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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La importancia de dar visibilidad al alzhéimer

Testimonios como el de Pasqual Maragall y obras de teatro como 'André y Dorine' interpelan sobre una dolencia que no deja de crecer

Milagros Pérez Oliva

Desde hace cuatro años, los lunes Pasqual Maragall recorre a pie, barrio a barrio, la ciudad de Barcelona. Su acompañante, la periodista Àngela Vinent, calcula que habrán dado cinco veces la vuelta a la ciudad y en estos recorridos entrañables ha podido comprobar hasta qué punto Maragall sigue siendo un icono muy vivo entre sus conciudadanos. Muchos se sorprenden de que, ocho años después de que abandonara la política a causa de su enfermedad, su aspecto haya cambiado tan poco, de que exhiba la misma jovialidad y la misma energía que cuando era alcalde de Barcelona (1982-1997) o presidente de la Generalitat (2003-2006).

Todos saben que sufre alzhéimer, una de las dolencias más devastadoras que a uno le puedan caer en suerte, y que lleva ya años lidiando con ella. Como dice la página web de la fundación que lleva su nombre, “somos nuestro cerebro; él es el centro de nuestra personalidad y el alzhéimer nos la arrebata”. La mayoría sabe, en parte gracias a su testimonio, que es un proceso degenerativo que puede durar entre 7 y 15 años para el que no existe tratamiento curativo. Que comienza con pérdida de memoria, problemas de lenguaje, dificultad para realizar tareas cotidianas y desorientación y acaba con la pérdida total de la capacidad de razonar y de construir pensamientos elaborados.

En realidad, el alzhéimer no deja de ser el precio que pagamos por vivir más tiempo, porque, salvo en los casos de demencia precoz, es una dolencia claramente vinculada al proceso de envejecer. Puesto que en un siglo hemos doblado la esperanza de vida, es normal que se haya disparado también su incidencia. En estos momentos, se estima que una de cada diez personas mayores de 65 años tiene alzhéimer. Y la tendencia es a que aumente. Es pues un gravísimo problema social que en muchos casos se sigue viviendo en la soledad de las familias, sobre las que cae casi todo el peso del cuidado de los enfermos. Por eso, la batalla del alzhéimer sigue siendo, además de científica y social, la batalla de la visibilidad. A ella ha contribuido sin duda Maragall con su testimonio y su fundación. Y a ella contribuye también el Día del Alzhéimer que, como todos los días internacionales de algo, tienen como objetivo sensibilizar y movilizar recursos sociales.

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Ahí tenemos a Pasqual Maragall, defendiendo como el resto de enfermos el día a día, el instante, ese momento de lucidez, de placer tomando el sol en un banco de una plaza que inauguró como alcalde, los retazos de memoria que van y vienen mientras pasea. Y los afectos que conserva. Porque el espacio que deja el olvido puede ser ocupado por la ternura, como muestra una de las obras de teatro más impactantes que recuerdo: André y Dorine, del grupo vasco Kulunka. Estos días ha recalado en el Teatro Poliorama de Barcelona después de dos años de periplo por muchas ciudades en las que ha dejado un recuerdo imborrable. Sin una palabra y con todos los personajes embutidos en una máscara, es capaz de transmitir toda la sutileza, todo el miedo, todo el raudal de emociones y de ternura que el alzhéimer puede desencadenar.

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