Paren el Toro de la Vega
Hay que poner fin a un espectáculo que se ha convertido en el símbolo de una brutalidad repugnante

Las tradiciones forman parte del patrimonio, pero algunas resultan claramente incompatibles con los valores que deben presidir una sociedad civilizada. Afortunadamente ha aumentado la conciencia de que hay que respetar el entorno en el que viven los seres humanos, lo cual excluye la violencia contra los animales con el único propósito de divertir.
El maltrato a los animales estaba ampliamente aceptado hasta hace apenas unas décadas. Ahora resulta cada vez más insoportable y la sociedad ha ido estableciendo normas de protección. Al mismo tiempo, muchas tradiciones crueles han sido abolidas o abandonadas, como la costumbre de arrojar a una cabra desde un campanario para que los espectadores contemplaran cómo se estrellaba contra el suelo. Ahora hay que superar también comportamientos como el de acosar a un animal hasta matarlo a lanzadas, como se pretende con el Toro de la Vega, un acto de inhumanidad que coloca a esta fiesta fuera de los valores de una sociedad avanzada. Y por supuesto, eliminar cualquier ayuda pública a ese tipo de festejos.
Cada vez resulta más inaceptable no solo la inhibición de las autoridades, sino su apoyo para que se mantenga una tradición bárbara con el pretexto de la presión vecinal y alegando que no está prohibido, como hace el alcalde de Tordesillas, un socialista indiferente a la opinión del líder de su propio partido y que ignora las 120.000 firmas contrarias al acto aportadas por el Partido contra el Maltrato Animal (Pacma). Enrocado en esa posición, el Ayuntamiento de la ciudad castellana da curso, año tras año, a una exhibición de sadismo en la que se persigue y alancea a un toro hasta matarlo. No es el único lugar de España donde se maltrata por diversión. Ocurre también en los correbous de Tarragona —en los que no se persigue la muerte del animal pero este sufre igualmente— y otros festejos de ese porte.
Editoriales anteriores
Contra lo que sus defensores pretenden, el Toro de la Vega no es un asunto meramente local. Se ha convertido en el símbolo de una brutalidad repugnante y en el residuo de un pasado en trance de superación. Los organizadores del acto previsto para mañana en Tordesillas deberían suspenderlo, porque el maltrato por diversión de un animal hasta provocarle la muerte no es una tradición digna de mantenerse y ofrece una imagen deplorable de España.
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