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MIRADOR
Columna
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Podríamos

Si la cúpula de Podemos siempre ha manejado las lecturas de encuestas como un santo grial, ahora toca seguramente aplicárselas en carne propia y la verdad es dolorosa

David Trueba

La política es cruel y más bajo una dinámica acelerada, que se desarrolla en un estómago ardiente que engulle sin tiempo de digestión. Lo vemos con los barómetros del CIS, donde las preocupaciones de los españoles puntualmente oscilan en favor de la actualidad como otra perversa forma de pasarela de moda lista para llevar. Por eso es tan interesante el proceso de no convergencia entre Podemos y los restos de Izquierda Unida. Pablo Iglesias había apostado con claridad, en unas declaraciones brutales, por descartar asociarse con la vieja escuela de la izquierda española y solo ofrecía plaza a algunas caras nuevas personificadas en Alberto Garzón. Conocedor de que la idea de unidad popular era un gancho atractivo, Garzón aguantó los desplantes en un tono que casi recordaba las peores rutinas de la violencia doméstica. Pero al final, se ha demostrado que una vez más a quien le acertaba el olfato era a Gaspar Llamazares, perro viejo a quien todo le olía a vaciado de un partido no ya en horas bajas, sino a punto de perder el reloj.

Pero esa misma crueldad parece cebarse con Pablo Iglesias. Las elecciones catalanas les han supuesto un descalabro, tras concurrir bajo una de las peores marcas electorales desde Jubilados por Tomelloso, con ese Catalunya sí que es Pot, que muchos acabaron llamando “Catalunya sí que es Cup”. Se confirma que Podemos es presa de la aritmética que moviliza a sus votantes. Establecida una base de descontentos o indignados, de movilizados electores que aceptan la simplificación del concepto de casta, del concepto de élite, del concepto de poder para el pueblo, al partido le falta un segundo impulso que personificaron candidatos como Carmena o Colau, que no solo sumaban su trayectoria y carisma personal sino que ampliaban las alas del partido con su empeño por desmarcarse de las siglas.

Si la cúpula de Podemos siempre ha manejado las lecturas de encuestas como un santo grial, ahora toca seguramente aplicárselas en carne propia y la verdad es dolorosa. Garzón quería en el fondo desafiar el liderato de Pablo Iglesias y esa disputa ha contado más que el posado unitario. Los socialistas de Pedro Sánchez confían en que a Podemos no le llegue para encarnarse del todo en una socialdemocracia renovante del mismo modo que Albert Rivera ha logrado empaquetar un neoliberalismo sin aznaridos que amenaza al PP. Después de hacer muchas cosas bien en la parte fácil de la competición, a Pablo Iglesias le queda aprender a hacer la más difícil: sumar sin restarse.

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