Pasado y futuro conviven en la alta costura
Dior triunfa en la Semana de la Moda de París gracias al legado de Raf Simons en el primer desfile sin el diseñador
Jugar a acertar el futuro o a reformular el pasado es el gran dilema de las firmas emblemáticas de moda. El arranque de la Semana de la Moda de alta costura de París evidenció ambos escenarios con desiguales resultados. Por resumir: triunfó Christian Dior, Schiaparelli se plantó a mitad de camino y Atelier Versace se quedó descolgada del pelotón.
La máxima expectación estaba puesta en Christian Dior, que presentaba su primera colección tras la marcha en octubre del ínclito Raf Simons. Ni siquiera había la certeza de que alguien saliera a saludar. Poco antes del desfile, se anunciaba que Serge Ruffieux y Lucy Maier, dos integrantes del equipo de Simons, han tomado el timón del buque insignia de la costura francesa. La clave para afrontar el papelón con éxito fue la coherencia. Si a algo había (mal)acostumbrado el belga en los últimos tiempos es a que se puede profundizar en el legado de un creador que lo marcó todo como monsieur Dior y seguir dibujando a la mujer del presente.
En la propuesta de Ruffieux y Maier, presentada ayer en el museo Rodin de París, la silueta desestructurada de su exjefe mantenía fuerza y vigencia: la chaqueta Bar revisada para todas las ocasiones, la silueta lápiz en contraposición con las emblemáticas faldas en forma de A, escotes trabajadísimos, volúmenes a su aire (desde la firma prefieren llamarlos freestyle)… Todo reforzado por la combinación de blanco y negro con una contundente paleta de colores (rosa palo, caramelo, mostaza, azul pato, azul agua). El legado de Dior admite infinitas declinaciones, pero hay que abordarlas con destreza para no caer en la reiteración. La escenografía circular plagada de espejos, también marca de la casa, invitaba a pensar en ese juego de mirar y adivinar ante qué mujer se está: la del pasado lejano o la del futuro inmediato. Desde la primera fila algún malpensado especulaba: “¿Estaremos ante los bocetos que se dejó Raf en un cajón?”. Y sí, Ruffieux y Maier salieron a saludar… a su manera, dando un tímido paseíllo acompañados de otros cinco integrantes del equipo.
Antes, se presentó la segunda colección de Bertrand Guyon para Schiaparelli. Otro modisto que tiene un papelón en sus manos: otorgar credibilidad a la renacida firma tras el despido fulminante de Marco Zanini en noviembre de 2014, que apenas tuvo un año para probar sus virtudes. La premisa de Guyon: el sentido del gusto. El del paladar y el del vestir. Con juegos de vajillas, frutas, caracolas, mariposas, flores, hortalizas, langostinos… asomando de manera detallista en ensoñadores vestidos de cola en muselinas y georgettes con broches marcas de la casa en lugares inesperados. Una propuesta a nivel conceptual muy conseguida, pero que como colección se anclaba en la estela de lo ya dibujado por el nuevo Gucci y el nuevo Valentino. Es decir: la reivindicación del retro pop de los setenta y el romanticismo de alto standing. Actualizar el mundo bucólico y surrealista de Elsa Schiaparelli es una tarea complicada y se percibe un esfuerzo por acudir a las fuentes originales, pero al trabajo de Guyon le falta aún un punto de cocción.
El desacierto de Versace
No como a Donatella Versace, curtida en mil batallas. La más reciente, salvar su firma de la quiebra gracias a la entrada en 2014 de un nuevo socio capitalista, Blackstone, que se ha hecho con una quinta parte del negocio. Un movimiento que hizo pensar que junto al reflote económico entrarían también en una nueva dimensión creativa. ¿Recuerdan el sofisticado vestido negro de femme fatale con el que Lady Gaga —musa reciente de Atelier Versace— hacía su entrada en los últimos Globos de Oro? Pues olvídenlo. Lo más parecido a una musa que podría tener la colección que presentó la hermana de Gianni el domingo por la tarde en la Place Vendome es Irina Shayk. Como por invocación divina, la ex de Cristiano hacía su entrada triunfal sobre la pasarela envuelta en un body negro con más carne que lentejuelas y una falda transparente abierta de ombligo para abajo casi al final del desfile, dando la razón a quien se resistiera a tal idea. Cierto es que Versace siempre jugó a desafiar los límites del buen gusto, pero esto es la alta costura, donde se espera imaginación, delirio y poderío. Y lo que se mostró sobre esta desnuda (en todos los sentidos) pasarela contradecía ese sueño: flúor, asimetrías y hasta una inesperada reivindicación del pantalón fuseau.
Donatella lo llama “costura atlética”, pero ni la ingeniosa etiqueta lo salva de las fauces de los fashionistas. Como resumía después del desfile el cronista Tim Blanks: “Llevar esos diminutos y transparentes vestidos de patchwork suturados con cuerdas o tiras de Swarovski obliga a cualquier mujer a estar en constante alerta”. Si ese era el propósito, objetivo conseguido. Pero si lo que se quiere es reincorporar Versace a la primera división de la costura, quizás debería replantear la fórmula. Mucho brilli-brilli y pocas nueces.
Lo normal es el nuevo negro
Ver a Giorgio Armani y al fotógrafo Peter Lindbergh en la misma sala es como contemplar un resumen de lo que ha significado la moda desde hace casi tres décadas. Ayer, el diseñador italiano estrenaba un showroom para sus clientas de alta costura en París decorándolo con fotos tomadas por el hombre que captó el posado perfecto de las modelos. La cita fue una excusa para reivindicar el rol de aquellas amazonas de los noventa, hoy convertidas en poderosos iconos de estilo. Ahí colgaban, sonrientes, Nadja Auermann, Stella Tennant, Yasmin le Bon y Eva Herzigova, reunidas bajo la consigna del New Normal. Un ocurrente título bajo el que Armani engloba una colección de 50 prendas. "Está diseñada para la mujer moderna: pragmática, femenina, con una vida activa", resumía Armani.
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