Brasil merece más
El país precisa que la justicia actúe y se depuren responsabilidades, que los políticos estén a la altura y que las instituciones asuman su papel
Las manifestaciones del domingo en las principales ciudades brasileñas contra la presidenta, Dilma Rousseff, pueden ser un barómetro del ánimo de parte de la ciudadanía respecto a la mandataria pero dejan la crisis política que atraviesa el país como estaba y en ningún caso justifican que la presidenta deba abandonar el poder ni tampoco un proceso destituyente contra ella. Mientras parte de la oposición sostiene que el electorado está en contra de la mandataria, y que esta debe ser sometida a un impeachment, el Gobierno apunta a que, respecto a las protestas de hace unos meses, las manifestaciones han disminuido en tamaño y su composición sigue siendo en su mayoría de clase media-alta acomodada.
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Conviene recordar que Rousseff no ha sido acusada de corrupción por ninguna instancia judicial y que una cosa es la responsabilidad política y otra la penal. Utilizar como arma política el recurso legal que supone la destitución del jefe del Estado por parte del Parlamento conduce peligrosamente al país a escenarios de inestabilidad institucional que parecía haber dejado atrás al convertirse en una potencia regional y un ejemplo para todo el mundo de éxito en el desarrollo y la lucha contra la pobreza.
Mientras Brasil se envenena en un estéril y paralizante debate político, el consumo sigue su caída y el real pierde valor, aunque las perspectivas macroeconómicas arrojan algo de esperanza. Lo peor son las escenas de protestas callejeras, del Congreso al albur del humor de diputados ruidosamente militantes y de la presidencia acorralada, algo que daña la imagen de país responsable que con tanto esfuerzo ha logrado labrarse Brasil durante dos décadas.
Lo que Brasil precisa en este momento es que la justicia actúe y se depuren responsabilidades, que los políticos estén a la altura y que las instituciones asuman su papel. Los ciudadanos brasileños no merecen menos.
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