momento de construir puentes, y no muros, entre las personas.

No habría crisis en los países de acogida si la responsabilidad se repartiera de manera equitativa

En cuarto lugar, debemos prestar mayor atención a los factores que impulsan los desplazamientos forzados. Naciones Unidas sigue intensificando su labor para prevenir los conflictos, resolver disputas en forma pacífica y hacer frente a las violaciones de los derechos humanos antes de que las situaciones se agraven. Para ello, disponemos ahora de un instrumento nuevo y poderoso, la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, un plan de acción acordado el año pasado por los 193 miembros de Naciones Unidas en que se hace especial hincapié en la justicia, las instituciones y las sociedades pacíficas.

En quinto lugar, debemos fortalecer los sistemas internacionales que se ocupan de los grandes desplazamientos de población, a fin de que respeten las normas de derechos humanos y proporcionen la protección necesaria. Los Estados deben cumplir las obligaciones jurídicas internacionales que les incumben, en particular la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951. Los países a los que los refugiados llegan inicialmente no deberían tener que asumir la carga por sí solos. En mi informe se propone un “pacto mundial sobre el reparto de las responsabilidades en relación con los refugiados”.

Hace falta redoblar con urgencia los esfuerzos para luchar contra los contrabandistas y los traficantes, para rescatar y proteger a las personas en tránsito y para velar por su seguridad y dignidad en las fronteras. Será fundamental establecer vías legales más sistemáticas para los migrantes y refugiados, a fin de que las personas en situación desesperada no tengan que recurrir a redes delictivas para tener seguridad.

Se prevé que el número de migrantes seguirá aumentando como resultado de las limitaciones comerciales, la falta de trabajo y la escasez de competencias, la facilidad para viajar, el acceso a las comunicaciones, la creciente desigualdad y el cambio climático. En mi informe se proponen medidas importantes para mejorar la gobernanza mundial en esta esfera, incluso mediante un “pacto mundial para una migración segura, ordenada y regular”.

Los refugiados y los migrantes no constituyen una amenaza; al contrario, pueden contribuir al progreso de la sociedad de acogida

Las crisis de los refugiados y migrantes están lejos de ser insuperables, pero no pueden ser afrontadas por los Estados de manera individual. En la actualidad, millones de refugiados y migrantes están siendo privados de sus derechos básicos, y el mundo no está sacando provecho de todo lo que estas personas tienen para ofrecer.

En la Cumbre Humanitaria Mundial, que tendrá lugar en Estambul los días 23 y 24 de mayo, se procurará que los Estados y otros interesados se comprometan a colaborar para proteger a las personas y aumentar la resiliencia. Cuento con que la reunión de la Asamblea General que se celebrará el 19 de septiembre determine el camino a seguir para solucionar los problemas más inmediatos de los refugiados y los migrantes, y que los dirigentes del mundo se comprometan a estrechar la cooperación mundial respecto de estas cuestiones.

Los seres humanos se han desplazado de un lugar a otro a lo largo de toda la historia, por elección y bajo coacción, y seguirán haciéndolo en el futuro previsible. Solo asumiendo nuestro deber de proteger a las personas que huyen de la persecución y la violencia y aprovechando las oportunidades que los refugiados y migrantes ofrecen a sus nuevas sociedades podremos lograr un futuro más próspero y más justo para todos.

Ban Ki-moon es secretario general de Naciones Unidas.

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