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Columna
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Pavese

El auténtico suicida decide primero matarse y luego busca algún pretexto para darse valor

Fernando Savater

Hace un par de meses supe que también Enrique Vila Matas estaba leyendo El oficio de vivir de Cesare Pavese. Yo me lo volví a comprar este septiembre en Turín, la abrumadora edición anotada de Einaudi, y desde entonces me ha acompañado el desasosiego de su latido crudamente cercano, sin alharacas, que descubrí a los ventipocos años. Comencé a releerlo frente al hotel Roma de Turín, en la plaza de la estación, donde se suicidó. Allí dejó su último verso: “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”. Hay quien se mata cuando pierde a un ser querido, o la salud, o el dinero. Pero el auténtico suicida decide primero matarse y luego busca algún pretexto para darse valor: para él, la pérdida es la vida misma.

Se preguntaba Vila Matas si habrá jóvenes hoy en España que lean el diario de Pavese como lo leímos nosotros. El pesimismo cultural reinante hace dudar de ello, el cambio de circunstancias y enredos históricos... Sobre todo, su tono de radical frustración erótica resulta ahora escandaloso. Le vuelve ferozmente misógino su protesta por no poder satisfacer a la mujer como y donde él cree que ella desea, una impotencia fisiológica que convierte en fracaso ontológico, la “astilla en la carne” de que habló Kierkegaard. Supongo que para los menos sutiles incluso merecerá la lacra de “machismo”, ese saco del ogro donde caben juntos la alimaña que arroja un bebé por la ventana después de apalear a su mujer y el anciano que mata a la compañera de su vida con alzhéimer porque teme no poder ya cuidarla, suicidándose luego. Brocha gorda, no pincel fino. El varón Pavese quedará incomprendido: “No se mata uno por amor de una mujer. Uno se mata porque un amor, cualquier amor, revela nuestra desnudez, miseria, desprotección, nada”.

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