Ferlosio
‘Carácter y destino’ es uno de los más grandes discursos del Premio Cervantes, que recibió en 2005
En Vidas de santos (Círculo de Tiza, 2015), ese volumen enorme y violeta como un cadáver en el que Antonio Lucas ha encerrado criaturas efímeras, restos de demoliciones, estatuas de Sadam en la intimidad y yonquis fluorescentes que se pinchan a los 17 con mamá, aparece de repente Rafael Sánchez Ferlosio. Entre esa fauna y entre la contraria, de haberla elegido Lucas. Como se glosan santos, el autor recuerda los 15 años de cuelgue de Ferlosio con las anfetaminas encerrado en la gramática: estudiándola tres días seguidos sin parar de consumir, siempre debajo de una lámpara, para luego dormir 18 horas seguidas y salir con su hija a ver museos. La exedrina, decía, le hacía sensible a “las relaciones formales de la gramática”.
Ferlosio se fue de la literatura diciendo que El Jarama era el peor libro que había escrito; no había cumplido 30 años y dio un portazo anunciando que lo único que había leído en su vida era El Quijote, lo cual es suficiente (hace años, en un congreso sobre la novela de Cervantes, uno de los ponentes se quedó de piedra cuando escuchó que el Quijote había estado en Barcelona; no contento con asombrarse, quiso rebatirlo). La semana pasada Ferlosio presentó Altos estudios eclesiásticos, un libro con el que Debate inicia la publicación de los ensayos de la época de la exedrina.
No sé si al ordenar su Vida de santos Antonio Lucas estudió a fondo juntar a Manuel Agujetas y a Sánchez Ferlosio. El cantaor no sabe leer ni escribir, algo que le parece imprescindible porque “el que sabe leer y escribir, en flamenco, pierde la pronunciación”. Al pasar la página está Ferlosio secuestrado por el lenguaje como por un agujero negro, observando el espacio y el tiempo de frases que trabaja durante días.
Hace unos meses le dijo a Javier Rodríguez Marcos que la profundidad era un invento. “Un invento para los que necesitan algo indiscutible y por eso sacralizan las palabras. Las palabras sagradas no están ahí para ser comprendidas, sino obedecidas. La profundidad tiene buena prensa gratuitamente, pero no hay nada absolutamente unívoco, eso sería la suma tiranía. Las palabras tienen que ser profanas. Deben tener un agujero”.
Es autor de uno de los más grandes discursos del Premio Cervantes, que recibió en 2005. Se titula Carácter y destino. Nunca se acaba de leer: habla del descubrimiento. Roza todo lo lejos que puede llegar un hombre. Y recuerda al final que cuando se para el argumento sobreviene la felicidad.
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