Chupa de cuero

Más que los Oscar, el domingo por la noche aquello parecía la ONU. O el Congreso de los Diputados. Cada uno enarbolando su bandera y soltando su rollo, todos con un motivo clarísimo y buenísimo por el que ganar su premio y con un destinatario definitivo (madres, abuelas, señoras manchegas: apártense). Desde las víctimas de abusos por parte de la Iglesia hasta nuestro sufrido planeta, pasando por las violaciones en universidades o (aunque menos, que ya se sabe que el tema acabó pidiendo discreción, suavidad y humor al respecto) la discriminación racial.

Es extraño. O no, tanta causa (todas justísimas pero, no lo neguemos, también inmensas). Pero sigue siendo raro. Que con todo lo que se habló el año pasado, tras Emma Thompson sin tacones y Patricia Arquette hecha toda una jefa (que no bossy, no es lo mismo), después de tanta pregunta suavecita y en voz baja sobre los vestidos, resulta que allí de las mujeres no habló ni el Tato.

A nadie pareció importarle la causa feminista. Y dudas no caben de que sigue mereciendo la pena ponerle focos, batallar. Porque sigue habiendo diferencias, quizá más sutiles, y porque a menudo son entre y desde las propias mujeres. Ya habrán visto las risotadas, los morros torcidos y las caras de tontainas de algunos cuando salió Jenny Beavan a recoger su Oscar por el mejor vestuario por Mad Max. 65 tacos, cero maquillaje, botas (¡botas!) planas y una increíble chupa de cuero cuajada de brillantes en forma de calavera. Por cierto: ¿alguien recuerda que Kate Winslet presentó un premio con gafas de pasta? Sí, como todas las de cuarenta y pico, con su presbicia y sus gafotas. ¿Tú te reíste? ¿La criticaste? ¿Y a Jenny Beavan? Pues eso.