La nueva hornada de apadrinados
380 niños de Adigrat (Etiopía) reciben ayuda de familias españolas gracias a las misiones salesianas. Una de ellas es Abdullah
Etiopía ha cambiado mucho y para bien: se ha convertido en la última década en el país africano no petrolero que más ha crecido, con ritmos superiores al 10% de su PIB. Sin embargo, la pobreza y el hambre son crónicas en lugares como Adigrat, donde los menores pasan serias dificultades para alimentarse y ser educados. No en vano el 28% de las muertes de menores de cinco años se debe a la desnutrición. Por estas razones los apadrinamientos siguen siendo necesarios.
Hoy, 380 niños de esta ciudad reciben ayuda de familias españolas gracias a las misiones salesianas. Una de ellas es Abdullah, apadrinada hace dos años. Risueña, despierta, inteligente y cariñosa, sus notas nunca bajan de sobresaliente. Para demostrarlo, se apresura a sacar de su mochilita un puñado de folios llenos de garabatos: son sus exámenes, y en todos ellos la profesora ha rubricado un 10 tras otro. Los vuelve a guardar, con mucho cuidado; para ella son su mayor tesoro.
Abdullah tiene 10 años aunque aparenta menos porque es una niña minúscula. Vive con su madre y su hermana de tres años en una choza miserable y oscura donde no llega la luz eléctrica, el suelo es de tierra y los únicos muebles que tienen son un colchón y un aparador. Antes, era peor, pues vivían mendigando y dormían a las puertas de la iglesia ortodoxa de Adigrat, un cobijo habitual para quienes no tienen hogar. Abdullah nació en los jardines de la iglesia y nunca ha conocido a su padre; su madre dice que se quedó embarazada "por casualidad". El nacimiento de la segunda niña fue por una razón peor: la violaron.
La madre de Abdullah sufre epilepsia y su estado físico está muy deteriorado. Así, pasa más días postrada en la cama que vendiendo carbón en el mercado, que es su única vía de sustento. Abdullah, a su corta edad, estudia, sustituye a su madre en el puesto, se encarga de ella cuando enferma y también cuida a su hermana. Aún le queda energía para acudir a diario a las actividades educativas y de ocio que la misión Don Bosco organiza cada semana y nunca se queja ni pierde la sonrisa. Gracias a la escuela esta niña llegará, si quiere, a ser astronauta, médico o presidenta de un país. Su voluntad mueve montañas.
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