¡Ay qué rabia!
Hace no mucho coincidí en un show de televisión con un monologuista que, por decirlo de una forma fina "no me entra por el ojo"
Hace no mucho coincidí en un show de televisión con un monologuista que, por decirlo de una forma fina "no me entra por el ojo". Da la sensación de que todo lo tiene ensayadísimo y que en tal minuto se va a atusar el pelo o que en cual minuto se va a encoger de hombros. Además va de provocador, pero los temas que toca están manidísimos: ¿Por qué las chicas van juntas al baño? o ¿Por qué Espinete se ponía un camisón para dormir cuando el resto del tiempo iba desnudo? o ¿Por qué las comidas en los aviones son así o asá? ¡Y encima llena los teatros! ¡Ay qué rabia! El caso es que cuando sale en alguna conversación, lo pongo a caer de un burro, y cuando la conversación transcurre por otros derroteros, lo saco a colación y aprovecho para ponerlo a caer de un burro.
El otro día en el programa de televisión en cuestión, lo saludé fríamente y le di la espalda. Lo dejé hablando con mi cogote. ¡Qué me aspen si no fui descortés con ese idiota! Le mostré toda mi indiferencia, descargué sobre él toneladas de indiferencia y de hostilidad. Y muy bien, todo transcurría con normalidad en la grabación. Pero en uno de los descansos, estando yo paseando por un lateral del plató ocurrió una cosa que me dejó estupefacto: Oí cómo hablaba de mí con un técnico de luces. Pero lejos de hablar mal, lo que tuve que soportar escondido como una alimaña fue cómo ese desgraciado hablaba de mí con admiración, fervor y respeto. O sea, yo poniéndole a parir y él poniéndome por las nubes… ¡joder que rabia!
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