Una madre poco ejemplar
Parece que solo hay una manera de hacerlo bien y es la de entregarse a la crianza sin pausa
Del Día de la Madre tengo recuerdos confusos de todos aquellos años de mi infancia en los que realizaba, en clase de manualidades, un pequeño objeto como declaración de amor. Mi madre no exageraba su entusiasmo, la verdad, no creo que entre sus prioridades estuviera reforzar mi nivel de autoestima, de tal manera que los corderillos de gomaespuma, los murales o los alfileteros en forma de corazón pasaban un tiempo en el fondo de algún armario hasta que desaparecían como si el tiempo los hubiera desintegrado. Cuando llegué a la adolescencia, el Día de la Madre se había desacreditado completamente; solía decirse, hasta convertirlo en un tópico, que se trataba de una celebración promovida por El Corte Inglés. A día de hoy, en mi calidad de madre y madrastra, confieso que no espero que la casa se me llene de globos y flores, prefiero que el amor se divida de a poquitos en cada uno de los días del año para sentir que tiene algo de sustancia. Eso sí, si en una de estas nos reunimos para comer, fiel a la creencia de que “amor con amor se paga”, correspondo a dicho cariño poniendo sobre la cuenta del restaurante mi tarjeta de crédito. Sólo me quejo, y muy de vez en cuando, de que ningún gasto de los que asumimos los padres y madres subvencionadores pueda desgravarse a Hacienda.
En este día tan señalado pensaré, como hago desde hace tiempo, que esto de ser madre es algo que se inventó desde los tiempos del velociraptor, así que conviene vivirlo sin darle al hecho demasiada importancia. Nada hay más natural en este mundo. Aunque en estos tiempos, tan dados a fomentar el orgullo y la heroicidad, haya quien crea que tener un hijo es un acontecimiento histórico del que no hay que perderse ni un solo instante. Lejos de mí la intención de citarme como ejemplo de nada, pero ahí precisamente creo que reside la grandeza de mi generación de madres, la de no haber pretendido ser ejemplares. Encuentro, y que me perdonen las actuales madres coraje, que ha sobrevenido de pronto una maternidad agobiante en la que parece que sólo hay una manera de hacerlo bien y es la de entregarse a la crianza sin pausa ni tregua. Algo parecido escribía Milagros Pérez Oliva esta semana en un artículo con el que me sentí plenamente identificada: “Entronizar la dedicación exclusiva a la crianza como una especie de dictado de lo natural supone volver a los roles que reservan el mundo laboral y la esfera pública a los hombres, y la crianza y la esfera de lo privado a las mujeres”. No sabría decirlo mejor. Con todas las dificultades que supuso ser madre en los ochenta encuentro aquel ambiente más relajado por no estar una sometida a la exigencia de ser un modelo de perfección.
Si es que las fechas sirven para algo, regalaría mañana a esas madres que están ahora en plena faena un libro que les puede resultar inspirador, Tú no eres como otras madres, de Angelika Schrobsdorff. Rectifico: esta novela es enriquecedora para cualquiera. Ya en el título se entiende que estamos ante la historia de una mujer que no se pareció a las otras y de una madre poco convencional. La escritora narra la vida de su propia madre, Else, nacida en el seno de una familia alemana, judía conservadora, que se libera de las ataduras y prejuicios de su tiempo para vivir intensamente unos años veinte en la que fuera entonces capital del mundo, Berlín. Else tendrá tres hijos de tres padres diferentes y los criará en el ambiente alegre y bohemio de sus amistades. El nazismo la forzará al exilio y con él a una separación inevitable aunque temporal de sus hijos. La historia del siglo XX pone a prueba a esta singular mujer que jamás perderá el amor de sus niñas a pesar de los desgarros y las pérdidas provocados por las leyes raciales hitlerianas.
El libro es un homenaje a su madre, a una madre contradictoria, a una madre que no deja de ser nunca una mujer con anhelos, ganas de divertirse, angustias, miedos. Una madre que hace compatible la condición maternal con la de esposa y la de esposa con la de amante. Una madre generosa con sus hijos, pero también muy atenta a sus propios deseos. Else es una mujer real, no novelesca, y entra ya en la categoría de heroína de un siglo. La crudeza de la Historia con mayúsculas que le tocó vivir no logró su rendición, al contrario, agrandó su imagen a los ojos de una hija que la observó con admiración desde niña.
¿Qué esperan los hijos de nosotras? ¿Que no tengamos vida propia? ¿Esperan estar pegados todo el tiempo a nuestro regazo? Esa es la teoría en boga. Pero historias como la de Else la contradicen. Los lazos del amor materno son tan poderosos que ni el efecto corrosivo de la cursilería puede con ellos.
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