Pablo Anguita versus Íñigo Iglesias
Podemos tiene que calibrar hasta qué punto una coalición electoral con la vieja Izquierda Unida zanja sus dilemas. Lo que parece evidente es que se ha impuesto la tesis de superar al PSOE por la izquierda en lugar de intentarlo desde abajo
El éxito de Podemos reside en su carácter camaleónico. Pero Podemos no es un camaleón al uso: mientras que los camaleones corrientes se mimetizan con el cromatismo del lugar donde reposan, Podemos posee la excepcional propiedad de mimetizarse con el observador. Así, para el votante urbano, joven (en cuerpo o alma) inconformista, con estudios, políticamente activo y que se considera muy de izquierdas, Podemos se aparece como un instrumento con el que superar esta democracia neoliberal europeizada vasalla de los poderes financieros y las élites de los partidos en la que se ha convertido la España de la Constitución del 78. Pero a la vez, para el votante no tan formado ni ideologizado que pasa bastante de política, no se siente ni de izquierdas ni de derechas, está decepcionado con el PSOE, piensa que todos los políticos son igual de caraduras y corruptos y suele abstenerse o decidir su voto a última hora para luego arrepentirse y despotricar durante los próximos cuatros años, Podemos es una herramienta para que “los de abajo” pueden dar un coscorrón a los de arriba.
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Hasta ahora, Podemos ha apelado exitosamente tanto a la izquierda transformadora como a los enfadados sin grandes certezas ideológicas. Sin embargo, este éxito en la técnica del camuflaje político esconde algunas limitaciones. Para el casi un millón de votantes que optaron por seguir votando a la vieja Izquierda Unida (ahora Unidad Popular), Podemos no fue lo suficientemente creíble el 20-D como el partido de la izquierda auténtica y verdadera. Y como partido de la gente corriente sin ideología, los algo más de cinco millones de votos logrados por Podemos y sus coaliciones electorales, siendo un resultado fantástico para un partido primerizo, distan de convertirlo en un partido tan popular como lo fueron el PSOE o el PP en aquellos momentos de apogeo que les llevaron a merecer la confianza de una mayoría de los españoles. Al menos por el momento, parece que hay más gentes y más patrias que las que representa Podemos.
A la hora de la verdad electoral, Podemos se ha topado con el mismo problema que viene consumiendo al PSOE de un tiempo a esta parte. Sus electorados se parecen a una manta muy corta. Si uno se tapa los pies, se descubre el pecho y pasa frío. Si uno se tapa el pecho, se le salen los pies y tampoco pega ojo. Si el PSOE se va al centro, pierde la izquierda, y viceversa. Y si Podemos se va a la izquierda corre el riesgo de perder a los de abajo, y viceversa. Ahí parecen estar las diferencias estratégicas entre Iglesias y Errejón.
Para los defensores de la confluencia con Unidad Popular solo es cuestión de aritmética: la suma de los 5.189.333 votos que lograron Podemos y sus coaliciones el 20-D más los 926.783 votos de Unidad Popular hubieran provocado el sorpasso del PSOE, que recibió 5.545.315 votos frente a los 6.116.116 que hubieran obtenido Podemos más Unidad Popular. En lugar de quedarse a 347.360 votos del PSOE, Podemos y Unidad Popular lo habrían superado en 581.745 votos. Fin del PSOE, fin de la historia, concluyen estos.
Para los defensores de la confluencia con Unidad Popular es cuestión de aritmética, y la suma sale
¿Pero no resulta falaz esta aritmética? Recordemos que un análisis parecido llevó en el año 2000 al PSOE liderado por Joaquín Almunia a ofrecer a la Izquierda Unida de Francisco Frutos una coalición electoral para no competir uno con otro en las 34 provincias donde los votos de IU no solo no lograban escaño sino que se lo arrebataban al PSOE y se lo daban al PP. Finalmente el pacto solo se materializó en el Senado, donde en cada provincia el PSOE solo presentó dos senadores e IU uno. Sin embargo, el efecto fue contrario al previsto pues al hacer aparecer al PSOE como un partido que iba a gobernar en coalición con el PCE, provocó que el PP obtuviera mayoría absoluta a costa del peor resultado histórico, hasta entonces, del PSOE. Ese efecto péndulo, que dio la mayoría absoluta a Aznar, seguramente a pesar de muchos de sus votantes, más contentos con un PP en minoría que con una mayoría absoluta que se probó desastrosa, es algo que podría repetirse ahora, o al menos en eso confían los estrategas del PP.
Podemos tiene ahora que calibrar hasta qué punto una coalición electoral con la vieja Izquierda Unida zanja la cuestión de qué es Podemos y para qué sirven sus votos. Para Íñigo Errejón, el ansiado sorpasso del PSOE no se logrará aglutinando a toda la izquierda sino logrando que Podemos sea percibido como un partido anclado en ese centroizquierda difuso ideológicamente donde se sitúa una mayoría natural de los españoles.
Por tanto, no se trataría tanto de arrinconar al PSOE y marginalizarlo (la vieja estrategia de Julio Anguita), sino de algo más ambicioso e inteligente: sustituirlo de forma no traumática por un nuevo partido de masas (la estrategia del Pablo Iglesias original, fundador del PSOE). Una Izquierda Unida residual a la izquierda de Podemos no representaría un problema pues siempre acabaría apoyando a un Gobierno de Podemos pero no estigmatizaría de antemano a una coalición de la izquierda radical provocando rechazo entre los votantes de abajo.
Su asignatura pendiente es dotar de identidad política a los ciudadanos dejados atrás por la crisis
Esas diferencias tácticas, que no estratégicas, pues claramente los objetivos de Iglesias y Errejón son el mismo (el sorpasso), son las que pueden explicar las discrepancias habidas dentro de Podemos sobre si abstenerse para facilitar un Gobierno PSOE-Ciudadanos. Sacando a Rajoy del Gobierno pero permaneciendo en la oposición, Podemos hubiera adquirido una talla y una reputación de la que carecía como partido primerizo. Hubiera podido atribuirse el doble mérito de haber logrado la regeneración política del país (con un gran pacto de Estado sobre corrupción y transparencia), actuar decisivamente sobre la brecha de desigualdad abierta por la crisis y utilizar los próximos cuatro años para convertirse en una oposición creíble, eficaz e incluso constructiva, que disipara miedos y temores entre potenciales votantes. De esa manera hubiera podido lograr algo que es todavía su asignatura pendiente, y que constituye su razón última de ser: lograr dotar de una nueva identidad política a ese elevado porcentaje de ciudadanos dejados atrás por la crisis pero que no interpretan sus necesidades en términos ideológicos clásicos derecha-izquierda y amarrarlos para que en una próxima elección empujaran a Podemos por encima del 30%.
A salvo del resultado de las negociaciones con IU (menos atractivas de lo que parecen, por las razones señaladas), parece evidente que en Podemos se ha impuesto la tesis anguitista del sorpasso (intentarlo por la izquierda) en lugar de la errejonista (intentarlo desde abajo). Las próximas elecciones dirán quién está en lo cierto: Pablo Anguita o Íñigo Iglesias.
José Ignacio Torreblanca es profesor de Ciencia Política en la UNED y autor de Asaltar los cielos: Podemos o la política de después de la crisis (Debate).
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