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La Paradoja y el Estilo
Columna
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Cara y cruz

Puede que el año que viene la abrumadora diferencia entre buenos y malos se pierda aún más entre tinieblas

Boris Izaguirre
El exvicepresidente del Gobierno Rodrigo Rato a su salida de los Juzgados de Plaza Castilla, en octubre.
El exvicepresidente del Gobierno Rodrigo Rato a su salida de los Juzgados de Plaza Castilla, en octubre. Kike Para

Una vez escuché decir a Raphael que toda carrera artística tiene subidones y baches y que lo importante es saber estarse quietecito en el término medio. Porque de ese balance dependía la llegada de un nuevo subidón. Es posible que esa fórmula la haya aplicado Bertín Osborne, que fue sex symbol latinoamericano en su apogeo como cantante solista, iniciador de una manera despatarrada y bonachona de hacer televisión en los años noventa y, tras pasar un sereno desierto a principios de siglo, coincidiendo con otra jefatura política, ha regresado como fenómeno esta legislatura.

Para mí, parte de la clave del éxito de Bertín es su apellido. Osborne marca mucho y a él le da un punto aristocrático pero también popular. Al torito de Osborne todo el mundo le quiere, desde los hipsters de verdad hasta los hipsters del PP, al punto que nadie le recrimina esa verónica con la que toreó su voto de Albert Rivera a Mariano Rajoy. La explicación es que, tras la entrevista con el presidente, prefirió volver al redil. Algo del triunfo de sus entrevistas es que normalmente sus entrevistados son como él, de derechas. Eso, más los cojines amarillos del sofá de Bertín, hace que todos caigan bien. En tu casa o en la mía se ha convertido en eso que la FAES no consiguió ser: un think tank de la derecha cómoda y aparentemente flexible. O sea, lo que propone Ciudadanos. Pero claro, Bertín tiene mucho kilometraje como para quedarse sentado a ver crecer un partido joven y lógicamente prefiere la estabilidad del más votado.

También nos gusta de Bertín que es un hombre con suerte. En un país donde la lotería es casi una religión, todos adoramos al hombre con suerte. ¿Qué es la suerte en España? Caer simpático. Miren al pobre José María Aznar, que ahora en las reuniones de su casi expartido lo sientan en la esquina.

Bertín Osborne durante su entrevista televisiva con Mariano Rajoy.
Bertín Osborne durante su entrevista televisiva con Mariano Rajoy.

Está claro que Bertín entiende estas disyuntivas. Hace años, en un programa que yo presentaba junto a Ana García-Siñeriz, Channel Nº 4, nos visitó para promocionar sus productos vinícolas y de alimentación. Fue una de nuestras mejores entrevistas. Bertín y yo nos disfrazamos de vaqueros para hacer un remedo de Brokeback Mountain que terminó siendo una mezcla de humor inteligente con humor de toda la vida. Me cantó una balada con una guitarra rota y al final no pudimos evitar reírnos durante el sketch. En un momento dado, discutimos porque a tenor del estreno de La mala educación Bertín opino ásperamente sobre Almodóvar y su cine. No le parecían representativos de España. Por ese recuerdo espero cada miércoles la aparición del director en su sofá. Sería el encuentro definitivo de dos Españas.

En un país que disfruta tanto de sus diferencias, donde existe una historia feliz, también existe una menos feliz. Si Bertín es la cara de 2015, Rodrigo Rato es la cruz. En ese difícil equilibrio entre el éxito y el abismo, Rato es un hombre suspendido. En los días de recontar los sobresaltos de este año, el momento en que Rato fue detenido, e introducido en un vehículo policial con una mano sobre su nuca, fue uno de mucho asombro. Y casi escandalizó más cuando se reunió con el ministro del Interior porque temía por su seguridad después de ver cómo le seguían las cámaras de televisión en las cercanías de su casa. El éxito es siempre extraño. Muchos nos preguntamos cómo un hombre que pudo ser presidente del Gobierno se volvió imagen perfecta de lo que no nos gusta y una de las razones por las cuales el Partido Popular perdió miles de votos en las pasadas elecciones. Quizás Bertín debería invitarlo a su programa y entre los cojines amarillos hacerle la pregunta cuya respuesta todos queremos oír: “Rodrigo, ¿qué te paso?”.

Bertín y Rubén, mi marido, tienen algo en común: sus matrimonios con venezolanos. Comparten haberse casado dos veces. Bertín ha sido padre, Rodrigo también. Pero hasta ahí llegan las similitudes. Rato entrena en un gimnasio caro, protegido de las miradas indiscretas por una visera. Bertín disfruta de la comida y el vino español sabiendo que sus años de equitación le aseguran corrección postural. Bertín y Rato han trabajado para el Estado, en ministerios diferentes, pero Bertín tiene el suficiente oficio para invitar en su casa sin tener que pagar con una tarjeta de Bankia en un restaurante.

En América hace poco escuché a una veterana actriz de telenovelas decir que el mejor papel es el de villana, “porque hoy ya no está tan clara la diferencia entre buenos y malos”. Puede tener razón y que el año próximo esa brumosa diferencia se pierda aún más entre tinieblas.

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