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Tentaciones
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Un brindis por el Watusi

Conversamos con los escritores Kiko Amat, Miqui Otero y Carlos Zanón con motivo de la reedición de 'El día del Watusi', la novela de Francisco Casavella que ha marcado la ficción española de la última década

Logo del desaparecido premio de novela Francisco Casavella
Logo del desaparecido premio de novela Francisco Casavella

“Es un cliché, pero si ésta fuese una novela americana estarías alucinando y recomendándosela a cuantos más amigos mejor. Hay gente que escribiríamos distinto si no la hubiésemos leído”. Esta declaración bien la podrían haber hecho Miqui Otero o Kiko Amat, pero se les adelanta Carlos Zanón, el primero de nuestra mesa en alzar la copa por el añorado Francisco Casavella. Habla de la trilogía El día del Watusi (Anagrama).

Para los que tengan una estantería donde, junto a cualquier libro de Casavella, convivan Rompepistas (Kiko Amat, 2009), La Cápsula del Tiempo (Miqui Otero, 2012) o Yo fui Johnny Thunders (Carlos Zanón, 2014) la frase que abre este artículo será de una obviedad irritante; tanto, de hecho, que son estos tres los autores encargados de firmar los prólogos y el epílogo de la edición definitiva de El Día del Watusi (Francisco Casavella, 2003). Si un come back editorial de esta envergadura es, como suele decirse, motivo de celebración, en el concreto de El día del Watusi lo es más que en ningún otro caso: un mes antes de que saliese de imprenta, Zanón, Amat y Otero hicieron las veces de pinchadiscos en una fiesta homenaje al libro; en Barcelona, el pasado 15 de Agosto -fecha significativa en la obra- se celebró una fiesta donde tuvieron lugar lecturas, música y happenings de todo pelaje. El día del Watusi, como ya habréis adivinado, es mucho más que un novela, pero como novela, eso sí, no tiene rival. “Releí el libro para preparar mi prólogo”, continúa Zanón. “Y te puedo decir, sin ningún género de dudas, que es el mejor libro que voy a leer este año”.

“Lo fascinante de El día del Watusi es que le puede gustar tanto al presentador de un programa cultural como al punk rocker”, interviene Kiko Amat, sugiriendo ya no sólo el pogo, sino cualquier otra danza como uno de los ejes vertebradores de la literatura de Casavella. “Sólo tienes que fijarte en las portadas de sus libros”, propone Miqui Otero. “En Lo que sé de los vampiros sale un hombre patinando, pero en realidad parece que esté bailando; en las ediciones anteriores del El día del Watusi, aparecía un hombre siendo tiroteado y también parecía que estuviese bailando. Lo mismo pasa con El secreto de las fiestas: la primera impresión ya te transmite esa vitalidad; ese movimiento”. Todo ese dinamismo que era capaz de crear Francisco Casavella con la forma y el fondo de sus obras contrasta con lo estático y perpetuo, por icónico, de los símbolos que creaba con ellas. En El día del Watusi será una letra W la que, según avance la historia, irá mutando de significado. “La W aquí es como la máscara de V de Vendetta: en el cómic es libertaria, en la película socialdemócrata, y ahora la usan hasta en la discoteca donde trabaja Froilán”, bromea Otero. Aunque poca broma, porque el símbolo es de esos que a los fans de verdad les gusta lucir de por vida: Isabel Sucunza (autora del dietario La tienda y la vida) lleva una W en su muñeca en honor a la novela de Casavella. “Aquí somos muy críticos con la mitomanía propia, pero la W de este libro es como el baile de Pulp Fiction: el autor sabe que está creando algo mítico con ello”, reflexiona Zanón.

Lo fascinante de 'El día del Watusi' es que le puede gustar tanto al presentador de un programa cultural como al punk rocker

Otra ronda y del universo Tarantino nos vamos a una galaxia muy, muy lejana; una desde la que desentrañar la figura del propio Casavella. “El entierro de Francisco parecía la cantina de Star Wars: te podías encontrar al consejero de cultura catalán Joan Manuel Tresserras y a la camarera del bar Papillón por primera vez en un mismo espacio”, rememora Otero. “Este tipo de choques parecen propios de un burgués desclasado, pero su caso fue justo el contrario: era completamente autodidacta. Quiero decir: guardaba libros en la cisterna del lavabo de la sucursal donde trabajaba para poder leerlos durante los descansos”, revela. “Leer en los váteres de los curros: ahí sí que hay credenciales”, reacciona Amat al escuchar la anécdota, para acto seguido separar taxativamente a Casavella de sus contemporáneos. “Ray Loriga y otros de su generación era gente normal que jugaba a hacerse la rara, mientras que él lo era de forma genuina. El que no encajaba era él. El que no quería pertenecer a ninguna corriente era él”. Zanón ayuda a conformar este retrato recordando una anécdota que Casavella inmortalizó en uno de sus artículos. “Francisco descubrió un bar donde se reunían Loquillo y Sabino Méndez de Los Trogloditas. Cuando empezó a ir de forma asidua, ellos dejaron de aparecer por allí. Tenía continuamente esa sensación: llegar siempre a la fiesta cuando ésta había terminado. Yo creo, sin embargo, que eso le capacitaba para captar la melancolía y la tristeza que quedaban en ciertos sitios”.

La W de este libro es como el baile de 'Pulp Fiction': el autor sabe que está creando algo mítico con ello

Llegamos hasta aquí sin habernos detenido en diseccionar la sinopsis -Fernando Atienza huyendo de qué, sino del llanto-, el género -cruce de etiquetas deliciosamente mestizo-, o el tono –verborrea entusiasta y agresiva- de El día del Watusi, y es que sólo se le puede hacer justicia asintiendo a las palabras que Kiko Amat le dedica. “Si cualquier otro fulano firmase este libro estaría canonizado de inmediato. Es un cénit inalcanzable para cualquiera de nosotros, y desde luego todo lo contrario a la novelita de 70 páginas escrita por el diletante de turno después de dos años de alcoholismo”. Carlos Zanón se une inmediatamente después a este vitoreo. “Leyéndola notas la capacidad de trabajo de Francisco. La novela tiene una calidad de página que es casi imposible de encontrar hoy en día”. “Es cierto que la personalidad arrolladora de Casavella hace que hablar únicamente de sus libros signifique perderse la mitad de un todo”, sentencia Miqui Otero. “Pero, ¿El día del Watusi? Es un antídoto contra lo pomposo que consigue sacar a uno de su zona de confort”.

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