Con nombre y apellidos
La identidad de los protagonistas de un suceso es un dato relevante, aunque, a veces, esté justificado omitirlo
Antonio Duarte Álvarez, secretario general de la Federación de Trabajadores de Seguridad Privada de USO (Unión Sindical Obrera), me remitió hace días una carta que tenía por destinatario al director. Se refería a una noticia publicada el 9 de abril en la edición digital de este periódico, en la que se informaba de la muerte de dos vigilantes de seguridad, ocurrida mientras estaban embarcados en un atunero español que faenaba en las proximidades de las islas Seychelles, al noreste de Madagascar.
En el texto se contaba, citando fuentes de las fuerzas de seguridad y del armador del buque, que uno de los vigilantes —empleados ambos en tareas de protección del barco— disparó contra el otro causándole la muerte y, posteriormente, se suicidó. La noticia identificaba con nombres y apellidos a los dos fallecidos. Y este es el motivo de la queja de Duarte.
“No entendemos la imperiosa necesidad de hacer pública su identidad, cuando no aporta nada a la noticia”, señala en su carta. “A nuestro entender, pisotea y vulnera el derecho a la intimidad de sus familias y a llorar a sus seres queridos en tan lamentables circunstancias”. Y añade: “Nos parece inaudita la falta de tacto y humanidad que han demostrado hacia los familiares, amigos y compañeros que tan tristes momentos están pasando”.
Al contrario que el señor Duarte, creo que los nombres son relevantes porque aportan realidad a la noticia. El periodismo se ocupa de hechos, y cuantos más datos incluya una información más veraz resultará. El suceso protagonizado por los vigilantes del atunero no puede catalogarse como drama privado, por lo que no creo que se pueda invocar en este caso el derecho a la intimidad. Tampoco creo que se pueda cargar sobre las espaldas de los periodistas el peso de esa tragedia.
Cualquiera puede convertirse en objeto de interés informativo si protagoniza un suceso grave
Es habitual que los intereses informativos colisionen con los intereses o los deseos de privacidad de quienes protagonizan las noticias o de sus allegados. La publicidad negativa es siempre desagradable. Ninguna de las personas que han salido a relucir en los papeles de Panamá desearía haber visto aireado su nombre en la prensa. Y, sin embargo, mencionarles era obligado.
Es obvio que el interés periodístico se centra en los nombres conocidos. Pero cualquiera puede convertirse en objeto de interés informativo si protagoniza un suceso grave.
Soy consciente de que los criterios varían dependiendo de los países. La prensa nórdica tiende a omitir los nombres propios en las noticias, al menos cuando es posible. Ocurre también en la prensa alemana. Hubo gran resistencia en algunos medios a publicar el nombre de Andreas Lubitz, el piloto de la compañía Germanwings que causó hace poco más de un año una tragedia en los Alpes, al estrellar la aeronave que pilotaba contra una montaña. Finalmente, el nombre se publicó cuando ya era del dominio público. La prensa estadounidense, en cambio, funciona con criterios opuestos. No hay historia sin protagonista.
El Libro de estilo de EL PAÍS solo salvaguarda el anonimato de las víctimas de violación y el de los menores de edad detenidos por la policía o acusados formalmente de algún delito. En estos casos, bastan las iniciales. Entiendo, sin embargo, que la identificación con nombres y apellidos de los protagonistas de algunos sucesos plantea problemas, especialmente en una época como la nuestra en la que las hemerotecas y los buscadores digitales proporcionan vida casi eterna a las noticias.
Hace unos días me escribió una señora solicitando que se suprimiera el nombre de su madre, víctima de violencia de género, que figuraba en una noticia de 1986. La persona que me escribía contaba que había optado por cambiar de nombre para evitar el estigma que la acompañaba desde que se digitalizó la noticia.
“Quizá conviniera retocar el Libro de estilo para salvaguardar el anonimato de las mujeres maltratadas y otros casos similares”, opina Álex Grijelmo, que supervisa las sucesivas ediciones de este texto. Aunque el tema siempre será polémico.
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